—Cuéntame algo más sobre tu trabajo —le pedí, tratando de alejar tales pensamientos—. ¿Cómo se convierte uno en director de documentales sobre la naturaleza salvaje?
—Sólo puedo contarte mi caso —respondió él con una sonrisa—. Había tenido problemas técnicos con la cámara para filmar escenas poco iluminadas y le escribí una carta a una cámara cuyo nombre aparecía en los títulos de crédito de una película que acababa de ver en la televisión y que me había dejado fascinado. Le expliqué los problemas que tenía y le envié una cinta con los resultados que había obtenido, para que él pudiese decirme que era lo que estaba haciendo mal. A lo máximo que aspiraba era a que me respondiera con otra carta dándome consejos, pero en vez de eso, me invitó a que visitara su estudio para verlo trabajar. De haberlo sabido, mis padres jamás me habrían dado permiso, así que no les dije nada y falté un día al colegio.
—¿Al colegio? ¿Qué edad tenías?
—Trece años.
—Es un poco pronto para iniciar una carrera profesional, ¿No?
—Jamás pensé que fuera a convertirse en mi profesión, Paula. Se suponía que estudiaría arquitectura en la universidad, como casi toda mi familia, para después incorporarme a la empresa familiar. Por aquel entonces, lo de las películas era… Un simple pasatiempo.
—A mí me parece que hay algo ligeramente indecente enpensando en los ratos de aburrimiento y hastío que sufría en mi puesto de trabajo.
—Puede que esa sea la razón por la cual mi familia se niega a considerarme un auténtico profesional. Te ha llegado el turno…
—¿De qué?
—De contarme tus secretos. No pensarás que yo le cuento a todo el mundo que mi familia desprecia mi forma de vida, ¿No?
—No, claro.
—Pues entonces tienes que contarme algo sobre tí que no le hayas dicho a nadie.
Lo miré, sin saber si responder al reto que me proponía o cambiar de tema, pero él se limitó a alzar las cejas para animarme.
—No tengo ningún secreto, soy como un libro abierto —dije antes de sonrojarme—: Bueno, tengo que admitir que me aterrorizan las arañas —añadí.
—¿Y has conseguido mantenerlo en secreto? —preguntó él con tono ligeramente burlón, como si supiera que yo me seguía guardando el auténtico secreto de mi vida—. ¿Cómo? ¿Lanzado un grito inaudible?
—No te burles, es cierto. Me he pasado toda la vida fingiendo que las arañas eran mis mejores amigas. No sabes lo que es tener a un montón de hermanos al acecho, esperando para descubrir tus más íntimas debilidades y tomarte el pelo sin cuartel.
—¡Qué familia tan encantadora! Si te tropiezas con una araña mientras yo siga siendo vecino tuyo, no tienes más que llamarme para que acuda raudo a salvarte del peligro.
—¡Mi héroe! —exclamé con una carcajada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario