—Porque era un inútil. Y no te metas conmigo, Pamela. Paula piensa que tengo una escoba guardada en el garaje.
—No, en el garaje tienes un tanque —replicó ella.
—Es un coche estupendo.
—Es enorme.
—Pues vamos a usarlo mañana. En tu coche no me caben las piernas.
—Pobrecito, qué pena.
Pamela los miró con curiosidad.
—Bienvenida a Bredford, Paula.
—Gracias —sonrió ella, reconfortada al saber que tenía a alguien de su lado.
Su paciente estaba sentado en un sillón, con el periódico en el regazo y una taza de café sobre la mesa.
—Hola, Carlos —lo saludó Pedro—. Disculpa que no te dé la mano, pero es que las tengo hechas polvo. Te presento a nuestra nueva interina, Paula Chaves.
—Encantada.
—Lo mismo digo —sonrió el hombre.
Paula sacó el estetoscopio del maletín y lo puso sobre el corazón de su paciente. Los latidos eran muy irregulares, pero sonaba con claridad. Claro que, sin un electrocardiograma, no podía decir mucho más.
—¿Qué tal estás? —le preguntó Pedro, mientras ella le tomaba la tensión.
—Bastante bien —contestó Carlos.
—Le duele el pecho —intervino su mujer.
—¿Cuando andas o cuando estás sentado?
—Por la noche. Cuando estoy en la cama.
—¿Y durante el día?
Carlos se encogió de hombros.
—Algunas veces.
—¿Estás tomando las pastillas que te mandé?
—Sí.
—No —dijo Pamela.
—¿No las toma? —preguntó Pedro.
—No todos los días. A menos que yo insista.
—Y lo hace todo el tiempo —suspiró su marido—. Mira, no sé, Pedro, yo creo en el destino. Si me toca morirme, me moriré. No voy a estar todo el día tomando pastillas y haciendo dieta. Es como el chiste ese del médico que le dice a su paciente que no salga con mujeres, no beba y no coma carne. El paciente le dice: ¿Y para qué quiero vivir entonces?
Pedro sonrió.
—Yo nunca te diría que dejaras de salir con mujeres porque Pamela es estupenda. Pero sobre la bebida y la comida tienes que ser muy serio, Carlos. Si vas a ponerte un marcapasos, tienes que estar en forma.
—Ya, claro. Vas a decirme que no beba, que coma solo cosas verdes y que dé un paseo diario de cinco kilómetros, ¿No?
—Algo así. Y nada de café. Descafeinado a partir de ahora.
Paula le estaba tomando la tensión y tuvo que sonreír al ver la expresión de su paciente.
—¿Descafeinado? Prefiero morirme.
—Pues toma zumo de fruta o té sin teína.
—Té sin teína... —murmuró Carlos, con cara de asco.
—Y sin azúcar. Estoy intentando que vivas muchos años, amigo — insistió Pedro—. ¿Ya te han dado fecha para el marcapasos?
En los ojos del hombre apareció un brillo que a Lucie le pareció de miedo.
—Aún no. Se me ha olvidado pedirla.
—Un paciente al que traté hace unos meses era como usted — intervino Paula entonces—. Decía que no merecía la pena vivir. Pero después de que le pusieran el marcapasos se encontraba tan bien que se retiró, empezó a jugar al golf y ha perdido quince kilos. El otro día me escribió para decirme que estaba encantado y que su mujer y él lo pasaban de maravilla.
Carlos la miró, inseguro.
—¿De verdad se encuentra tan bien?
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