jueves, 22 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 30

 —Y, cuando me conozcas mejor, también puedes contarme tu otro secreto, ese que te ha hecho sonrojarte con solo pensarlo — apuntó él haciendo caso omiso a mis protestas mientras se acercaba para estudiar las estrías de un árbol centenario.


—Vas a llegar tarde —le advertí. Pero él no tenía prisa.


—Lo sé.


—Cuéntame algo sobre África —le pedí—. Sobre los monos. ¿Cuándo va a salir tu reportaje en televisión?


Empezó a contarme las cosas que había visto, los horrores, las esperanzas, la belleza inaudita y… Yo perdí el sentido del tiempo escuchándolo, hasta que le ví levantar una mano para detener un taxi. Me sorprendí al constatar que ya habíamos cruzado el parque y eché un vistazo al reloj.


—¡Mira la hora, es casi la una y media! —exclamé preocupada.


—No te preocupes por eso. ¿Tienes teléfono móvil?


—¿Qué? Ah, sí, claro —respondí mientras él esperaba a que recitara mi número. Tomó nota y me tendió una tarjeta de visita.


—Ahí tienes el mío. Si tienes algún problema, te pierdes o cualquier otra cosa, llámame.


—¿Problemas? ¿Yo? —contesté riendo—. ¿A qué te refieres?


Mientras me subía en el taxi, él le dió al chofer la dirección del edificio de departamentos y un billete para pagar la carrera. Yo decidí no gastar más saliva en protestas y, cuando él cerró la puerta, me asomé a la ventana.


—Muchas gracias por todo, Pedro. No se lo que hubiera hecho sin tí.


—Te las hubieras arreglado perfectamente —repuso él—. Te veré más tarde.


Esa despedida prometía nuevos encuentros y me sentí más que satisfecha. El taxi empezó a alejarse y yo volví la vista, pero Pedro ya no estaba pendiente de mí. Tenía la vista fija en la ventana de un edificio cercano. Alguien lo saludó desde la ventana, probablemente al propio Julián, y él agitó una mano en alto. El intercambio de saludos entre los dos hombres me dejó completamente descorazonada y preferí volver a la rutina de mi vida.


—El Museo de Ciencias está por aquí cerca, ¿No? —le pregunté al chófer—. Lléveme hasta allí, por favor.


—El caballero me ha pagado para que la lleve hasta Chelsea.


—No me importa el dinero, puede quedárselo. Pero quiero que me deje en el Museo de Ciencias.


Sólo hacía veinticuatro horas que había salido de Maybridge, pero ya me parecía toda una vida. Tuve que hacer un esfuerzo para recordar lo importantes que eran para mi los planes que habíamos… Bueno, que yo había trazado con respecto a mi futuro con David.

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