martes, 4 de octubre de 2022

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 43

Paula pasó la hora siguiente trabajando con Julián, el pálido y magro joven que había hecho maravillas con la programación sin tardar casi nada. Juntos suprimieron las últimas imperfecciones mientras Pedro y Guillermo trabajaban en los costos.


—Te manejas muy bien con el ordenador—la elogió Julián—. Si hubieras venido antes, lo habríamos terminado durante la semana.


—Paula tenía cosas más importantes que hacer, Julián —intervino Pedro. Ella se sintió culpable. Le había pedido que lo acompañara, pero había estado más interesada en protegerse de él que en ocuparse del sistema informático—. ¿Cuánto más van a tardar? Sonia acaba de avisar de que la comida está lista.


Julián negó con la cabeza.


—Vayan ustedes. Necesito revisar el sistema a fondo si quieren llevárselo esta misma tarde.


—¿Te traemos algo de comida? —preguntó Paula, que en el fondo deseaba quedarse con él para no tener que enfrentarse a la terrible hermana de Pedro.


Julián negó con la cabeza, absorto en lo que hacía, así que lo dejaron trabajando y fueron a la cocina, donde Sonia los esperaba con los platos en la mesa. Guillermo y ella vivían en una gran casa campestre detrás de las caballerizas, con sus dos hijas adolescentes y muchos perros. Lejos de mostrarse aterradora, Sonia la recibió con simpatía y, a diferencia de Guillermo, no demostró la menor sorpresa al ver la silla de ruedas.


—¿Necesitas ayuda? —preguntó con toda naturalidad.


—No, puedo manejarme sola, gracias.


Más tarde, mientras las mujeres cargaban el lavavajillas y los hombres se disponían a volver al taller, Sonia sugirió que tomaran el café en la terraza para disfrutar del paisaje marino.


—Éste es un lugar encantador —comentó Paula. 


—Nos gusta, y mis padres viven un poco más lejos de modo que podemos estar pendientes de ellos, les guste o no —dijo mientras señalaba hacia la gran mansión entre los árboles que Paula había vislumbrado al llegar—. Ahí está. Le habría pedido a Pedro que te llevara a ver los jardines, pero habría sido un esfuerzo inútil.


Paula observó que era una imponente casa solariega.


—Hermosa mansión...


Sonia le tendió un plato con dulces.


—¿Quieres ayudarme con esto? Las niñas han estado experimentando con recetas para el puesto de bizcochos que van a instalar en la fiesta del verano. ¿Tú también vives en Londres?


—¿También? Ah, te refieres a Pedro. Sí —respondió, y al ver que Sonia hacía una mueca, añadió—: Vivo en un lugar encantador. Es un departamento en el jardín de la casa de mi prima Daniela y su marido Gustavo. Ellos viven en las plantas superiores. Aunque debo admitir que me muero por trasladarme al campo.


—A la mayoría de las personas que viven en la ciudad les sucede lo mismo, porque suelen venir en días de sol. Aunque no es tan bonito en pleno invierno con el barro, la nieve y el viento.


—Viví en el campo hasta que fui a la universidad.


—¿Sabes conducir?


—Sí, tengo un coche especialmente adaptado. Intenté venir en él, pero Pedro me raptó.


—Es inútil vivir en el campo si uno no sabe conducir. Especialmente cuando se tienen necesidades especiales.


—No es divertido vivir en ninguna parte cuando se tienen necesidades especiales.


—¿Cómo se conocieron?


Paula se dió cuenta de que aquello no era tanto una conversación como un interrogatorio. Y decidió que ésa sería la última pregunta. Tenía deseos de decirle que no era asunto suyo, pero seguramente Sonia pensaba que sí era asunto suyo si su hermanito se liaba con una mujer parapléjica que no le causaría más que sufrimientos.


—El año pasado mi prima Daniela se casó con Gustavo. Hace poco celebraron la recepción de la boda y Pedro fue a la fiesta.

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