jueves, 15 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 23

Combatí el pensamiento de que Julián tuviera otras razones, aparte de las puramente profesionales, para querer estar con Pedro. No era asunto mío, me dije. Sin embargo, a pesar de saber que era una tontería, no pude evitar un ligero estallido de placer al comprobar que no hablaba de sus planes para la tarde con demasiado entusiasmo. Sabía que, para mí, Pedro solo podría llegar a ser un buen amigo. Me convencí de que no estaba lanzando feromonas a mí alrededor, al menos no intencionadamente, y de que la reacción de mi cuerpo no tenía nada que ver con el sexo. Lo más probable era que yo estuviera reaccionando con simple interés pueblerino ante el aire sofisticado y el conocimiento del mundo de ese hombre, unidos a su encanto personal. Interesada por esos ojos que parecían mirarme continuamente, y entusiasmada por la novedad de que ese hombre me estuviera dedicando toda su atención por completo. Material más que suficiente para calentarme la cabeza, si tenía en cuenta que durante toda mi vida sólo había conseguido que David apartara ligeramente la cabeza de las entrañas del viejo Austin cuando le dirigía la palabra. A veces, ni siquiera eso.


—Ataquemos —propuse en cuanto nos sirvieron sendos platos de huevos revueltos con beicon, salchichas y champiñones—. Julián te advirtió que no llegaras tarde —añadí, perdiendo de pronto el apetito al recordar de nuevo a aquel hombre.


Él me tomó la mano y yo salté de emoción. Me miró durante unos instantes.


—¿Podrías pasarme la sal, por favor? —pidió.


—No es bueno abusar de la sal —dije sin quitar la mano de debajo de la suya. Deseaba prolongar ese instante hasta la eternidad.


Pedro echó un vistazo a los platos llenos de comida tóxica para la salud de las arterias.


—Creo que ya es difícil empeorar el menú —comentó con una risotada.


Sonreí.


—Aquí tienes la sal —dije—, pero prométeme que vas a hacer algo saludable durante el día.


—¿Algo energético?


La simple mención de la energía desencadenó un torrente de pensamientos lujuriosos a los que fui incapaz de enfrentarme.


—Con un paseo será suficiente, un paseo a buen paso —dije yo.


—¿Por los jardines de Kensington?


—Te dejo elegir el lugar.


—No te preguntaba tu opinión. Te estaba pidiendo que me acompañaras tú para asegurarte de que cumplo mi promesa.


La situación era irresistible. La lluvia fría del día anterior había dado paso a un día cálido y soleado, algo muy raro en pleno mes de noviembre. Los árboles estarían desnudos, pero en los paseos habría montones de hojas secas. Me hice la ilusión de que caminábamos, tomados de la mano, dando patadas a las hojas muertas como si fuéramos un par de críos. Era obvio que estaba perdiendo la cabeza.

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