Mi teléfono móvil sonó, avisándome de que tenía un mensaje de texto. Lo saqué del bolso y lo encendí: "Éxito total con el paraguas. ¿Estás a salvo en casa? Pedro". Yo no quería enterarme de que Julián estaba contento e hice caso omiso de la pregunta de Pedro sobre mi seguridad, así que desconecté el teléfono de nuevo. Cuando levanté la vista me encontré con una mirada de Lorena que decía: «No te voy a preguntar de quién es, pero me muero por saberlo».
—No es nada —dije con las mejillas arreboladas—.Un amigo, ya lo llamaré más tarde.
—Bien —dijo Lorena.
Era evidente que no me había creído. De hecho, ni siquiera yo me creía lo que había dicho. ¿Podía describir mi relación con Pedro como simple amistad?
—Dios mío, Paula —exclamó Lorena de repente—. Me he olvidado de decirte que alguien te ha llamado mientras estabas fuera.
—¿David? —pregunté con una sensación de pánico motivada por la culpa. No podía hablar con David todavía, no hasta que mis pensamientos y sentimientos se hubieran tranquilizado un poco.
—Tu madre —repuso Lorena—. ¡Qué mujer tan encantadora! Me dijo que allí donde estaba eran las tantas de la madrugada, pero que no podía dormir, así que pensó que podría llamarte para decirte que ella y tu padre habían llegado bien.
—Gracias.
—¿Quién es David?
—¿Qué?
—Pensaste que la llamada podía ser de David.
—Ah, sí, claro —dije componiendo una mueca cómica que ocultara la confusión de mis sentimientos—. Es mi vecino.
—¡Qué bonito!
Ese solía ser el momento en que yo soltaba toda la historia de nuestro noviazgo desde el principio. La bicicleta, etcétera. Era el momento en que explicaba que habíamos decidido pasar el resto de nuestras vidas juntos y que todo Maybridge lo sabía. Pero en ese instante todo me parecía lejano y remoto, así que me limité a sonreír. Hice un esfuerzo para volver a la realidad y saqué del bolso la postal del primer Austin de l922 que había comprado en el Museo y escribí: "Me gustaría que estuvieras aquí". Pero en vez de terminar la frase con un punto, puse una interrogación. La verdad era que, por el momento, no me apetecía nada que David apareciese por allí. Lo que necesitaba era un poco de tiempo para aclarar mis ideas sobre nuestro futuro.
Tu mejor amiga te invita a una cena de cuatro con un desconocido al que vas a adorar en cuanta la veas. ¿Qué harías?
a. Saltas de alegría. No hay nada que perder. El novio de tu amiga es jugador de rugby y se supone que todos sus amigos deben ser hombres potentes y musculosos.
b. Te acuerdas de tu última cita a ciegas con un ligero escalofrío, pera te convences de que esta vez no tiene por qué ser tan espantoso.
c. Le dices, sin contemplaciones, que nunca te citas a ciegas.
d. Le recuerdas que tienes un novio esperándote en tu pueblo y haces caso omiso a la carcajada con que te responde.
e. Como sabes que no va a aceptar un «No» por respuesta, llamas a una amiga para que finja una crisis de nervias repentina y te disculpas con esa excusa.
—¿Paula?
Yo estaba hecha pedazos. Sofía me había llevado de tiendas y habíamos comprado ropa sin parar hasta que no pude dar ni un paso más. Ya no me importaba que David no se planteara una boda inminente. Acababa de gastarme los ahorros de toda la vida en una tarde. El pensamiento de que tardaría tiempo en volver a reunir el dinero necesario para pagar los gastos de la boda no me molestó tanto como era de esperar. Sin embargo, parecía que Sofía había cobrado nuevas energías al enterarse de que podía comprar ropa con la tarjeta de crédito de otra persona. Estaba feliz y contenta, y no parecía en absoluto cansada. Cuando llegamos a casa yo me dejé caer sobre un sillón, exánime, y ella se enroscó como un gato en el otro, con una copa de vino en una mano y mi revista en la otra, echando un vistazo a las posibles respuestas a la pregunta sobre la «Cita a ciegas».
No hay comentarios:
Publicar un comentario