jueves, 27 de octubre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 17

 —¿Cuándo tienes que volver al hospital?


—Mañana —contestó Pedro, sin mirarla—. ¿Dónde vamos ahora?


Paula tenía razón. Debía ponerse un cabestrillo. Con tanto movimiento, el brazo le dolía cada vez más. Ella era más que capaz de llevar la consulta sola y, al final, Pedro llamó a un taxi para que lo llevara al hospital. Cuando volvió a casa, con el brazo sujeto por un buen cabestrillo de plástico, saludó a Simba intentando que no le saltara encima.


—No, no Simba... No te subas encima.


Afortunadamente, el perro pareció entender. Y también consiguió sacar el bote de analgésicos del bolsillo. Asombroso. Incluso pudo quitar la tapa. Aquel debía ser su día de suerte. Pedro tomó dos pastillas, dejó el bote sobre la mesa y se tumbó en el sofá, con Simba a sus pies. Se echaría una cabezadita...


—Hola, Paula. ¿Cómo estás?


Ella levantó la cabeza y sonrió al ver a Marcos Brayne, el socio de Pedro. 


—Bien, pero no sé dónde está Pedro. ¿Lo has visto?


—Fue al hospital y después se marchó a casa, creo —sonrió Marcos, poniendo una taza de té frente a ella—. Debes hacerlo muy bien para que te haya dejado sola.


—O le duele tanto el brazo que no podía soportarlo. Más bien será eso —sonrió Paula—. ¿No estará... O más bien estaremos de guardia esta noche?


—No. Has tenido suerte. Simon se encarga del turno de noche porque yo tengo una familia y Pedro tiene mucho trabajo en la granja.


—¿Qué hace en la granja?


—Pues... No sé, arregla vallas, pone maderas en el establo, arregla la casita en la que duermen los interinos. Siempre está ocupado. Ahora mismo, está cambiando el suelo, me parece.


Paula respiró, aliviada. Por un momento, había pensado que habría docenas de ovejas muertas de hambre... Ovejas que ella tendría que alimentar. No le importaban Simba y Frida. Incluso se había acostumbrado al piafar de Pegaso, pero las ovejas habrían sido demasiado. Era una pena que Pedro, que tanto trabajaba en la granja, no se hubiera dedicado a asfaltar el camino, pensó mientras volvía a casa. Cuando entró, lo encontró tumbado en el sofá. Simba la recibió moviendo la cola y acarició su cabezota antes de acercarse al «Bello durmiente». Aquella vez parecía curiosamente vulnerable. Le habían puesto un cabestrillo, aunque él había sacado el brazo y lo tenía apoyado sobre una bolsa de hielo. Obviamente, en el hospital le habían echado una bronca. O quizá el dolor le había hecho recuperar el sentido común. Fuera lo que fuera, estaba haciendo lo que debería haber hecho desde el primer día. Fue a la cocina y le dió la comida a Simba y Frida. Pero ella también estaba muerta de hambre. En la nevera encontró carne picada y un frasco de salsa boloñesa. En la alacena, una bolsa de pasta. Estupendo, solo tenía que mezclarlo todo. Quince minutos después fue a despertar a Pedro.


—La cena está lista —anunció.


Él se incorporó un poco y la miró con ojos turbios. 

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