jueves, 6 de octubre de 2022

Mi destino Eres Tú: Capítulo 48

 —Te dije que me encargaría de los detalles —dijo antes de detenerse, con las manos tocando ligeramente sus pechos—. ¿Te causa problemas?


—No, continúa —repuso sin mirarlo, con fingida despreocupación.


Pedro lo hizo con tal eficacia que ella no pudo dejar de pensar que tenía mucha experiencia en la materia.


—Ah, llevas un sujetador que se abre por delante —comentó, con una mirada apreciativa.


Paula pensó con alivio que al menos se había puesto una prenda muy sensual, a la altura de las circunstancias.


—¿Te gusta?


—Es demasiado bonito para arruinarlo en el agua —dijo mientras se lo quitaba con dedos algo temblorosos, detalle que a Paula no se le escapó—. Quiero que sepas que tus ejercicios rutinarios realmente valen la pena — comentó con la voz enronquecida a la vista de los pechos desnudos.


Entonces se puso de pie, se inclinó y ella de inmediato le pasó los brazos por el cuello de modo que él pudo quitarle la falda y las braguitas con gran rapidez. Durante un segundo, los pechos de Paula rozaron el suave vello del torso de Pedro y sintió que se estremecía. Luego, se vió otra vez en la silla, pero totalmente desnuda.


—¿Todo bien?


—Estoy aterrorizada.


—El terror es bueno. El aburrimiento es fatal —declaró Pedro mientras se quitaba los bóxers.


Paula captó fugazmente los estragos que causaba en el hombre antes de que él echara a andar hacia la playa con ella en brazos. El agua estaba mucho más fría que la de la piscina y el impacto de la inmersión la obligó a actuar de inmediato. Tras liberarse de los brazos de Pedro, se puso a nadar con rapidez. La fuerza de los brazos y hombros hacía el trabajo de las piernas inútiles. Él nadaba a su lado, atento a sus movimientos. En un momento dado, ella se tendió de espaldas, contemplando las gaviotas que se elevaban sobre los acantilados, totalmente relajada en el agua. 


—Es una lástima que te hayas cortado el pelo —comentó Pedro, con la mano asida a la de ella para evitar que se alejara de su lado—. Si no lo hubieras hecho, podrías haberte sentado en una roca fingiendo ser una sirena.


—¿Fingir? —preguntó, y bruscamente se hundió en el agua, arrastrándolo con ella.


Bajo el agua ambos eran ingrávidos, iguales. Entonces ella lo besó en la boca, en el cuello y luego se deslizó a lo largo del cuerpo hasta posar los labios en su excitada virilidad, seduciéndolo como si realmente fuera una sirena perversa. Cuando emergieron a la superficie, Pedro tenía los brazos bajo los de ella mientras la besaba intensamente, como si deseara insuflarle toda su energía vital. Luego, como si Paula supiera que era ella quien marcaba las pautas, lo miró a los ojos.


—¿Por qué no me llevas a los asientos traseros del Bentley y acabamos lo que hemos empezado?


—Dejaremos el Bentley para otra ocasión. En este momento pienso en algo más cómodo —dijo mientras nadaban hacia la orilla.


En la playa la tomó en brazos y se dirigió a la casa.


—Abre la puerta, por favor.


—¡Pedro! No podemos hacer esto.


—Relájate, no estamos invadiendo ninguna propiedad privada. La casa también pertenece a la familia.


Paula abrió la puerta, que estaba sin llave, y Pedro la condujo por las escaleras de madera hasta la primera planta. Luego cruzaron una amplia sala de estar hasta llegar a un dormitorio. La cama estaba recién hecha, con el cubrecama doblado hacia atrás.


—Viniste aquí durante la semana. Lo planeaste todo.


—Me declaro culpable, mi amor —confesó en tanto la acomodaba en la cama y se tendía sobre ella.


Entonces, Paula no vió nada más que sus ojos del color del mar, su mirada ardiente e intencionada. Pedro se tomó su tiempo para besarla en la boca, en los ojos y para acariciar su cuerpo con las manos, los dedos y la lengua, buscando todos los lugares dormidos hacía tanto tiempo. Luego le besó los pechos, al principio con suavidad y más tarde con urgencia, hasta que ella pidió más y más.


—¡Ahora! —imploró—. Te necesito ahora.


—¿Estás segura?


Durante un odioso segundo, ella pensó que Pedro dudaba, que sus extremidades inferiores, totalmente inertes, habían apagado su deseo.


—¿Y tú?


Por toda respuesta la besó en la boca y luego le puso en la mano un preservativo que ya tenía preparado.


—¿Por qué no me lo pones y así lo descubres por tí misma?


Pedro esperó hasta que al fin ella pudo alcanzar un éxtasis que ya había dado por imposible. Y fue aquella sensación de plenitud la que le devolvió su feminidad, la que la hizo volver a sentirse mujer por primera vez en tres años.


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