martes, 6 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 11

Lo primero que debía hacer era encontrar el contador. La despensa de la cocina parecía un lugar idóneo, pero sería más fácil llegar hasta allí con la ayuda de una linterna. En casa guardábamos bajo la pila del fregadero una para las emergencias. Metí la mano a tientas, tropecé con algo, y a continuación escuché el chasquido que hizo una pieza de fina porcelana al romperse en mil pedazos. No sabía lo que era, pero seguro que se trataba de un objeto caro. Todo lo que había en el departamento era lujoso y caro. Deseé volver a gritar, pero sabía que nadie me escucharía. Me contuve, me froté las mejillas y consideré la situación. Podía esconder los restos de cerámica y la tostada en la maleta, irme a dormir y fingir sorpresa a la mañana siguiente. Podía echarme a llorar. De hecho, ya estaba a punto de hacerlo. Pero sabía que las lágrimas solo servirían para que me escocieran y se me hincharan los ojos, de modo que me resistí heroicamente y me propuse acercarme lentamente, a tientas, hasta la puerta de la despensa, saltando por encima de la porcelana rota. Si estuviera en casa, habría un fusible nuevo sobre la caja del contador, junto a otra linterna. Me juré no volver a reírme de las medidas de emergencia doméstica de mi madre y me prometí comprar otra alarma personal al día siguiente. Encontré el contador donde se suponía que debía estar, pero no había una linterna por ninguna parte. Me acordé de que el pasillo del edificio estaba muy bien iluminado y pensé que si abría la puerta del apartamento quizá entrara un poco de luz hasta la despensa. Satisfecha conmigo misma, me dirigí ufanamente hacia la puerta y la abrí. Un grito de auténtico terror salió de mi garganta al tropezarme de frente con un hombre alto al que solo podía ver a contraluz. Alarmado, el hombre se retiró un poco y pude reconocer a mi vecino que, al parecer, estaba a punto de tocar el timbre de mi apartamento. Era la primera vez que lo veía a plena luz y confirmé que, efectivamente, era alto, moreno y… Probablemente peligroso, al menos para mi propia estabilidad emocional. Llevaba en la mano una caja de cartón de las que se utilizan para servir las pizzas y mi estómago reaccionó muy favorablemente ante la perspectiva de ingerir algo caliente.


—¿Sí? —le espeté.


—Has gritado.


—Me has asustado —repuse, a la espera de superar la taquicardia que me sacudía todo el cuerpo—.¿Qué quieres?


—No me refiero al grito que has soltado al abrir la puerta. Te he oído gritar antes, cuando estaba delante de mi departamento pagando al repartidor –eso quería decir que solo habían pasado un par de minutos desde que se habían fundido los plomos…, parecía una eternidad—. Y como he visto salir a tus compañeras de piso, se me ha ocurrido venir a ver si te encuentras bien.


—Lo siento, no pensaba molestarte. Se han fundido los plomos, eso es todo. Me disponía a arreglarlos.


—¿Sabes hacerlo? —me preguntó sin ocultar su incredulidad.


Ese hombre debía pensar que yo era completamente idiota, pero traté de concentrarme en que sólo era un buen vecino que deseaba mostrarse amable.


—La educación ya no es lo que era —repuse—. Ahora enseñan ese tipo de cosas a las niñas en el colegio.


—¿De verdad? se interesó el—. Entonces te dejo —añadió encaminándose hacia su departamento. Vaciló, se dió la vuelta y pregunto—: ¿Tienes un fusible nuevo?


De momento, no había encontrado ninguno y pensé que podría resultar agradable aceptar su colaboración.


—Me temo que no —dije con la mejor sonrisa de que fui capaz.


—Entiendo. ¿Por qué no buscas el fusible fundido mientras yo voy a mi apartamento por uno nuevo?


—De acuerdo. En realidad, también nos vendría bien un destornillador, si es que tienes alguno.

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