jueves, 20 de octubre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 10

 —Es un caballo, está en el establo.


Paula levantó los ojos al cielo.


—¿Dónde está el bote?


-Aquí.


—Estos no son los analgésicos que te ha dado el médico.


—Da igual.


—Pero si he dejado las pastillas al lado del vaso de agua...


Pedro cerró los ojos.


—Ya. Gracias.


—¿Tienes náuseas?


—Sí.


—Venga, te ayudaré a subir a la habitación. ¿Qué ha sido ese ruido, por cierto?


—El martillo.


—¿Y qué hacías con un martillo? ¿Ahora te vas a poner a hacer bricolaje?


Él hizo una mueca.


—Estaba intentando romper el bote, pero ni siquiera he podido sujetarlo. Se me ha caído en el fregadero.


—Vamos —dijo Paula, tomándolo por la cintura—. Te daré las pastillas para que puedas dormir un rato.


Aquella vez, Simba decidió meterse en la cama con ella. A Paula no le importó, todo lo contrario. Se sentía más segura con el perro durmiendo a sus pies... Aplastando sus pies en realidad. Por fin, más relajada, se quedó dormida. 


Pedro durmió hasta muy tarde y Paula aprovechó para ir a buscar su coche. Había dejado de llover y pensó que los ladrillos que había en la parte trasera del jeep le servirían de palanca, así que condujo con mucho cuidado justo por el centro de la carretera para no meterse en más líos.  Aunque le parecía un milagro, colocó los ladrillos en el agujero del infierno y consiguió sacar el coche. Aparentemente, el radiador no estaba roto. Después de comprobar que el motor funcionaba, ató una gruesa cuerda al parachoques, lo puso en punto muerto y lo arrastró hasta la casa. Se sentía tan orgullosa de sí misma que estaba a punto de explotar. Cuando entró en la casa para contarle a Pedro lo competente que era, él se había despertado y bajaba la escalera.


—¿Dónde te habías metido?


—He ido a buscar mi coche.


—¿Tú?


—Sí. He encontrado unos ladrillos en tu jeep y los he utilizado para levantar las ruedas.


—¿Ladrillos?


—Sí, ya sabes, esas cosas rojas con las que se hacen las casas. Pero, en lugar de rojos, eran amarillos.


—¿Amarillos? ¡Eran las baldosas que tenía guardadas para el suelo de la cocina! ¿Cuántas has utilizado?


Paula se encogió de hombros, avergonzada.


—No sé. Unas cuarenta o así.


—¡Cuarenta! —exclamó Pedro, furioso.


—Si quieres, voy a buscarlas. Solo habrá que limpiarlas un poco. Aunque, algunas se habrán roto, claro.


Él levantó los ojos al cielo.


—Estupendo. ¿Te importaría ir a buscar mis baldosas? Pero no las guardes en mi coche si están llenas de barro.


—¿Y qué quieres que haga? ¿Que las limpie con la lengua?


—Pues no sería mala idea. Al menos, harías algo práctico con esa lengua tuya —replicó él, dándose la vuelta.


Paula estuvo a punto de ponerse a gritar. Pero decidió no hacerlo. Después de tomar un montón de periódicos de la cocina, salió de la casa en busca de sus preciosas baldosas. 

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