jueves, 8 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 16

Él me miró durante un instante eterno antes de alargar la mano para tomar el trozo y estudiar el sello de fábrica. Su expresión no era nada optimista.


—No te preocupes. Estará asegurado.


—Genial. Las hermanas Harrington acaban de acogerme por simple caridad y el mismo día de mi llegada les fundo los plomos y rompo una porcelana valiosa.


—No te culpes por lo de los plomos, solo ha sido mala suerte. Además, ya están arreglados.


—Gracias a tu ayuda.


—Para eso estamos los vecinos —repuso él con soltura mientras me ofrecía una copa de vino—. Prueba esto, te hará sentir mejor.


—No suelo beber vino tinto —dije yo con suspicacia.


—Hay que hacer algo nuevo cada día —intervino él poniéndome una copa en la mano y cerrando el puño sobre mis dedos para que la sostuviera. 


El contacto físico me dejó temblando no estaba acostumbrada a que los hombres me hicieran reaccionar de esa manera. Con David me encontraba cómoda, a gusto. Nos comportábamos con la rutina propia de una pareja que llevaba treinta años de matrimonio, como solían decir mis hermanos para tomarnos el pelo. En cambio, al lado de Pedro me sentía como si estuviera al borde de un precipicio y la sensación era tan excitante que no me hice esperar y tome un buen trago de vino. El líquido elemento bajó por mi garganta a toda velocidad provocándome una oleada de calor por todo el cuerpo. Era cierto, el vino me había sentado de maravilla, estaba más relajada y dispuesta a olvidar los desastres del día.


—¡Caramba, que bueno está! —exclamé antes de dar un segundo trago y empezar a atacar otro trozo de pizza.


—Beber vino es un placer semejante al de tomar el sol por la mañana —opinó Pedro—. Entonces ¿No conocías a las hermanas Harrington? Pensé que habrían sido compañeras de colegio o algo así.


—¿Eso creías? —al parecer, ese hombre había estado pensando en mí—. Pues no, la verdad es que mi madre conoce a una tía suya —expliqué—, habló con ella para ver si podía encontrarme alojamiento en Londres y… Aquí estoy.


—Todo en orden, pues.


—No exactamente. Sofía quería alquilar la habitación a otra persona… ¿Piensas que puede haber sido capaz de trucar el enchufe de la cocina para librarse de mi? —él enarcó las cejas asombrado y yo me sonrojé de vergüenza—. Esto está buenísimo —dije cambiando rápidamente de tema mientras daba otro bocado—. A David sólo le gustan las pizzas con carne picada ypimiento, pero yo me muero por las anchoas, así que estoy disfrutando como una loca —farfullé.


—¿A qué te dedicabas en Maybridge, aparte de distraer a David? —preguntó Pedro al cabo de unos minutos.


—¿Te refieres a mi trabajo? —ese era un tema más seguro, más propio de aquella charla intrascendente entre nuevos amigos.


Me dejé llevar por la pasión y le conté con todo lujo de detalles los pormenores de mi vida laboral en el banco. Le hablé de mis compañeros de trabajo y de los clientes que se presentaban de vez en cuando con una tarta o una bandeja de pasteles.


—¿Piensas hacer lo mismo en Londres?, ¿O te han destinado a otra sección?


—Me han transferido a la rama comercial, pero solo es una comisión de servicio durante seis meses… Y tú, cuéntame, ¿A qué te dedicas cuando no estas salvándole la vida a una mujer en apuros?


—Hago películas. Documentales sobre la vida de los animales salvajes.


—¿En Londres? —pregunté estúpidamente.


Él rió.


—Sí, claro, en Londres, ya sabes: hienas urbanas, gatos salvajes, la vida secreta de las palomas. .. Ese tipo de cosas.


—¿De veras? —repuse intentando parecer interesada—. Jamás se me habría ocurrido pensar que las palomas tuvieran una vida secreta.


—Bueno, a veces tengo que hacer cosas más aburridas. Acabo de llegar del Serengueti, en Kenia. Hemos estado filmando una película sobre los hábitos sociales de los monos.


—¿Y eso es aburrido? —pregunté sorprendida. Él sonrió—. Ah, estás bromeando —constaté con desconsuelo. Estaba acostumbrada a que la gente se riera de mí, sobre todo mis hermanos mayores—. Entonces, ¿Te gusta viajar?


-No te voy a decir que todo sea coser y cantar, pero sí, sí me gusta viajar, conocer sitios nuevos…¿A tí no?


—Mis hermanos son viajeros empedernidos, pero yo he salido rana. Supongo que ellos acapararon todos los genes familiares relacionados con el riesgo y la aventura, y cuando mis padres me concibieron a mí, ya no quedaba ni rastro. Además, no vuelo.


—Yo tampoco. Generalmente tomo un avión —contesto él con guasa—. Lo siento, no tiene gracia —se disculpó al ver mi expresión de auténtico pánico—. Entonces tus planes para el futuro consisten en volver a casa y casarte con David, ¿No?


—Ese es el plan —contesté con firmeza, aunque en su boca mi meta parecía el colmo del aburrimiento.


Ya había pensado en cómo sería mi traje de novia, de color crema, por supuesto. A las pelirrojas no les sentaba nada bien el blanco. Además, no quería que nadie pensara que iba virgen al matrimonio. El mero hecho de que fuera verdad ya era de por sí bastante desagradable como para que además la gente lo fuera pregonando por ahí, aunque fueran simples conjeturas. David no parecía demasiado dispuesto todavía a ponerse de rodillas y pedirme que compartiera su vida para siempre, pero todo Maybridge daba por hecho que eso terminaría sucediendo tarde o temprano.


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