martes, 20 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 28

Era como si me hubiera pasado toda la vida viendo en blanco y negro hasta que Pedro había conseguido llenarlo todo de color. ¿Qué estaba haciendo ese hombre conmigo? Demasiado como para que pudiera asimilarlo todo de una vez.


—¿Eso es todo?


—¿Hay algo más?


Él me dirigió una silenciosa y enigmática mirada antes de ponerse a recorrer la tienda, echando un vistazo a los paraguas. Parecía no tener prisa y yo tampoco la tenía. La compañía de Pedro me había abierto los ojos a otros mundos, a otras verdades. Finalmente, escogió dos.


—¿Cuál prefieres? —me preguntó.


Los miré de arriba abajo, pero no veía que hubiera ninguna diferencia entre ellos, ambos eran negros y clásicos.


—¿Por qué no compras los dos? —sugerí—. Julián podría elegir el que más le guste y tú podrías quedarte con el otro.


—No gracias. A mi los paraguas sólo me causan problemas, me resulta imposible no dejármelos por ahí.


—Bien —dije yo, y escogí uno de ellos—, podemos llevarnos este —me interpuse entre Pedro y el vendedor con el fin de pagarlo yo.


—Paula… —se quejó Pedro.


—Sí, Pedro… —le contesté como una «Tigresa».


—No me pongas las cosas tan difíciles.


—Todavía no sabes lo difícil que puedo llegar a ser. Además, no tenemos tiempo para discutir, se acerca la hora de tu cita con Julián.


—Primero tenemos que dar ese paseo.


—No tiene importancia, de verdad, estoy segura de que haces suficiente ejercicio.


—Claro que hago ejercicio, pero hace un día precioso y el estudio de Julián está al otro lado del parque. Te buscaré un taxi para que puedas volver a casa en cuanto lleguemos allí.


—También podría irme en el metro. Probablemente sea más barato y más rápido —no me daba miedo pasear por un parque con él, lo que me preocupaba era disfrutar demasiado de su compañía.


—Sí, en eso tienes razón. Pero yo estaría mucho más contento si supiera que vas directamente a casa, sin perderte en el metro.


—¿Y cómo voy a aprender si no?


—Si insistes en tomar el metro, tendré que acompañarte para quedarme tranquilo.


—Llegarías tarde —protesté.


—El destino de mi película está en tus manos.


—No estás dispuesto a ceder, ¿Verdad?


—En absoluto —repuso él con una sonrisa.


—En ese caso, vamos a dar ese paseo.


En cuanto llegamos al parque, él me ofreció el brazo para que camináramos juntos. David no tenía la costumbre de llevarme del brazo, le hubiera dado vergüenza. Pero la proximidad de Pedro me hizo darme cuenta de cuanto había echado de menos el apoyo físico de un hombre durante los últimos diez años. Me sentía encantada de la vida y…Un poco culpable de sentirme tan feliz sin David.

No hay comentarios:

Publicar un comentario