martes, 18 de octubre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 7

 —¿Cómo que está inhabitable?


Pedro suspiró, ahogando una maldición. Paula tuvo la impresión de que había estado a punto de levantar la mano para pasársela por el pelo. Solo que no podía. El pobre.


—Se han caído unas tejas. Eso es lo que estaba haciendo cuando me caí, intentar tapar el agujero del tejado.


—Me habías dicho que estabas intentando rescatar a tu gata.


Pedro suspiró de nuevo, irritado.


—Y es verdad... Pero eso da igual. El caso es que el colchón está mojado y la moqueta también, así que no puedes dormir aquí hasta que compre otro colchón y ponga moqueta nueva.


Tampoco era para tanto. Solo serían unos días, se dijo Paula. El pobre doctor Alfonso tenía un aspecto horrible. ¿No pensaba tomar algún analgésico? Seguramente, no. Era de esos hombres incapaces de reconocer que tienen problemas. Cabezota como una mula. Pedro miró hacia una puerta, con expresión angustiada.


—¿Necesitas algo? —preguntó Paula. 


—Voy al cuarto de baño.


Cuando ella se levantó de la silla, Pedro le lanzó una mirada que hubiera podido congelar el Atlántico.


—Ni se te ocurra.


Escondiendo una sonrisa, Paula volvió a sentarse y esperó pacientemente. Los botones, decidió Pedro, eran cosa del demonio. Solo Dios sabía quién había inventado los vaqueros con botones. Pero, desesperado, consiguió desabrocharlos. Cualquier cosa antes que pedirle ayuda a ella. Lo que no hizo fue volver a abrocharlos. No podía soportar el dolor en la muñeca. ¿Y ahora qué?, se preguntó. ¿Ir con la bragueta desabrochada o cambiarse de pantalón?  Pero los pantalones estaban en el piso de arriba y él estaba abajo. Le dolía la cabeza, estaba mareado y tenía ganas de vomitar otra vez. Intentó abrir el grifo, pero estaba muy apretado. Intentó con el otro. Tampoco. ¿Por qué apretaba tanto los grifos?, se preguntó, furioso. Pedro apoyó la cabeza sobre la pared y, al hacerlo, se le escapó un gemido. Le dolía todo. Si tuviera tres años, se habría puesto a berrear. Pero tenía treinta y tres y no pensaba darle a Paula Chaves el placer de verlo llorar.


—¿Pedro, te encuentras bien?


—Sí —contestó él, con los dientes apretados.


—He pensado que querrías ponerte un pantalón de deporte. Estarás más cómodo.


Pedro abrió la puerta como pudo y tomó los pantalones. Aquella mujer parecía leer sus pensamientos. No la miró a los ojos. No quería ver burla o, peor, compasión en ellos.


—Gracias. Eres muy amable, Paula —dijo ella, desde el pasillo—. De nada, de nada.


—Gracias —gruñó él.


Lo único que tenía que hacer era quitarse los zapatos y los vaqueros sin caerse de cabeza. Pedro tenía un aspecto horrible. Estaba pálido, tirando a gris, y parecía a punto de vomitar. Había tardado siglos en cambiarse de pantalones y estaba tumbado en el sofá mientras Paula intentaba encender la chimenea. Por fin, el tronco se prendió, seguramente de aburrimiento. Contenta, ella puso otro tronco encima para hacerle compañía. Simba también parecía contento y se tumbó frente al fuego con un suspiro.


—¿Por qué no te vas a la cama? —sugirió Paula, después de verlo luchar contra el sueño durante una hora.


—Tengo que permanecer despierto el mayor tiempo posible — contestó él—. No sé si recuerdas que tengo una pequeña conmoción cerebral —añadió, con tono condescendiente. 

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