martes, 13 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 19

 —¿Por qué no vienes a mi departamento y preparo un café para los dos? —me ofreció, dándome una alegría.


—Si además añades un par de pastillas para el dolor de cabeza, acepto la propuesta.


—¿Te encuentras mal? —me preguntó preocupado, apartándome un mechón de cabello de la cara para tomarme la temperatura en la frente con la palma de la mano. Fue mágico, la mano estaba fría y el dolor de cabeza desapareció como por ensalmo.


—Lo siento, no suelo beber —confesé.


—No tienes por qué disculparte —me aseguró, haciéndome sentir aún mejor.


Luego me tomó la mano para arrastrarme hacia su departamento, pero yo vacilé.


—¿No sería mejor avisar a Lorena y a Sofía?


—¿Para qué? No están invitadas. Además, no quiero responsabilizarme de sus correspondientes resacas, me basta con la tuya.


—No tengo resaca —me defendí con exagerada vehemencia, mientras el pulso volvía a golpearme en las sienes—. Pero me habría gustado no excederme con el vino, con una copa hubiera sido suficiente.


—Guarda una moneda en una hucha cada vez que te arrepientas de haber bebido demasiado. Te convertirás en una mujer rica en poco tiempo.


—No, no pienso permitir que vuelva a sucederme. Pero me preocupa que Lorena y Sofía no sepan dónde estoy.


—Yo no me preocuparía tanto, Paula, teniendo en cuenta que es sábado por la mañana y que deben haberse acostado a las tantas, no creo que resuciten hasta la una del mediodía. Pero puedes dejarles una nota para que no llamen a la policía, si eso te preocupa.


—No…, En realidad, no creo que sea tan importante… Bueno, será mejor que me vista.


—¿Es necesario? —preguntó él con una mirada divertida.


Me dí cuenta de que solo llevaba puesta una vieja y descolorida camiseta de rugby que, como no, había pertenecido a alguno de mis hermanos mayores y apenas me llegaba al inicio de los muslos, justo al límite de la decencia. Era la típica prenda cómoda que sólo te pones cuando estas segura de que nadie puede verte. No es que Pedro fuera a interesarse por mis piernas, eso estaba claro, pero yo me sentí mortificada de vergüenza igualmente. Solté mi mano de la suya y cerré de un portazo. Se produjo un momento de silencio, hasta que unos golpecitos en la puerta me indicaron que Pedro seguía allí. Hubiera preferido que se lo hubiese tragado la tierra, pero tuve que admitir que estaba cumpliendo con esmero su papel de buen vecino. Así que abrí de nuevo, escondiendo mi cuerpo tras la puerta, asomando solo la cabeza.


—Idiota —dije—. ¿Por qué no me lo has dicho antes? —él me miró con una expresión de inocencia ultrajada que no me convenció lo más mínimo—. Vete a preparar ese café mientras yo me adecento un poco.


—Bien, dejaré la puerta entreabierta para que puedas entrar — dijo dándose la vuelta para marcharse, no sin antes añadir—: Luego desayunaremos algo más sólido en la calle.


No esperó mi respuesta, al parecer había tomado el mando de la situación y de… Mi vida.

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