jueves, 29 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 39

 —¡No! —exclamé—. No pretendía. Simplemente, tenía calor.


—Sí, ya lo sé.


Él retiró el hielo de sus labios y lo aplicó a una de mis sienes mientras yo daba un salto de sorpresa y excitación. Me sentía muy vulnerable a causa de la intimidad que se había creado entre nosotros y cerré los ojos en silencio.


—¿Cuánto calor tienes? —preguntó él con atrevimiento.


—Pedro, por favor… —dije, enfureciéndolo.


Si se hubiera tratado de otra persona, yo habría reaccionado con nervios, incluso con miedo.


—¿Por aquí? —insistió él pasando el hielo por mi mandíbula.


—Pedro… —protesté débilmente mientras sentía debilidad en las rodillas—, por favor. Lo siento…


Lamentaba que él no pudiera desearme de la manera que yo quería. Mi cuerpo parecía querer explotar y mis pezones amenazaban con traspasar la tela del vestido. Deseaba quitármelo y dejar que sus manos lo recorrieran por completo, que me estrechara contra su cuerpo, que me acariciara los lugares más recónditos…


—¿Por aquí? —continuó él sin compasión, dejando que el cubito de hielo se deslizara por mi garganta, por el escote, por la parte de mis pechos que quedaba al descubierto, por encima de la tela sobre mis pezones… Haciéndome estallar de deseo.


—¡Sí! —exclamé, dándome por vencida—. ¡Sí, sí y sí! ¿Estás ya contento? ¿Te divierte llevarme hasta el límite de lo que una mujer puede soportar?


—No soy homosexual, Paula —dijo con tono de advertencia— Aunque supongo que ya te habrás dado cuenta.


—¿Qué? —exclamé con los ojos como platos. Su mirada brilló con deseo animal—. ¿Que no eres homosexual? ¿De verdad? De repente sentí que el interrogatorio podía esperar. Lo que necesitaba en ese preciso momento era pasar a la acción, no conversar. Solté una carcajada—. No puedes imaginarte el alivio que siento.


—¡Paula, escúchame! Quiero que lo comprendas. Pensabas que conmigo estarías a salvo, pero no es así. Estás jugando con fuego.


—Yo estoy que ardo —le dije mientras pasaba los brazos en tomo a su cuello para atraerlo hacia mi—. Crepitando —añadí antes de besarlo sin vergüenza, sin reparos, entregándome por completo.


Él se resistió durante unos instantes, luchando contra su propio deseo y apartándome un momento para poder mirarme a la cara.


—Hueles tan bien… —comentó antes de utilizar toda la potencia de su cuerpo para abrazarme—. Eres tan dulce… — murmuró mientras su boca con sabor a whisky se apoderaba de la mía y me transportaba a un lugar oscuro y remoto, primitivo, donde no existía el pensamiento, sólo los sentimientos.


Estaba segura de que Pedro ya me había enseñado todo lo que había que saber sobre los besos con el que me había plantado delante de Sofía, pero no era así. Eso sólo había sido el preámbulo de la clase magistral que estaba recibiendo en ese momento. Cuando me bajó la cremallera trasera del vestido, gemí de alivio. Me besó los pechos con avidez, sacándolos de su confinamiento, succionándome los pezones hasta hacerme gritar de placer, presintiendo ya el momento de éxtasis final. Me sentí diabólicamente hermosa y deseada.


—Pedro… —la mención de su nombre expresaba mi urgencia, suplicaba que me llevara a la cima del placer; pero no sabía como pedirlo—. Por favor…


Oí un gemido de dolor, era posible que él me hubiera malinterpretado.


—Paula… Lo siento…


—¡No! ¡No te detengas! —rogué, estupefacta ante mi propia respuesta libertina, pero incapaz de apartar la atención de la urgencia de mis sentidos. Todo había desaparecido de mi mente, menos la dulzura de la boca de Pedro recorriendo las distintas partes de mi anatomía, algo con lo que solo había podido soñar hasta la fecha. La carne suave y caliente de su cuello y sus hombros bajo mis manos, la urgente necesidad que yo había despertado en él y que también corría por mis venas—. Por favor, no te detengas…


—No podemos hacerlo —dijo Pedro.


—Sí…, sí podemos.


El deseo de él era evidente incluso para una persona poco experimentada como yo, lo cual convertía su rechazo en algo totalmente incomprensible, hasta doloroso.

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