Sofía y Lorena estaban desayunando en la cocina y había una jarra de café humeante sobre la mesa.
—¿Ya está arreglada la cocina? —pregunté depositando delante de Lorena el cuenco que acababa de comprar en Portobello.
—¿La cocina?
—Anoche intenté enchufarla y saltaron los plomos. Cuando me marché esta mañana, había un electricista en la casa tratando de arreglarla.
—Dijiste que te ocuparías de eso —le reprochó Lorena a Sofía.
—Lo hice. Puse una nota que decía: «No funciona» y —el silencio entre ambas se podía cortar con un cuchillo.
—Y. .. —la animó Lorena, enfurecida.
—Supongo que lo olvidé. Lo siento.
—No ha pasado nada —intervine rápidamente, antes de que Lorena explotara—. Puse un fusible nuevo que me dió el vecino del número setenta y dos y… —no pensaba explicar el resto de mis actividades junto a Pedro— y él se ofreció gentilmente a buscar un electricista a primera hora de la mañana.
—Es un encanto. Lastima que vaya a mudarse.
—¿Mudarse? —la visita al primer ejemplar del Austin de l922 que albergaba el Museo de Ciencias no me había preparado para oír semejante noticia—. ¿Cuándo?
—Creo que pronto —contestó Lorena con el ceño fruncido—. Me lo dijo hace un par de semanas. El departamento no es suyo, lo tiene alquilado temporalmente.
—Entiendo. No me dijo que fuera a marcharse.
Pero era obvio que, si Pedro viajaba tanto, no necesitaba disponer de un piso de forma permanente. Los planes para la filmación del ciclo vital de la tortuga gigante debían estar más avanzados de lo que parecía.
—La cuestión es —dije cambiando de tema— que anoche rompí un cuenco de porcelana mientras buscaba una linterna. Así que he comprado uno nuevo —añadí desenvolviendo el paquete—. Se que nunca podrá sustituir al original, pero espero que vuestra tía no se enfade demasiado.
—Paula, no tenías por qué hacerlo —dijo Lorena mirándome—. La tía Clara lo hubiera entendido. Además, creo que Sofía debería devolverte el dinero, ya que todo ha sido culpa suya.
—¡De eso nada! —exclamó Sofía volviendo a la vida súbitamente.
—No tiene la menor importancia, Sofía —me apresuré a calmar los ánimos—. Pero me gustaría pedirte un favor.
—¿Qué tipo de favor? —preguntó con tono receloso.
—La verdad es que necesito comprarme ropa nueva —dije con un ligero encogimiento de hombros—. En realidad necesito comprarme un vestuario completo. Y no sé por donde empezar ni qué comprar.
—¿Es urgente? —preguntó ella, sonriendo claramente ante la perspectiva, pero sin dar aún del todo su brazo a torcer.
Con el rabillo del ojo ví como Lorena sonreía y asentía con la cabeza, como si aprobara la táctica que estaba usando para ganarme a su hermana.
—Me temo que sí. Quiero estar presentable el lunes por la mañana en el trabajo. No me gustaría que nadie pensase que soy una pueblerina. ¿Podrías acompañarme?
—¿Dónde vas a trabajar?
Le dí el nombre del banco y saltó de la silla.
—Concédeme diez minutos —dijo dirigiéndose como un rayo hacia su habitación para vestirse.
—Eres diabólica —comentó Lorena con una carcajada cuando nos quedamos a solas—. ¿De verdad vas a trabajar en Barlett?
—He sido destinada a la central en comisión de servicio. Es solo un trabajo temporal.
—Eso no importa. Sofía se convertirá en tu mejor amiga si le proporcionas acceso a todos esos ejecutivos de alta dirección.
No era eso precisamente en lo que yo estaba pensando, pero seguro que resultaba mejor que tener a Sofía de uñas todo el día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario