jueves, 27 de octubre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 18

 —¿La cena?


—He hecho pasta con carne y salsa bolognesa.


—Qué asco —murmuró Pedro, dejándose caer de nuevo en el sofá—. Gracias, pero es lo último que me apetece ahora mismo.


Paula lo miró, atónita.


—¿Ah, sí? Pues muy bien.


Un segundo después echaba la pasta en el plato de Simba y el animal, agradecido, se la comió de un lametón. Pedro apareció en la puerta en ese momento. 


—¿Qué has hecho?


—Has dicho que no lo querías.


—He dicho que no me apetecía en este momento. ¡Eso no significa que no fuera a comérmelo!


Mirándola como si quisiera fulminarla, Pedro se dió la vuelta y entró en el cuarto de estar dando un portazo. Paula hizo una mueca. Quizá se había pasado. Miró su plato, pensando que podría ofrecérselo... O comérselo tranquilamente y así él pensaría un poco antes de hablar. Si era tan considerado con sus pacientes, ¿Por qué no lo era con ella? Se lo comería todo. Sin dejar nada en el plato. Pero casi se atragantó. Estaba muerto de hambre. Solo el orgullo le impedía ir a la cocina para hacerse algo de cena. El orgullo y que Paula estaba allí, con la radio puesta, canturreando y charlando con Simba, que se había convertido en su esclavo.


—Traidor —murmuró, apagando la televisión. No podía concentrarse por culpa del ruido que ella hacía en la cocina. Por fin, irritado, abrió la puerta—. ¿Podrías bajar un poco esa maldita radio? —le gritó antes de volver a cerrar de golpe.


Se hizo tanto daño en la mano que tuvo que volver al sofá apretando los dientes.


—Perdón —escuchó la voz de Paula desde la cocina.


Pero entonces apagó la radio y se puso a cantar y eso era mucho peor, porque tenía una voz ronca, preciosa, una voz que despertaba su libido.  Pedro volvió a poner la televisión, en defensa propia, y se obligó a concentrarse en los hábitos sexuales de una araña australiana. Emocionante no era y por fin decidió irse a dormir. Estuvo leyendo en la cama hasta que oyó a Paula entrar en su dormitorio. Furtivo en su propia casa, bajó a la cocina y cortó un trozo de pan. Después, sacó el queso de la nevera y se sirvió un vaso de leche. Menuda cena, pensó. Con la bandeja en la mano, subió la escalera preguntándose dónde estaba Simba. La puerta del dormitorio de ella estaba entreabierta y lo vió sobre su cama, con un ojo abierto y moviendo la cola como pidiéndole disculpas por la deserción. Paula estaba encogida por culpa del perrazo y él sonrió, encantado. Se lo merecía. Si hubiera justicia en el mundo, Simba se haría pis en la cama. Además, en aquella postura seguro que por la mañana se levantaría con tortícolis. Pedro suspiró. Aquella chica despertaba lo peor de él. Pero estaba acostumbrado al silencio, a la tranquilidad... Por supuesto, no era culpa suya estar allí. Cuanto antes le llevaran el colchón y la moqueta, antes se marcharía y lo dejaría en paz. Llamaría a la tienda por la mañana. A primera hora... 

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