Cuatro horas más tarde, estaban en camino, de regreso a casa. Los faros delanteros del coche cortaban la oscuridad. Paula iba en el asiento del acompañante, acurrucada sobre el cuero confortable.
–Creo que ha ido muy bien la visita.
–Yo lo he pasado muy bien. Tus padres son muy agradables.
–Les has caído muy bien.
–Y ellos a mí también –Pedro adelantó a un camión naranja–. Tu padre no sacó los cuchillos ni las pistolas.
–Qué suerte has tenido. Te hubiera amenazado con sacarlos si hubieras resultado ser un idiota.
–Me alegra saber que no lo soy. Tu madre es un personaje. Debería haber sido abogado. Casi llegó a convencerme de que nunca aterrizamos en la Luna.
Paula se rió.
–Mi madre puede convencer a cualquiera.
–Pero me alegro de que te haya tenido a tí, aunque no haya podido ir a la universidad por ello.
–Yo también –dijo Paula.
–¿Qué tal tienes la semana?
–Muy ocupada. Hay un concurso local el sábado y el domingo. Voy y vengo en el día. Estamos muy ocupadas en el laboratorio fabricando los productos, y no puedo ausentarme tanto.
–Para mí también va a ser una semana complicada.
–A lo mejor podemos vernos online.
–Ya veremos qué hacemos.
Aquella fue la forma perfecta de terminar el día. Tras despedirse de Pedro con un dulce beso, se llevó a los perros a la cabaña.
–Hoy estoy de muy buen humor, chicos, así que van a dormir conmigo.
Se puso unos pantalones cortos de franela y una camiseta y cerró las cortinas. Con dos perros sobre la cama y otros tres en el suelo, abrió el portátil y se puso a contestar correos electrónicos. Sonó su teléfono móvil. Miró el reloj de la mesita de noche. Eran casi las once y media de la noche. Agarró el móvil rápidamente. En la pantalla aparecía el nombre de Carolina.
–¿Carolina?
–Siento llamarte tan tarde, pero estoy en un lío.
Las palabras salieron de su boca de forma atropellada.
–¿Qué pasa?
–Mi... Coche está en el río Boise.
–¿Estás bien?
–Creo... Creo que sí –la voz le temblaba–. El coche está destrozado. Pedro va a matarme. Es por eso que te he llamado a tí. No te vas a enfadar conmigo.
–Claro que no –Paula volvió a ponerse la ropa de salir–. ¿Dónde estás?
Carolina le dió la dirección.
–Sigue las luces de emergencia. Voy a necesitar que me lleven a casa, si es que no termino en el hospital. Hay un bombero muy agradable que dice que debería ir.
–Pues escúchale.
–Muy bien. Haré lo que me diga –Carolina parecía aturdida, conmocionada–. No me puedo creer que haya destrozado otro coche. Pedro va a...
–No te preocupes por tu hermano –Paula se puso las sandalias– . Voy a meter a los perros en sus jaulas y voy para allá. Si no estás en el río, iré al hospital más cercano, ¿De acuerdo?
–Gracias. Te lo agradezco.
–Te veo enseguida.
Horas más tarde, Paula seguía esperando en la sala de espera del hospital. Se estaba quedando dormida. Carolina tenía un traumatismo en la cabeza y le estaban haciendo pruebas.
–¿Qué estás haciendo aquí?
Abrió los ojos. Pedro estaba delante de ella con cara de pocosamigos.
–Carolina me llamó. Estaba herida, asustada.
–Debería estar aterrorizada. Enviando mensajes de texto mientras conduce... Podría haberse matado, o podría haber matado a alguien.
–Por suerte, no ha pasado nada de eso.
–El coche está destrozado –dijo Pedro.
–El airbag le salvó la vida.
Pedro estaba tenso como una vara. Paula le tocó el brazo y sintió cómo se le contraían los músculos.
–Carolina va a estar bien.
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