—Todavía he de encontrar un comprador para la empresa. No será tan fácil. Pero está bien; me da tiempo para convencerte de que deberías ir a Nueva York conmigo. Mi piso está bien adaptado para una silla de ruedas.
Paula frunció el ceño mientras intentaba recordar lo que él le había contado de su casa.
—¿Y qué hay de la escalera en espiral para subir al dormitorio?
—Pondremos un ascensor.
—Pero...
Él la hizo callar con un beso tan prolongado que ella olvidó lo que iba a decir. Y cuando lo recordó, su blusa ya estaba en el suelo.
—No...
—¿No quieres que te quite la ropa?
—Sí, pero...
—Entonces todo lo demás puede esperar. Tienes meses para descubrir todas las razones que te impiden marcharte de Londres. Y yo dispongo de meses para descartarlas.
—No, Pedro, tienes que escuchar.
—Y lo haré. Pero no ahora. Todo lo que quiero es oírte decir «Sí» — dijo mientras la besaba apasionadamente.
Mientras Pedro observaba a Gustavo jugar con su hijastro en el jardín, intentó analizar lo que sentía. Lo único que nunca había deseado era un hijo. Pero en ese momento supo que eso era irrelevante. Lo que más importaba era la mujer. Todo el resto quedaba en manos de Dios. Tendría que hablar con Paula al respecto, pero primero había tenido que aclarar sus propios sentimientos. Ya era tiempo de decirle muchas cosas. Pero ella no estaba allí. Nicolás lo vió primero y luego Gustavo alzó la vista.
—¡Pedro! Si buscas a Paula, has llegado con una hora de retraso.
—¿Sabes cuándo volverá?
—Me atrevería a decir que llegará bastante tarde. Cuando la ví cargar el coche me dijo que pasarías la jornada reunido con un posible comprador. ¿Cómo te ha ido?
—No ha habido reunión. Decidí que prefería pasar junto a mi chica este sábado tan bonito. ¿Dices que ha cargado el coche?
—Sí, con el material de dibujo. Sabes que hace pequeños retratos de niños, como el de Nicolás que viste en mi oficina. Realmente buenos. Parece que Sonia la llamó para pedirle que los hiciera durante la fiesta.
A Pedro se le heló la sangre. Paula había ido a la fiesta del verano en la casa familiar. Era un evento anual con el fin de recaudar fondos para cubrir las necesidades de la localidad.
—Pídele a Daniela que la localice en su móvil, por favor. Y dile que intente hacerla volver.
—No hay la menor posibilidad. Incluso antes de que fuera ilegal, ella nunca conecta el teléfono móvil cuando va en su coche.
-No. Desde luego que no.
-Carolina y Luciana están en la casa con nuestros padres. Llévame hasta la entrada y cumpliremos con las formalidades.
—¿Formalidades?
—Luciana y Carolina quieren conocerte —dijo Sonia, y al ver la expresión de Paula, le dirigió una sonrisa tranquilizadora—. No te asustes. Te prometo que no son tan malas como Pedro las pinta. Luego te mostraré dónde te hemos instalado. Ha sido una amabilidad por tu parte, no sabes lo difícil que es encontrar nuevas atracciones para los niños todos los años. Sé que vas a tener mucho éxito, aunque no tienes que trabajar todo el tiempo. Llámame por el móvil si necesitas algo o si hace falta que te rescate de los curiosos.
—¿Curiosos?
—Todo el mundo quiere conocerte. Quieren echar una mirada a la chica del hijo y heredero.
—Pero ellos ignoran mi existencia.
—Has estado aquí con Pedro. En el campo, los forasteros no pasan inadvertidos, y la gente de la localidad no tarda en sacar conclusiones. ¡Papá! —gritó Sonia de pronto al tiempo que se asomaba por la ventanilla.
El hombre que se acercaba desde la casa solariega era alto y distinguido, sorprendentemente parecido a Pedro. Estaba claro que era el padre.
—Papá, ésta es Paula, una amiga de Pedro.
—Encantado de conocerte, querida. ¿Ha venido Grafton contigo?
—No —respondió Sonia—. Paula ha venido sola. En este momento la iba a llevar a conocer al resto de la familia.
—Luciana ha bajado al lago a hacer la guardia —informó el padre—. Siempre algún idiota se cae al agua. Carolina se encuentra en el puesto de primeros auxilios y tu madre está con el actor que va a inaugurar la fiesta.
Cuando se hubo marchado, Paula miró a Sonia.
—¿Quién es Grafton?
Sonia se encogió de hombros.
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