—Vamos, Paula, arriésgate —me animó—. No puedes ser tan mansa como una «Ratoncita» con ese color de pelo.
—¿Tú crees?
Pedro me había dicho algo parecido mientras jugaba con uno de mis rizos. Con sólo pensar en sus largos dedos, en sus nudillos acariciándome la mejilla, mi corazón dio un brinco y sentí una comezón de excitación en la piel. Me había enviado otros dos mensajes de texto al móvil. El segundo ligeramente ansioso: "Paula, ¿Dónde estás?"; y el tercero, un puro mandato: "Paula, llámame". Yo deseaba hacerlo, el cielo lo sabe. Quería volver a escuchar su voz aterciopelada, estar tan cerca de él como para que mis sentidos se avivaran con su aroma. Sentir sus labios contra los míos…
—¡Hooola! —exclamó Sofía para sacarme de mi ensueño—. ¿Me estás escuchando?
—¿Qué? Sí, claro —mentí.
Mi mente ni siquiera estaba en la misma casa. Mi imaginación recreaba el temprano desayuno en el apartamento setenta y dos, con la mano de Pedro sobre la mía. Luego erraba por el parque, ambos tomados del brazo, paseando sobre un lecho de hojas muertas. En el taxi, temblando mientras sus labios tocaban mi mejilla en el beso de despedida, deteniéndose allí el suficiente tiempo como para hacerme concebir ideas… Me moría por llamarlo, pero reparé en que Sophie me miraba con extrañeza.
—Estoy pensando —me justifiqué.
—Tan sólo es un cuestionario de una revista femenina, Paula, no un examen de doctorado.
Era verdad, y solo veinticuatro horas antes yo me hubiera inclinado inmediatamente por la respuesta d. Tenía un novio esperándome en mi pueblo, pero ese detalle parecía haberse eclipsado de mi mente. Lo único que deseaba era llamar a Pedro, pero me detenía el recuerdo de su expresión seria mientras miraba hacia la ventana de Julián. Puede que Pedro hubiera estado pensando en mi, incluso preocupándose por mi bienestar, pero la realidad era que estaba con Julián.
—Déjala —dijo Lorena, llegando desde la cocina y dejándose caer sobre un sofá, ya arreglada para una nueva cita con su maravilloso abogado—, tiene a su novio esperándola para casarse en Maybridge.
—¿De verdad? —preguntó Sofía, atónita—. ¿Estás comprometida o algo así? No llevas anillo.
No, no estaba comprometida ni llevaba anillo, pero, decidida a convertirme en una Tigresa», repuse:
—Para ser sincera, tengo que reconocer que mi novio está más interesado en el motor de un viejo Austin que en mí.
Había tenido intención de decirlo en tono de broma, pero mientras pronunciaba esas palabras, me di cuenta de que no tenían ni la menor gracia. Eran, simple y llanamente, la pura verdad. Había dedicado años enteros de mi vida a la devoción que sentía por David mientras él dedicaba toda su atención a una innumerable serie de vehículos averiados. Yo había sido la novia perfecta, siempre atenta a sus caprichos, sin exigir nunca nada a cambio. Jamás había tenido que esforzarse para mantener nuestra relación. Aunque eso sólo era culpa mía, no estaba nada segura de cual hubiera sido el resultado si alguna vez me hubiera decidido a ponerlo a prueba.
—Quizá deberías apuntarme en la respuesta a —dije con una amarga sonrisa.
Lorena me miró con sorpresa y Sofía con una sonrisa cómplice.
—Buena elección —dijo la menor de las hermanas—. Dispones de una hora para arreglarte. Ponte algo sexy. Tomás adora los «Bomboncitos» con mucho pelo y poca ropa.
¿Qué? ¿«Bomboncitos»? ¿Poca ropa?
No hay comentarios:
Publicar un comentario