jueves, 15 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 21

 —Lo siento, me parece que a tu… —no sabía cómo llamarlo ni qué papel jugaba en la vida de Pedro. Lo miré mientras me servía el café, pero sus ojos no fueron de gran ayuda— amigo —me decidí al fin— no le ha hecho demasiada gracia que…


—¿Tomas azúcar? —me contestó Pedro sin entrar en el tema, mirándome sin sonreír pero con expresión algo traviesa. ¿Acaso me encontraba divertida? Tomo mi silencio por un «No»—. ¿Leche?


—No, gracias, así está bien.


En realidad lo habría preferido con un poco de leche y me moría por una buena cucharada de azúcar. Hacía años que intentaba olvidarme del dulce sin el menor éxito. Bebí un sorbo de café intentando evitar una mueca de desagrado por lo amargo que estaba.


—Escucha, si estás ocupado, puedo irme sola a Portobello. A pesar de que las apariencias indiquen lo contrario, las células de mi cerebro son capaces de crear conexiones entre sí.


—Lo único que tengo que hacer en toda la mañana es buscar un paraguas nuevo para Julián.


Lo cual quería decir que bien trataba de mostrarse amable bien no se había creído el cuento ése de como funcionaban mis neuronas. Era posible que, en su caso, yo también me hubiera mostrado escéptica. Mi corazón era incapaz de mantenerse bajo control ante su proximidad física y lo más seguro era que él lo hubiera interpretado como un signo de debilidad mental. De repente, me dí cuenta del significado de sus palabras.


—¿El paraguas era de Julián? —pregunté horrorizada.


Estaba preparada para costear un paraguas nuevo para Pedro. Se había portado como un amigo y un buen vecino. ¡Incluso había compartido su cena conmigo! Pero no me sentía tan generosa con respecto a Julián, aún recordaba la mirada de reproche con que me había obsequiado antes de marcharse. Era como si me hubiera clavado un puñal en la espalda. Y yo sentía lo mismo por él.


—Insistió en que me lo llevara ayer por la tarde cuando salí de su casa, a pesar de mis protestas. Me ha explicado con todo lujo de detalles el cariño que le tenía y lo mucho que lo va a echar de menos.


Procuré refrenar el ataque de celos que me había provocado el hecho de enterarme de que Pedro había estado el día anterior en casa de Julián.


—Pero tú no tuviste la culpa de que se perdiera, fui yo. Lo siento, supongo que se habrá reído al escuchar la historia completa de los desastres de ayer, ¿O no?


—No, no se la he contado.


Me imaginé lo difícil que resultaría explicarle a tu amante que le habías prestado su paraguas a una mujer desconocida y que ésta lo había perdido.


—Lo siento de veras.


Pedro sonrió.


—No te preocupes tanto. Limítate a ayudarme a encontrar otro nuevo en Portobello, para que podamos hacer las paces.


—Estupendo —dije, recordando que también habría que reemplazar el cuenco de porcelana—. ¿Podemos detenernos en un cajero durante el camino?


Daba la impresión de que me iba a tener que gastar hasta el último penique de mi cuenta de ahorros.

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