jueves, 29 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 37

El beso de Pedro podría haberme hecho soñar con sensaciones maravillosas y desconocidas, pero sólo había sido una charada para apartarme de Sofía. Con él estaría a salvo, pensé, sintiendo como se apaciguaba mi conciencia.


—Puedes demostrarme tu gratitud preparándome una bebida mientras yo me doy una ducha. Luego podemos salir a cenar algo.


Me sentía tan segura como una montaña de granito, pero el problema estaba en que no deseaba sentirme segura. Quería arriesgarme al máximo y que Pedro fuera el motivo del peligro.


—Realmente, no es necesario que me invites a cenar —dije rápidamente—. Ya has hecho bastante por mí en el día de hoy y todavía no sé cómo empezar a darte las gracias…


—¿Y?


Y yo me estaba metiendo en un lío que no me sentía con fuerzas de manejar. Los sentimientos que despertaba en mí eran totalmente inadecuados a las circunstancias. Solo se trataba de la amabilidad de un vecino, nada más. Pero él seguía esperando una contestación y yo no sabía qué decir, así que hice uno de esos gestos vagos que no significaban nada para ocultar mis pensamientos. Mi mente me decía que no podía existir nada en el mundo comparable a pasar la velada con Pedro, pero no quería que fuésemos simplemente amigos, quería algo que él no podía darme, algo que no había sabido siquiera que existía antes de conocerlo. Él no me presionó.


—Entonces decide: O Tomás o yo —dijo mientras abría la puerta de su departamento—. Estoy seguro de que si llamas a Sofía, podrá darte la dirección de la fiesta.


—¿Y qué le digo? ¿Que después de besarme has decidido huir? —pregunté con lo que quería ser un tono de broma—. No soy una autoridad en el tema, pero el beso que ha presenciado no parecía de esa clase.


—¿Eso crees? —preguntó perdiendo la sonrisa mientras se apartaba para que yo lo precediera al entrar a su departamento—. ponte cómoda —dijo tomando mi abrigo y dejándome prácticamente desnuda. Lo colgó en un perchero y se volvió hacia mí—. Hay vino blanco en la nevera.


—Gracias, pero hoy me voy a dedicar al agua mineral, en plan preventivo.


—Aprendes rápido —repuso él, empezando a desabrocharse los botones de la camisa.


Estaba aprendiendo rápidamente un montón de cosas nuevas, pensé mientras él se deshacía de la camisa, y revelaba un pecho musculoso y un vientre plano.


—¿Qué quieres beber? —pregunté para apartar los lujuriosos pensamientos de mi mente.


—Un whisky solo, con hielo. Ha sido un día muy duro.


Eso era culpa mía. Era un vecino encantador y yo, su peor pesadilla.


—Lo siento, Pedro.


—No te preocupes —dijo él acercando una mano para acariciarme la mejilla, aunque sus dedos se cerraron en un puño antes de que pudiera tocarme—. Las cosas empezaron a enderezarse en cuanto se abrieron las puertas del ascensor — aseguró mientras abría la puerta de su dormitorio. Pude ver un suelo de terracota y una cama enorme con un edredón de color crema antes de que la cerrara tras él.


Dejé escapar un suspiro prolongado y lento y me dirigí a la cocina en busca de hielo, aunque estuve unos instantes parada delante de la nevera sin abrirla, para recuperar la tranquilidad de espíritu. Mi sistema nervioso se había encendido con la presencia de Pedro, pero me invadía un sentimiento devastador de que esa relación no iba hacia ninguna parte. Volví al salón con una cubitera y una botella de agua mineral.

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