jueves, 21 de julio de 2022

Paternidad Inesperada: Capítulo 6

 –¿Te han dicho que vengas? –le preguntó Pedro.


–Alguien tenía que hacerlo.


Él apoyó la espalda en el respaldo, los codos en los brazos del sillón de cuero color crema y dejó las manos delante de su pecho. Sus dedos estaban cubiertos de un fino vello oscuro. Ella mantuvo la mirada allí, se concentró en los fuertes huesos de sus muñecas para no mirarlo a la cara.


–¿Sacaste la paja más corta? –volvió a preguntar él, levantando su vaso de agua.


Ella se fijó en los gemelos de plata. Era la primera vez que veía a alguien con gemelos, de hecho, casi no conocía a nadie que llevase camisa.


–¿Preferirías estar en cualquier otro lugar? –insistió Pedro en voz baja yen tono burlón.


Paula levantó la vista. Se estaba burlando de ella, estaba sonriendo. Significaba eso que no creía que quisiese aprovecharse de su madre. Tal vez. Cambió de postura en el sillón y respondió:


–Preferiría estar actuando. Para mí es lo más importante.


–Lo entiendo –le dijo él en voz baja–. Lo entiendo muy bien.


Ella se miró las manos, que tenía unidas sobre el regazo, y esperó a que él volviese a hablar. No lo hizo. Se cruzó de piernas y Paula clavó la vista allí. Tenía las piernas largas y fuertes, casi más fuertes que las de un bailarín. Pedro apoyó las manos en los brazos del sillón y ella levantó la vista.


–Lo siento. Yo… Será mejor que nos centremos –dijo Paula, aclarándose la garganta–. Con respecto a la función, ¿Quiere que le cuente ahora los detalles?


–Por favor.


Ella frunció el ceño. Se sabía todos los pasos, pero no era eso lo que necesitaba saber, sino nombres, fechas, datos. Y lo tenía todo en sus notas, que debían de estar en la mesa de la cocina.


–Two Loves está basada en un poema.


–¿En un poema? ¿Me puedes contar algo más?


Sí, había mucho más que contar. Ella lo había anotado todo, lo había memorizado, pero en esos momentos le costaba encontrar la información en su cerebro. Aquello le recordó, una vez más, que lo único que sabía hacer era bailar, era un desastre en todo lo demás. 


–Es… Muy antiguo –balbució.


–¿Cómo de antiguo?


–Mucho, de hace como dos mil años. Y de origen persa. Ya me acuerdo. De un poeta persa llamado Rumi, famoso por sus poemas de amor.


–Ah, sí, Rumi. Los amantes no se encuentran en ningún lugar. Se encuentran el uno al otro todo el tiempo…Y toda esa basura.


–Bueno, pues con parte de esa basura se ha montado la obra de esta noche –le explicó ella, más animada al ver que se acordaba de algo.


–De acuerdo, pero dado que no creo que vaya a saludar al tal Rumi esta noche, ¿Sabes algo de los vivos? Suele haber una lista de las personas a las que tengo que darles las gracias.


–Sí –le respondió ella–. Lo tengo todo en mis notas.


–Bien –dijo él, mirándose el reloj–. Aterrizaremos dentro de media hora. Busca tus notas mientras yo me doy una ducha y me pongo el esmoquin. Los dos estamos de acuerdo en que cuanto antes terminemos con esto, mejor. 

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