jueves, 13 de octubre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 2

La muñeca se le estaba hinchando y si seguía haciéndolo el reloj le cortaría la circulación. Estupendo. Pedro cerró los ojos y apoyó la cabeza en el suelo. Tendría que esperar a que llegase Paula Chaves para que lo sacara del apuro. Tenía algo clavado en la espalda, una piedra seguramente, pero no podía moverse. Si fuera un filósofo, agradecería el dolor porque era prueba de que estaba vivo. Pero no era filósofo y, en aquel momento, no le habría importado mucho estar muerto. Y entonces, como si la situación no fuera ya horriblemente desesperada, sintió las primeras gotas de lluvia cayendo sobre su cara...



Paula llegaba tarde. Siempre llegaba tarde, pero aquella vez había sido culpa de Iván y su absurdo interrogatorio. Él sabía que tenía que hacerlo, sabía que, como médico, debía hacer prácticas y sabía que era algo temporal. Las prácticas eran algo temporal, pero la ruptura con Iván era definitiva. Aunque ella esperaba que sus prácticas en Bredford durasen lo menos posible. Seis meses como máximo. Eso, junto con los seis meses que había trabajado como médico de guardia, sería suficiente, y podría volver a Londres para incorporarse a un gran hospital. Por supuesto, no tenía por qué irse al campo. Podría haber encontrado una clínica en Londres, pero la verdad era que había aceptado para alejarse de Iván. Aquella relación no tenía sentido y se lo había dicho. De todas las maneras posibles. Incluso había tenido que ser grosera con él. «No soy tuya. Vete. Déjame en paz». Iván había entendido por fin. O, al menos, había parecido entender porque salió de su coche dando un portazo y se perdió entre el tráfico de la populosa calle Fullham. Paró el coche en el arcén y echó un vistazo al mapa. Estaba lloviendo, por supuesto, y no estaba segura de si había tomado la carretera que debía tomar.


—La salida de High Comer y luego el desvío a la derecha — murmuró, mirando el camino de tierra. 



¿Sería aquello? Pero iba a una granja, así que seguramente no se había equivocado. Con un suspiro de resignación, volvió a arrancar. La carretera, además de no estar asfaltada, tenía muchos baches. ¿Baches? Socavones, más bien. De repente, el coche se quedó atascado en uno de ellos, uno que parecía llegar hasta las Antípodas. Paula dió marcha atrás, pero las ruedas no se movían. Frustrada, salió del coche y se metió en un charco. Hasta las rodillas. ¡Cuando viera al doctor Alfonso iba a decirle un par de cosas! Subiéndose el cuello de la cazadora, decidió ir andando. La granja no podía estar muy lejos. Asumiendo, claro, que no se hubiera equivocado de salida en la autopista.


—Mira el lado bueno, Paula. Podría estar nevando —se dijo a sí misma. Diez segundos después, un copo de nieve se aplastaba contra su nariz—. ¡No era una sugerencia! —gritó, levantándose aún más el cuello de la cazadora.


En cuanto viera al doctor, «La carretera tiene algunos baches», Alfonso iba a matarlo.





Llegaba tarde. Qué típico de las mujeres, pensaba Pedro. Cuando más se las necesitaba, llegaban tarde. Pensó de nuevo en levantarse, pero el dolor que experimentaba cada vez que movía un músculo lo hizo desistir. Además, tenía las llaves de la casa en el bolsillo del pantalón y no podría sacarlas. De modo que se sentó como pudo, apoyado en la pared, y esperó. Echando humo. Frida le hacía compañía. Frida, la causante de la tragedia. Debería haber sabido que la maldita gata era perfectamente capaz de bajar sola del tejado. Si hubiera pensado un poco, se habría dado cuenta de que podía haber saltado al techo de la leñera y, desde allí, al suelo. Seguramente, así era como había subido. Apoyó la cabeza en la pared y cerró los ojos. Había dejado de llover y un diminuto rayo de sol estaba dándole en la cara. Típico de abril: Lluvia, nieve y luego sol. Y vuelta a empezar. El sol le haría bien. Quizá así podría dejar de temblar de forma incontrolable. Estaba conmocionado por las fracturas. Desde luego, el brazo derecho estaba roto y la muñeca izquierda seguía hinchándose. La correa del reloj se le clavaba en la carne e intentó romperla con los dientes, pero el dolor que le producía era tan grande que no merecía la pena. 

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