jueves, 6 de octubre de 2022

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 45

 —No soy especial, Pedro. Soy una mujer común y corriente que tiene un problema con las piernas —dijo antes de acelerar la silla de ruedas dejándolo atrás—. Y ahora vámonos, porque tengo que volver para acabar mi declaración de la renta. 


En lugar de rebatir, Pedro ayudó a Guillermo a embalar el equipo informático y, tras pedirle a Julián que estuviera de guardia en la oficina en caso de que surgiera algo imprevisto el día del encuentro con el comprador, puso todo en el asiento trasero del Bentley.


—¿Lista para ponerte en marcha? —preguntó Pedro cuando Paula apareció junto a ellos acompañada de Sonia.


—Totalmente.


Pedro deliberadamente se volvió a estrechar la mano de Guillermo, dejando que Paula entrara sola en el coche.


—No sabes cuánto agradezco el tiempo y las molestias que te has tomado, Guille.


—Lo hago por la familia. A nadie le interesa meterse en un lío económico que saque a relucir viejas historias familiares. Por lo demás, hemos disfrutado con el trabajo. Y si todo sale bien, hasta podremos ganar dinero.


—Espero que Paula y yo seamos capaces de estar a la altura de las circunstancias.


Pedro guardó la silla en el coche y se sentó tras el volante.


—Ven a vernos pronto, Paula. Deberías traerla a la fiesta del verano la próxima semana, Pedro —dijo Sonia.


—¿Por qué tendría que romper la costumbre de haberme negado toda una vida?


—Si él no quiere, ven tú sola, Paula. Así conocerás al resto de la familia.


—La familia es como Sonia, pero multiplicada por tres —advirtió el hermano.


—Gracias, Sonia —intervino Paula, ignorando las palabras de Pedro—. Si tengo tiempo, me encantaría venir.



—No hacía falta tanta diplomacia —dijo él cuando se dirigían a la carretera.


—No es eso, verdaderamente lo pensaba así.


—¿De verdad?


—No te preocupes. Encontraré algo que me mantenga ocupada el próximo fin de semana —anunció Paula al tiempo que miraba por la ventanilla—. ¿No deberíamos ir en dirección contraria? —preguntó al ver que enfilaba hacia el sur.


—Sólo si queremos volver a Londres. Debí haber aclarado que la única razón por la que no quería almorzar con Sonia y Guillermo era porque había planeado algo más interesante.


Paula esbozó una sonrisa de alivio. No se trataba de que él no deseara que conociera a su familia.


—¿Por qué no le dijiste a Sonia que tenías otros planes?


—Porque Guillermo y ella normalmente comen un bocadillo a la hora de almuerzo. Guille está ocupado en su taller o en el parque empresarial que es su verdadero trabajo, y ella tiene más de diez comités que mantener a raya. Créeme, cuando vine a comienzos de semana no me recibieron con un banquete.


—¿Cocinó especialmente para mí?


—Quería que te sintieras como en casa —dijo antes de encogerse de hombros—. Y desde luego quería someterte al tercer grado. Habría sido una crueldad desilusionaría. Por lo demás, tú misma dijiste que fuera más amable con mis hermanas.


—Debiste haberme advertido que iba a ser víctima de la Inquisición —dijo Paula, con una sonrisa.


—Lo hice, pero tú no me escuchaste.


—Hablaste con Carolina acerca de mí, ¿Verdad? ¿Cuál es su especialidad en la universidad?


Pedro se tomó un tiempo antes de responder.


—Medicina.


Bajo la luz del sol de la tarde, el coche se internó hacia el mar, que se mezclaba tan perfectamente con el cielo que era difícil saber dónde terminaba uno y empezaba el otro. Cuando Pedro entró en un camino vecinal, había un letrero que advertía que era propiedad privada, pero Paula ni siquiera se molestó en decírselo, concentrada en averiguar cómo le sentaba que él hubiese hablado sobre ella con su sesuda hermana. ¿Qué quería saber? ¿Qué le había dicho Carolina? El coche se detuvo en una pequeña cala rodeada de acantilados. Había una casita de piedra construida al abrigo de uno de ellos con un muelle de madera y un cobertizo para botes con una rampa para botar al agua una lancha neumática. 

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