martes, 11 de octubre de 2022

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 49

Más tarde, Pedro, apoyado en un codo, veló su sueño mientras recordaba que al conocerla había pensado que era una mujer de un tono indeterminado. Pardusco. Ella abrió los ojos. Sus adorables ojos de color ámbar.


—Eres hermosa, Paula —murmuró antes de besarla.


Y entonces, ella le sonrió. Con una sonrisa auténtica. Atrás había quedado aquella sonrisa defensiva que utilizaba para ocultar sus auténticos sentimientos.


—No quiero dejarte —dijo Pedro ante la puerta de la casa de Paula. Tras besarla, apoyó la frente en la de ella—. Ven conmigo.


Se habían quedado en la casa de campo hasta el domingo por la tarde. Habían conversado, comido lo que Pedro había llevado, habían nadado y habían hecho el amor. La verdad era que Paula había llevado casi todo el peso de la conversación; sin embargo, él le había preguntado lo que necesitaba saber, de modo que al marcharse sabía lo esencial respecto a ella. Sus padres mal avenidos y separados, el colegio, la universidad... Pero ella se negó a acompañarlo a su casa porque necesitaba reflexionar sobre lo que había sucedido, ponerlo en un contexto, volver un poco a su antigua vida. Y Pedro necesitaba concentrarse en su estrategia para convencer al comprador mayorista de que, incluso sin Alberto al mando de la empresa, Coronel todavía era una marca pujante. Leticia había organizado una exposición en el vestíbulo de la oficina con un despliegue de todos los artículos de la nueva gama. Mientras seguía a Pedro a un paso de distancia, él se movía de un puesto a otro tocando los artículos, en otro puesto desplazó unos que tapaban parte del friso con el abecedario y luego quitó una imaginaria mancha de polvo del equipo informático instalado para producir tarjetas personalizadas con las letras del alfabeto.


—La gama Botanicals tiene muy buen aspecto —comentó en tono de aprobación, y luego dirigió una mirada ceñuda a Las Hadas del Bosque, que todavía estaban allí, aunque ya no en primera fila.


Luego se paró en seco al ver una reimpresión de las primeras tarjetas que fabricó la empresa para ayudar a los compañeros de Alberto en la Escuela de Arte.


—¿Qué hacen estas tarjetas aquí?


—No quise decírtelo hasta tener todos los permisos por escrito. Me puse en contacto con todos los artistas. Eran amigos de Alberto y todos saben lo que le deben —explicó, con una amplia sonrisa—. Hemos acordado hacer una tirada limitada, porque así estimulamos la demanda; El veinticinco por ciento se venderá en tiendas independientes. Ya hemos colocado la mitad de esta tirada.


—Sí que te has movido. ¿Hubo más acuerdos?


—Sí. Se va a crear un fondo para jóvenes promesas de la Escuela de Arte en nombre de Alberto. Confieso que fue idea mía. Y, sin excepción, los artistas acordaron que podríamos utilizar las ganancias de las ventas para el fondo.


—Eso está muy bien, Leticia. ¿Y nosotros ganaremos algún dinero?


—No tanto como con el resto de la gama —admitió—. En cambio, conseguiremos una publicidad que el dinero no puede comprar, especialmente ahora que la Universidad está de acuerdo en cooperar. El próximo año sacaremos al mercado una gama de productos hechos por artistas noveles. Para el próximo otoño, me han prometido un amplio reportaje en uno de los suplementos dominicales. Artículos sobre Alberto, sobre la empresa, sobre los artistas de vanguardia de entonces...


—¿El próximo otoño? Bueno, es fantástico. ¿Qué puedo decir? Has hecho un trabajo sorprendente, Leticia.


—El mérito hay que dárselo a quien le corresponde. Paula, detrás de ellos, negó con la cabeza y Pedro se volvió a mirarla, como si hubiera percibido algo.


—Bueno, creo que lo que Leticia quiere decir es que todo se debe a tí, Pedro. Si no te hubieras tomado el tiempo y la molestia de sanear la empresa, no habría ocurrido nada de esto. Y ahora te toca ir a la batalla. Ofrécele al comprador un almuerzo suculento para que se anime a hacer una gran compra.


Pedro sonrió.


—Nos toca ir a nosotros, señora.



—Todavía no puedo creerlo —dijo Pedro más tarde, acomodados en el sofá de Paula—. Toda la tensión que hemos pasado para que el tipo nos dijera que redoblaría el pedido del año pasado de la gama completa de Las Hadas del Bosque. Me habría gustado verlo más positivo respecto a las tarjetas personalizadas basadas en tu abecedario.


—En todo caso, me pareció muy prometedor que preguntara si era posible hacer una línea diversa de artículos de producción programada.


—Tienes razón, solamente lo deseaba por tí —dijo al tiempo que le acariciaba la cabeza, apoyada en su hombro.


—Es posible que en sus grandes tiendas primero exhiban los artículos de producción programada a modo de tanteo. Por otra parte, la reproducción de las tarjetas originales fue una estupenda idea de Leticia. Hizo un buen trabajo, Pedro.


—Con tu ayuda.


—No te preocupes, te mandaré una nota con mis honorarios —dijo sonriendo—. A este paso estarás en Nueva York antes de que te des cuenta —añadió, a sabiendas de que era un tema que debían encarar.


—No tengo prisa.


—Tu vida está allí, Pedro. El rescate de Coronet siempre fue una diversión menor. 

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