jueves, 13 de octubre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 3

«Por favor, no dejes que tenga los dos brazos rotos», rezó mentalmente, desesperado, pensando en todas las cosas que no podría hacer con los brazos rotos... Cosas muy personales. ¿Estaría Dios intentando darle una lección para que sintiera piedad por sus pacientes? ¿Dándole un conocimiento personal de su sufrimiento? ¿O le estaría gastando una broma pesada? ¿Dónde estaba Paula Chaves? Marcos, su socio, había quedado tan encantado con ella después de la entrevista que Pedro tenía grandes esperanzas. Pero si sus habilidades médicas eran como su habilidad para llegar a tiempo a los sitios, pobres de sus pacientes. Y él iba a ser el primero. Simba estaba ladrando dentro de la casa. ¿Habría oído a alguien por el camino? Quizá era Paula. No oía ningún coche, pero escuchó algo... Pasos. Pasos rápidos por la carretera. En ese momento, vió a una mujer. Pequeña, empapada y con cara de pocos amigos, la joven se acercó a él como si quisiera matarlo.


—¿La carretera tiene algunos baches? —le espetó, con las manos en las caderas. Pedro abrió la boca, pero ella no tenía ganas de charlar—. ¿Algunos baches? Mí coche se ha quedado atascado en un agujero que debe tener setenta metros de profundidad. Paula Chaves, desde luego.


—Mire...


—Seguro que se ha roto el radiador —siguió ella, furiosa—. ¡Estoy calada hasta los huesos! ¡En este sitio dejado de la mano de Dios no funciona el móvil y lo único que usted sabe hacer es quedarse ahí tirado, con cara de idiota!


Ella levantó un pie y, por un momento, Pedro pensó que iba a darle una patada. Afortunadamente, solo golpeó el suelo, levantando una nube de barro.


—¿No va a decir nada? Al menos, podía levantarse y abrirme la puerta. ¡Estoy helada de frío! 


Era preciosa, pensó Pedro, con esa melena rizada y... El humo saliéndole por las orejas. Tenía unos ojos verdes que, en circunstancias normales, cuando no despidieran rayos y centellas, debían ser preciosos. Y sus labios... Tenía unos labios generosos y húmedos que imaginó besándolo por todas partes para curarle las heridas... Sorprendido, sacudió la cabeza. ¿En qué estaba pensando?


—Llega tarde. Ayúdeme.


Ella lo miró, boquiabierta.


—¿Perdón?


—Me he caído de la escalera y creo que me he roto los brazos. ¿Le importa echarme una mano?


Los ojos verdes se llenaron de horror.


—¿Y por qué no me lo ha dicho en lugar de que darse ahí sentado como un tonto?


—No me ha dejado meter baza —replicó él.


Paula pareció desinflarse.


—Perdone, no sabía... ¿Qué se ha roto?


—El radio del brazo derecho y seguramente la muñeca del izquierdo. Ah, también creo que sufro una pequeña conmoción cerebral y me duelen mucho las piernas, pero creo que puedo moverlas. Por lo demás, estoy como una rosa.


Paula se puso en cuclillas para examinarlo, con los húmedos rizos rozando su cara.


—¿Puedo echar un vistazo?


—No toque nada —le advirtió Pedro, con los dientes apretados.


Ella lo examinó durante unos segundos, sin apenas tocarlo.


—Necesito algo que le sujete los brazos. ¿Tiene un pañuelo en la casa?


—Sí, pero las llaves están en el bolsillo de mipantalón.


—¿En qué bolsillo? —murmuró Lucie, mirando los ajustados vaqueros.


—En el derecho. 

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