—Escúchame, Paula. Tu pelo es maravilloso. Precioso —dijo con seriedad—. Todos los hombres de este café han posado sus miradas de admiración sobre él —añadió, jugando con uno de mis rizos entre los dedos, estirándolo y soltándolo para que volviera a enroscarse—. Ten por seguro que, en estos momentos soy el hombre más envidiado de los alrededores —recalcó, enarcando una ceja como si me retara a comprobar por mí misma lo que acababa de decir. Pero yo sólo tenía ojos para él—. Tu amigo David no debería haberte dejado escapar si de verdad espera poder recuperarte. Puedes decírselo de mi parte —concluyó, soltándome las manos y volviendo a repantingarse en la silla—. En cuanto a lo de la ropa, se me ocurre que pedir ayuda a Sophie puede ser el mejor modo de que se hagan amigas. Confiésale que no tienes ni idea de dónde ir a comprar…
—Y no la tengo.
—Apela a su buen gusto y veras como es incapaz de evitar el reto.
—Mi atuendo informal del día de hoy no te ha dejado muy impresionado, ¿Eh? —pregunté con lo que quería ser una sonrisa y se quedó en una simple mueca.
Él me miró con una deslumbrante sonrisa.
—¿Se suponía que debía impresionarme?
Demonios, si seguíamos por ese camino, acabaríamos cortejándonos. Mejor dicho, acabaría cortejándolo yo a él, pero no me importó.
—Por supuesto.
—Vas vestida con la ropa perfecta para pasear por un mercadillo en la mañana de un sábado y yo…
Esperé a que terminara la frase, pero él optó por la discreción.
—¿Y tú? —lo animé.
—Nada —contestó con una cierta tensión—. Concéntrate en Sofía; por lo que sé de ella, es capaz de abandonar cualquier otro plan con tal de irse de compras. Pídele que te haga parecer una millonaria con un pequeño presupuesto y se partirá el lomo para demostrarte lo buena compradora que es.
—Tampoco quiero ir por completo a la última —dije mirando la hora—. Creo que ha llegado el momento de irnos. ¿Has terminado?
Ninguno de los dos habíamos hecho justicia al plato, pero él asintió. Alargué la mano para tomar la factura, pero él fue más rápido que yo y desoyó todas mis protestas con una mirada que decía: «Ni se te ocurra insistir». Como yo ya tenía la boca abierta, aproveché para decir algo.
—Gracias.
Esa era yo, la «Tigresa».
Le estás escribiendo una carta a tu novio, comentándole tu nueva vida en la gran ciudad. ¿Hasta donde piensas llegar?
a. Se lo cuentas absolutamente todo. Te ha dicho que quiere saber hasta el último detalle sobre tu vida lejos de él. ¡Qué encanto!
b. Le cuentas todo lo que pueda interesarle y, como no has asistido a ningún partido de futbol, la carta será muy corta.
c. Le cuentas todo lo que pueda provocarle una sonrisa. Esas pequeñas anécdotas que le harán recordar por qué te ama.
d. Le cuentas todo, excepto que estás haciendo excursiones con un apuesto vecino al que acabas de conocer.
e. Le cuentas todo lo que puede caber en una postal. Te lo estás pasando demasiado bien como para perder el tiempo escribiendo cartas.
—¿Qué te parece éste? —preguntó Pedro, sosteniendo un cuenco—. Es del tamaño adecuado, el fabricante es el mismo y los colores son parecidos.
—Jamás sabremos cómo era exactamente —repuso apesadumbrada.
—Paula, no te preocupes —me tranquilizó él gentilmente—. Ese piso ha sido decorado por un profesional y estoy seguro de que ni siquiera las propias inquilinas podrían decirte exactamente como era.
En todo caso, la mujer de la limpieza…
No hay comentarios:
Publicar un comentario