La marea estaba baja y se veían charcos en las rocas. Seguramente ahí el agua estaría tibia en un día como aquél. El lugar perfecto para sentarse y chapotear con los pies.
—Ahora tengo que limitarme a contemplar el paisaje —dijo ella.
—No tienes por qué hacerlo. La vida no se ha detenido, Paula.
—No —convino en tanto recordaba la última vez que había estado en la playa, paseando a la orilla del mar de la mano del hombre que con el que pensaba compartir toda su vida—. No se ha detenido, pero ha cambiado — observó mientras se volvía a mirarlo—. Estoy segura de que Carolina te dijo lo que tenía que hacer. Te habló de la rutina diaria de ejercicios para mantener los músculos en forma, y cosas por el estilo.
—¿Y qué problema tiene hacer ejercicio diariamente? Guillermo es diabético, tiene que inyectarse insulina todos los días y no anda gimoteando —declaró. Ella exhaló con fuerza como para demostrar su indignación. ¿Cómo se atrevía a sugerir que se quejaba?—. Para tu información —continuó él tranquilamente—, me limité a preguntarle dónde podría encontrar más información y ella me dió el nombre de un par de sitios en Internet.
—¿Por qué? — preguntó, pero le bastó una mirada a Pedro para comprender—. De acuerdo. Hemos bailado y me has alimentado más de una vez, así que ahora piensas que es hora de que nos dediquemos a tontear entre los arbustos. ¿Estoy en lo cierto? ¿Es que la silla de ruedas te excita, Pedro? No serías el único. A algunos hombres les encantan las mujeres imposibilitadas.
Sus palabras eran odiosas, pero no quería estar con él en ese hermoso paraje fingiendo que todo era normal. No, no lo era. Hiriéndolo y burlándose de él lograría impedir que continuara con lo que había planeado, fuese lo que fuese. Pero Pedro no parecía herido. Una emoción diferente ensombrecía sus ojos cuando se inclinó hacia ella y le besó la palma de la mano.
—No es la silla de ruedas lo que me enciende. Eres tú, Paula —dijo al tiempo que llevaba la mano de ella hasta su ingle. Paula dejó escapar un grito sofocado al notar su excitada virilidad. Luego abrió la boca para decir algo y volvió a cerrarla, porque no se le ocurría nada que pensar ni que decir—. Parece que por primera vez te he dejado sin habla, ¿Eh? — comentó él con una sonrisa.
—Yo... Tú...
—¿Por qué no utilizas la palabra «Nosotros»? —sugirió mientras le tomaba la mano—. ¿La natación forma parte de tus ejercicios rutinarios?
Ella se volvió hacia el mar.
—Voy a nadar a la piscina local un par de veces a la semana.
—¿Entonces nadas?
—No es lo mismo.
—No, la piscina es segura. ¿No te apetece una escapada? ¿Arriesgarte un poco?
—No he nadado en el mar desde el accidente.
—No has venido al mar desde el accidente, ¿Verdad?
—No... No podía soportarlo —confesó Paula finalmente.
Pedro sacó de la guantera el dibujo descartado que había recogido del suelo en el estudio de Paula.
—Mira, ya lo has hecho. Es hora de que dejes de castigarte, Paula.
—No me estoy castigando.
—Entonces déjate crecer el pelo, deja de negar que eres toda una mujer.
—Si sabías por qué me corté el pelo, ¿Por qué lo preguntaste?
—Quería asegurarme de que tú también lo sabías. Y ahora iremos a nadar.
—¿Cómo podría?
Pedro le tocó la mejilla volviendo su rostro hacia él.
—Porque lo deseas más que nada en el mundo —afirmó con seriedad—. ¿Me equivoco?
Tenía razón. Siempre le había encantado nadar en el mar, aunque estar con él en el agua era lo que lo convertía en algo especial. Lo hacía completamente irresistible. Aparentemente satisfecho con su silencio, Pedro salió del coche, sacó la silla de ruedas y, sin molestarse en preguntar, la tomó en brazos antes de acomodarla en la silla.
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