—Ella insistió, querido muchacho. Ha estado trabajando al calor de los fogones toda la mañana. No apuesto un centavo por mi vida si os dejo marchar sin haberos alimentado.
—Debe de ser cosa de familia —observó Paula al tiempo que le estrechaba la mano—. Pedro también tiene la obsesión de alimentar a la gente.
—Paula, éste es Guillermo. Sé buena con él, el pobre diablo está casado con mi hermana.
¿Qué planes tenía Pedro? A Paula no se le había escapado el hecho de que él no le había consultado si quería comer con su familia. Probablemente no quería que ellos se enteraran de su atracción hacia una mujer en silla de ruedas. Deseó que el detalle no le causara tanto dolor.
—Eso ya lo sé. Lo que ignoro es con cuál de ellas —replicó con ese tono despreocupado que le era tan útil para evitar que la gente tuviera piedad de ella.
—Con Sonia. Cuando tiene un buen día prefiere que la llamen So —la informó Guillermo.
—Intentaré recordarlo. ¿Hoy es un buen día?
Guillermo se echó a reír sin soltarle la mano, esperando que ella se apoyara en él para salir del coche. Pero antes de que Paula pudiera dar explicaciones, Pedro se adelantó.
—Déjamelo a mí, Guille. Paula necesita su silla.
—¿Silla?
—Silla de ruedas —aclaró Paula al tiempo que buscaba en su bolso—. Pedro no tiene mucha experiencia, así que nos llevará algún tiempo. Mientras tanto, ¿Quieres ver el disco que hemos actualizado? —sugirió al tiempo que se lo tendía.
—De acuerdo, se lo entregaré al chico maravillas.
Finalmente, Pedro se acercó con la silla de ruedas y la puso junto al coche.
—Veamos, chica lista, ¿Quieres que te ayude a instalarte en la silla o quieres presumir? Tienes un minuto para decidirte.
—Cuando estoy en mi coche lo único que tengo que hacer es utilizar el elevador.
—Pero como eso no va a suceder, ¿Por qué no me rodeas el cuello con los brazos y yo hago el resto? Porque la tentación podría transformarse en hábito.
—Porque no necesito que me lleves en brazos como si fuera un bebé. Y porque deberías cuidar tu espalda. Mira, toma mi bolso y deja la silla muy cerca de mí —ordenó al tiempo que le daba un pequeño empujón.
—¿Necesitas que me quede?
—No, gracias —replicó, aun sabiendo que no era del todo cierto.
La verdad era que necesitaba un buen par de manos a una distancia segura.
Pedro se limitó a asentir y luego se volvió con la intención de seguir a Guillermo, que se encaminaba al establo. Había sido su orgullo el que había rechazado la ayuda que le ofrecía. Y el orgullo quedaría muy herido si se cayera y tuviera que llamarlo para que la ayudaran a levantarse del suelo. Con un gran esfuerzo, finalmente logró acomodarse en la silla y luego maniobró para poder cerrar la puerta del coche. Cuando lo hubo hecho, se dió cuenta de que Pedro no se había marchado. Se había quedado muy cerca por si necesitaba ayuda.
—Eres asombrosa.
Paula sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas al pensar que no merecía su bondad.
—No ha sido nada —replicó con brusquedad.
—Si tú lo dices... Ven a ver lo que Julián y Guillermo han hecho.
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