martes, 25 de octubre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 16

 —Sí. Me mandó una foto y tiene una pinta estupenda. ¿Por qué no prueba, Carlos? Hacer cambios no es tan malo —sonrió Paula, cerrando el maletín.


—No te estamos diciendo lo mismo por coincidencia. Date una oportunidad, hombre.


—Lo sé, lo sé, tienen razón —murmuró Carlos, bajando la mirada.


—Pamela, a ver si un día me enseñas los geranios. No entiendo cómo a tí no se te mueren en invierno —dijo Pedro entonces.


Aquello sí que era increíble, pensó Paula, estupefacta. Le gustaba la jardinería.


—He guardado unas raíces para tí. Ven al invernadero —sonrió Pamela.


—Eres un ángel.


—Yo esperaré aquí —dijo Paula.


Carlos la miró entonces.


—Dímelo sin rodeos. ¿Después de la operación duele mucho?


—Mucho —contestó ella, con sinceridad—. Pero menos que otro infarto. Lo peor son las costillas, pero le pondrán un analgésico en vena y eso ayuda mucho. Mire, todos los pacientes que llevan un marcapasos se olvidan de la operación unas semanas más tarde. Eso no es lo importante.


El hombre asintió, nervioso.


—Es que me da miedo —le confesó—. No puedo decírselo a Pamela, pero es que no puedo soportar el dolor. Mi mujer quiere que me lo haga en una clínica privada porque es más rápido, pero yo no quiero. Y eso que tenemos un seguro médico muy bueno. Supongo que quiero esperar a ver si me muero y no tengo que pasar por eso. ¿Le parece raro?


Paula negó con la cabeza.


—Es normal. A la mayoría de la gente le da más miedo el dolor que la muerte. Pero no hay garantía de que muera de otro infarto y sí de que, si lo tuviera, sería muy difícil ponerle un marcapasos. Lo mejor es que vaya al cardiólogo.


—Es que... No puedo.


—Tiene que hacerlo, Carlos. Podrían hacerle un electrocardiograma para ver exactamente qué arterias son las que están obstruidas.


—Eso ya me lo han hecho. Pero no he ido a buscar los resultados. 


—Pues hágalo. Quizá podrían hacerle una angioplastia, en lugar de ponerle un marcapasos. Ya sabe lo que es, le instalan un catéter inflable en las válvulas del corazón. Es una intervención mucho menos dolorosa. Pero hasta que no vaya a buscar los resultados, no sabrá si eso sería bueno para usted.


Carlos asintió.


—Tiene razón. Gracias.


—De nada. Si tiene un ordenador, en Internet puede enterarse de cómo se realizan esas operaciones —sonrió Paula, levantándose—. Y espero que esta vez vaya a hablar con el cardiólogo. Tengan que ponerle un marcapasos o no, su vida será mejor. Piense en los años que ha trabajado para tirarlo ahora todo por la borda cuando podría estar disfrutando de la vida —añadió, mirando su reloj—. He de irme. Tengo un montón de pacientes que visitar. Es mi primer día.


—Y Pedro con los brazos rotos, ¿Eh? Aun así, es tan simpático como siempre. Cualquier otro, estaría gruñendo.


Paula casi se atragantó, pero no dijo nada. ¿Simpático? En ese momento, aparecieron Pedro y Pamela. Él llevaba dos pequeños tiestos sujetos con la escayola y ella tuvo que disimular la risa.


—¿Aprovechándote de los pacientes? —bromeó, mientras se dirigían al coche.


—Lo de los tiestos era una coartada. Pamela quería hablarme de su marido sin que él lo oyera. No quiere ir al cardiólogo.


—Me ha dicho que va a ir —dijo Paula—. Acabo de convencerlo... Bueno, creo que acabo de convencerlo. La única razón para no ir al cardiólogo es que tiene miedo al dolor. El pobre esperaba morirse para no tener que sufrir la operación, pero le he hablado de la angioplastia.


Pedro la miró, sorprendido.


—¿Tú crees que lo has convencido? 


—Casi seguro.


—Buena chica —sonrió él—. Una pena que no pueda operarse en una clínica privada. Sería más rápido, aunque me da rabia decirlo. Pero mejor no hablamos de ello.


—No, claro, no sea que estemos de acuerdo. Además, da igual. Carlos tiene un seguro médico privado.


Cuando Pedro intentaba entrar en el coche se le cayó uno de los tiestos, regando el asiento de tierra.


—No te atrevas a meter las baldosas sucias en mi coche —dijo ella entonces, irónica. 


—Lo siento.


—Yo no. Eres tú quien va a sentarse encima —rió Paula.


Mirándola con cara de pocos amigos, Pedro empezó a limpiar la tierra con la mano izquierda, pero el dolor lo hizo parar.


—Maldita sea...


—Estoy empezando a pensar que si vas a seguir sacándole tiestos a los pacientes, es mejor llevar el jeep.


Pedro entró en el coche con los dientes apretados. Paula le puso el cinturón de seguridad y él no se molestó en darle las gracias. Por supuesto. Cuando rozó su muslo con la mano, se puso un poco tenso. Interesante.


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