jueves, 15 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 24

 —Estoy segura de que eres un hombre de palabra —repuse, desalentándolo—. Además, tengo que salir a comprar algo de ropa para estar presentable el lunes por la mañana.


—¿En el nuevo trabajo?


—En el nuevo trabajo. De hecho, necesito comprarme todo un guardarropa nuevo.


—Háblame de ello.


¿Quería hablar de trapos? A David nunca le importaba lo que llevara puesto. Pero David no era homosexual. Se suponía que los homosexuales tenían muy buen gusto para la ropa.


—Bueno, veamos, voy a necesitar un mínimo de dos trajes, cuatro blusas…


—Me refiero al trabajo —me detuvo inmediatamente.


—¿Qué?


—Háblame de tu trabajo.


«Idiota, soy idiota.» Solo por sus inclinaciones sexuales, yo había supuesto que… Seguía sin poder entenderlo. Pedro exhalaba ese tipo de masculinidad que hacía volver la cabeza a las mujeres. Incluso en el pequeño café en que nos hallábamos sentados, estaba segura de que varias mujeres lo habían mirado con segundas intenciones. Fuera lo que fuera lo que Lorena había observado en él, no podía ser tan evidente como para que yo no me diera cuenta. Sin embargo, tenía que admitir que no sólo las mujeres lo miraban, también los hombres lo hacían.


—Es una comisión de servicio —dije antes de darle el nombre del banco comercial donde tenía que presentarme el lunes.


—Pensaba que ibas a trabajar en una sucursal.


—No, trabajaré en la central. Soy especialista en asesoría de planes financieros: pensiones, inversiones…, Ese tipo de cosas.


—Entiendo.


Tendría que haber sido una santa para no disfrutar de la sorpresa que se había llevado al constatar que no era tan estúpida como parecía.


—En un pueblo es mejor vestirse de persona mayor, la gente prefiere confiar sus ahorros a un adulto. Pero, aquí, en la ciudad, no sé por donde empezar.


—¿Por qué no le preguntas a tus compañeras de piso? Estoy seguro de que sabrán aconsejarte sobre cuales son las mejores tiendas.


Yo no tenía ni la menor duda sobre ese punto. Las había visto vestirse para salir un viernes por la noche y, sin duda, ambas sabían como convertir las compras en todo un arte.


—Quizá Lorena, pero Sofía… —hice una mueca compungida—. No creo que ponerme en manos de Sofía sea una buena idea. Además, siendo pelirroja no necesito muchos adornos para llamar la atención. Con un par de trajes nuevos y bien cortados…


Él me miró a los ojos y sonrió.


—Desde luego, no puedes pasar inadvertida.


—Eso no es un cumplido, ¿Verdad?


—Depende de si te gusta destacar o si prefieres que nadie repare en tí.


—La «Tigresa» o la «Ratoncita» —reflexioné en voz alta.


—La tigresa, sin duda —repuso él—. Nunca he visto a una rata de ese color.


Me pasé las manos por el cabello revuelto para intentar aplastarlo un poco. Mi pelo, rojo, crespo y rebelde, me había traumatizado desde el mismo día en que había tenido edad suficiente para mirarme en un espejo y comprobar que, a diferencia de mis hermanos mayores, había heredado los genes de la familia de mi padre, en vez del sedoso y brillante cabello rubio de mi madre. Había intentado aplastarlo de todas las maneras posibles, pero ni las mejores espumas fijadoras me permitían una tregua que superara la media hora.


—Una vez intenté cortármelo, pero parecía un caniche de color zanahoria —dije, pensando que él se reiría—. Incluso intenté teñírmelo de negro, y tuve que conformarme con el resultado durante varios meses, un asqueroso color oscuro y verdoso. Nada divertido cuando se es adolescente.


Él se incorporó un poco, me tomó las manos y se las llevó al pecho.

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