El departamento de Pedro era más grande que el que yo compartía con Lorena y Sofía, y estaba claro que por allí no había pasado la mano de ningún decorador. Las ventanas carecían de cortinas, de modo que ofrecían una panorámica espectacular de la noche londinense, moteada de luces navideñas. Había estado tratando de superar la perspectiva de celebrar las Navidades lejos de mi familia y de mis amigos, de David… Y aparté la vista. El departamento era totalmente masculino, sin adornos de porcelana que pudieran causar desastres nocturnos. Había una chimenea flanqueada por dos confortables sillones de cuero. Entre ellos, una mesa de cedro se apoyaba sobre una alfombra persa. Sobre la chimenea colgaba una inmensa foto en blanco y negro de un tigre en plena carrera. La firma de Pedro Alfonso no me sorprendió lo más mínimo. Lo que sí me sorprendió fue la sensación de que no se trataba de una vivienda eventual. Todo, el mobiliario y las piezas de arte primitivo, encajaba a la perfección con la personalidad del inquilino. Era posible que pensara marcharse pronto, pero desde luego no había signos de que hubiera empezado a hacer las maletas. Llené un vaso de hielo y serví el whisky para Pedro. Luego llené otro de hielo y agua mineral para mí y lo apoyé durante un instante sobre la frente. Aunque en la calle hacía frío, él debía tener una buena calefacción central. Yo estaba ardiendo. Tomé un cubito de hielo y me lo pasé por el cuello y la garganta, gimiendo de placer. Un gemido que imitaba al mío me sacó de mi trance. Pedro estaba en el umbral del dormitorio, vestido con un albornoz que dejaba sus piernas al descubierto. Se había secado el cabello con energía y lo tenía despeinado. Sus ojos, lo suficientemente cálidos como para derretir la escarcha, no se apartaron de mi rostro mientras cruzaba el salón para acercarse a mí.
Acabas de quedar en ridículo frente al hombre de tus sueños. ¿Qué harías?
a. Suspirar, culparlo a él por ser tan sexy y decirle que, si cambia de opinión, aún tiene tu número de teléfono.
b. Evitas durante el resto de tu vida cualquier lugar donde puedas coincidir can él.
c. Te cambias de nombre y te tiñes el pelo.
d. Emigras.
e. Actúas como si nada hubiera pasado cuando os volvéis a ver. Requiere unas ciertas dotes de actriz, pero si lo consigues, quedaras estupendamente. Puede que incluso se arrepienta de haberte llamado antes…
Cuando Pedro llegó hasta mí, tomó el vaso de whisky y apuró la mitad de un trago.
—¿Tienes frío? Puedo encender la chimenea —propuso.
Pero no era el caso, un fuego interno me consumía desde el mismo momento en que él había posado sus ojos en mí.
—No tengo frío —repuse innecesariamente. El minúsculo vestido negro me estaba algo estrecho y levanté un poco el escote para dejar que entrara un soplo de aire fresco.
Pedro me agarró la muñeca para detenerme.
—¡Santo cielo, Paula! Lo he intentado, te juro que he intentado portarme bien, pero me lo estás poniendo cada vez más difícil.
—¿Portarse bien? ¿De qué estaba hablando?
—Ten—ten—tengo calor —tartamudeé. Jamás había tartamudeado en toda mi vida.
—Cuéntamelo —dijo él, arrebatándome el cubito de hielo para pasárselo por su rostro, por sus labios… Yo sabía cómo se sentía, también mis labios ardían, hinchados y palpitantes—. Acabo de arriesgarme a contraer una pulmonía —prosiguió él sin esperar mi respuesta—. Diez minutos bajo una ducha fría que apenas ha conseguido bajar un par de grados la temperatura de mi cuerpo, y todo para acabar encontrándome con una chica, en actitud absolutamente seductora, que pertenece a otra persona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario