jueves, 8 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 13

 —¿Pedro? Pedro Alfonso. ¿Entonces no eres «George el Magnífico»? —dije pensando en voz alta con alivio. Era un error, todo era un gran error, se trataba de otro hombre.


—¿«George el Magnífico»? —repitió él.


—Lorena me dijo que eras alto, moreno y muy Ho…Ho… Hombre —me corregí a tiempo de no soltar la palabra «Homosexual»—. Pensaba pasarte una nota por debajo de la puerta pidiéndote disculpas, pero no sabía cómo te llamabas. Por la descripción que me dió Lorena supuse que eras «George el Magnífico» del departamento setenta y dos… —algo me dijo que estaba cometiendo una equivocación. Lorena y Sofía tampoco sabían su nombre… «George» era simplemente un apodo que utilizaban para referirse a él. Y el propio interesado acababa de enterarse—. Vives en el departamento setenta y dos, ¿No?


—Exactamente. Yo soy ese tipo alto, moreno y muy Ho… Ho… Hombre —repuso él con una media sonrisa—. Y tú te llamas…


—Me llamo Paula Chaves—dije sintiéndome completamente idiota. Si de verdad se trataba de «George el Magnífico», ¿Por qué me transmitían sus dedos esas oleadas de delicioso placer?—. Y estoy a punto de suicidarme.


—Déjalo para más tarde —rió él—. En cuanto termines de atornillar el fusible, tendrás que ayudarme a dar cuenta de esa pizza.


No parecía ofendido, al contrario, sonreía con expresión divertida y su mirada seguía posada sobre mi cuerpo, provocándome un rapto de deseo.


—¿Se trata de una penitencia? —pregunté mientras se volvía a hacer la luz en la casa.


Él rió de nuevo.


—Si de verdad quieres castigarte, nos convendría añadir una botella de vino al festín.


—No se puede negar que estás en todo —repuse a mi vez con una cálida sonrisa.


—Como sabes, soy muy Ho… hombre. ¿Por qué no recoges los trozos de porcelana mientras yo voy por el vino?


Eché un vistazo al desastre. Obviamente, se trataba de un objeto caro que era imposible recomponer. Me asomé al pasillo para comprobar que Pedro entraba en el departamento setenta y dos, deseando equivocarme. Pero no. Así pues, era homosexual. Hice un esfuerzo para convencerme de que nuestra relación tendría que limitarse a la buena vecindad. Era una pena, pero no podía por menos que reconocer que con Pedro, Londres parecía una ciudad mucho más amistosa. Mientras recogía la loza, tuve un instante de mala conciencia al pensar en David, puesto que me disponía a cenar con un desconocido, pero me tranquilicé inmediatamente al pensar que Pedro nunca pensaría en mí como un hombre puede pensar en una mujer. En realidad, era perfecto: Podríamos ser buenos amigos sin las complicaciones propias de los juegos de seducción. Además, tenía hambre. Se me ocurrió proponerle que cenáramos frente a una película de miedo en la televisión, pero desistí. Durante el último año había estado haciendo algo semejante con David, esperando que él tomase por fin la iniciativa, pero solo había conseguido que me pasara un brazo sobre los hombros mientras hundía repetidamente la mano libre en un cuenco de palomitas. Tenía tan poca iniciativa sexual que ya me había planteado seriamente la posibilidad de que su madre le estuviera echando algo a la comida con el fin de aplacar sus instintos más básicos. Su madre cultivaba plantas y las secaba boca abajo en la cocina. Nadie sabía qué eran ni qué efectos tenían. Sin embargo, todo Maybridge sabía que David era el hombre de mi vida. Y estaba claro que Pedro Alfonso nunca podría ocupar su puesto. Por lo tanto, no había nada que temer. Absolutamente nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario