—Yo no puedo —aclaró él.
—Pensé que habías admitido que podrías —repuse con amargura cuando me di cuenta de que hablaba en serio. Luego me llevé una mano a la boca y musité—: Lo siento, lo siento, lo siento…
—¡No digas eso! Tendría que ser yo el que lo dijera. Creí que podría controlarme, pero lo que estamos haciendo no está bien.
Yo no quería que él se sintiera apenado, sólo deseaba que siguiera abrazándome. Y, de hecho, mantuvo el abrazo, pero sólo para que me apaciguara, para asegurarse de que no me desplomaba sobre el brillante suelo de tarima. En cuanto se dio cuenta de que yo había recobrado la compostura, me soltó, tomó su vaso de whisky y lo apuró de un solo trago. Parecía que había llegado el momento de que me vistiera. Él esperó a oír el sonido de mi cremallera antes de volverse a mirarme.
—Estás sola y eres vulnerable, por eso no debemos hacerlo. Tienes un novio esperándote en Maybridge.
—No pienso volver jamás.
—No sabes lo que dices, Paula.
¿No lo sabía? Aunque me sorprendía haber dicho semejante cosa, todo mi cuerpo sabía que era la pura verdad. Había pasado la mayor parte de mi vida convencida de estar enamorada de David y, sin embargo, allí estaba, en el departamento de Pedro, a una hora escasa de Maybridge, lanzándome a los brazos de otro hombre, tan entregada como si hubiera llegado el día del fin del mundo. Algo iba mal, pero no tenía ninguna relación con él.
—Simplemente estás furiosa porque te ha dejado venirte a Londres sin él —prosiguió Pedro.
Me habría echado a reír si hubiera estado segura de no ponerme a llorar al mismo tiempo. No tenía ningún sentido enfadarse con David, ya me había inundado de frustración cuando su madre había abortado los planes para que me acercara a la estación de tren, pero él solo me había dedicado una suave mirada que quería decir: «No me queda otro remedio». Solo había un hombre en todo el planeta con el que deseaba mostrarme furiosa, y estaba delante de mí.
—¿Y piensas que hago esto para vengarme'? ¿Es eso? —él no contestó y yo sospeché que había dado en el blanco—. ¿Piensas que esa era la razón por la que me iba de fiesta con Sofía?
—Estabas lo suficientemente provocativa y preparada para entrar en acción cuando nos encontramos en el ascensor.
—Y estás convencido de que has conseguido evitar que cometiera un error, ¿No? ¿Es por causa de David? Pues quiero dejarte bien claro que me parece un gesto muy noble, excepto por una cosa —dije mirándolo directamente a los ojos—. Al salir del baño, daba la impresión de que tú también estabas deseando entrar en acción.
—No, maldita sea…
—Sí, maldita sea, Pedro —dije recogiendo mi bolso mientras me dirigía a la puerta del departamento. Casi había terminado de ponerme el abrigo, cuando él llegó hasta mí y apoyó con fuerza su mano contra la puerta para impedirme salir. Busqué mi móvil en el bolso y con dedos temblorosos marqué un número que tenía en la agenda.
—¿Qué demonios estás haciendo?
—Estoy llamando a un taxi. Me voy a la fiesta de Sofía tal y como habíamos planeado. Puede que ésta sea la noche de suerte de Tomás.
—Ni hablar —repuso Pedro arrebatándome el móvil para desconectarlo, antes de devolvérmelo con una pequeña y taimada sonrisa que procuró contener.
—No se puede negar que tienes arrestos —dije.
—También tengo el número de una agencia de taxis más cerca de Londres que de Maybridge.
—¿Qué?
—El número que has marcado desde la memoria del teléfono era de una agencia de taxis de Maybridge. ¿Lo utilizaste para que te llevara a la estación? ¿No tenías a nadie que pudiera acompañarte?
—Mis padres estaban fuera y David no pudo venir conmigo. Surgió algo importante que… —dije mientras una lágrima solitaria escapaba de mis ejes. Antes de que pudiera secármela yo misma, Pedro pasó su pulgar sobre ella.
—Debe ser un hombre maravilloso para que hayas aguantado tanto tiempo en él, recibiendo tan pecas atenciones.
Pensé, per primera vez, que era posible que ye me hubiera pegado a él como una lapa y que él había sido le suficientemente dulce y considerado como para no echarme de su lado.