martes, 25 de octubre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 13

Iba a decir que no podían recetar antibióticos como si fueran aspirinas cuando Romina empezó a toser de nuevo. Era un tos con flemas.


—Ahí está la respuesta. Flemas. Tiene una infección en el pecho. No es anorexia, es un resfriado, así que necesita antibióticos.


La señora Reid la miró, escéptica.


—Creí que no les gustaba recetar antibióticos.


—Solo cuando es realmente necesario —sonrió Paula—. Y con esa tos, es necesario, se lo aseguro. Romina, tienes que tomarte toda la caja, beber muchos líquidos y descansar. Y después, a clase. ¿Terminas el instituto este año?


—El año que viene —contestó la chica—. Pero tengo que sacar buenas notas porque, si no, mi padre me mata. Es profesor.


—Ah, ya entiendo —suspiró Paula—. Mi padre también. Solía mirarme por encima de sus gafas, diciendo: «Este año no has sacado ningún sobresaliente». Y eso que yo estudiaba como una loca.


—Seguro que ahora está muy orgulloso de usted. Yo también quiero ser médico, pero no sé si soy suficientemente lista.


—Hay muchas cosas que hacer en el campo de la medicina. Eso ya lo verás más adelante cuando...


Pedro se aclaró la garganta. Estaba mirando el reloj de la pared y Paula recordó que no podía ponerse a charlar con los pacientes. Después de hacer un par de anotaciones en el informe, escribió la receta y las despidió amablemente. Y luego esperó la charla. Pero él no dijo nada.


—¿No vas a criticarme?


Él sonrió de oreja a oreja.


—Sí, pero más tarde. Tu próximo paciente ya ha tenido que esperar bastante.


Paula tuvo que aguantar las ganas de pegarle un puñetazo. 




Era la hora del almuerzo. Además de Romina, Paula había visto veinte pacientes más aquella mañana. Por la tarde, tenía que hacer visitas a domicilio y, como no conocía la zona, Pedro tuvo que ir con ella. Y como estaba ocupado dándole instrucciones para que no se perdiera por esas carreteras de Dios, no podía darle la lata diciendo: «Por qué no has hecho esto o lo otro con este paciente...». Lo cual era un alivio. Era su primer día y se sentía muy insegura. La verdad era que todo había ido bastante bien, aunque había pillado a Pedro levantando los ojos al cielo un par de veces. Y otras, mirando el reloj. Si hubiera podido escribir, seguro que habría anotado cada uno de sus traspiés. Pero no podía escribir.


—Toma ese camino hasta el final —le estaba diciendo en ese momento—. Es la última casa, la de color blanco.


Había dos casas al final. Y las dos blancas. Por supuesto, Paula estacionó frente a la casa que no era y no pudo evitar una carcajada cuando vió que Pedro levantaba los ojos al cielo. Irritado, fue a pasarse una mano por el pelo, pero se le olvidó que llevaba la escayola y se golpeó la frente con ella. Paula tuvo que contenerse para no soltar otra carcajada.


—Deberías llevar el brazo en cabestrillo.


—No me gusta. Me hace daño en el cuello.


—Pero se te va a hinchar la mano...


—Me da igual.


—¿Te da igual? Todo por no ponerte algún tipo de sujeción...


—Paula, es mi brazo. Si no quiero llevarlo en cabestrillo, no voy a llevarlo en cabestrillo. ¡Y no pienso dejar que una simple interina a la que estoy entrenando me dé la paliza!


—No soy una simple interina. Soy médico, igual que tú. Y lo que no entiendo es cómo te han dado a tí el puesto de médico instructor. Eres condescendiente, inflexible y criticón. 

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