Oyó suspirar a su madre y no le gustó.
–Lo siento, mamá, pero no puedo dar marcha atrás en el tiempo.
La mujer de rojo estaba guardando algo en el armario superior, sus brazos eran esbeltos y pálidos como unos lirios de tallo largo, y sus movimientos, elegantes. Llevaba el pelo recogido en una coleta morena, larga y brillante. Se giró a mirarlo, había inseguridad en sus ojos oscuros. Pedro conocía aquella mirada, sabía adónde podía llevar…
–Espera –fue hasta el dormitorio, que estaba al otro lado del avión, y cerró la puerta–. ¿Sabes algo de David? No está aquí y hay una mujer en su lugar. No suele mandar a nadie así, sin avisar…
–Ah, supongo que te refieres a Paula. ¿Qué te parece? ¿Verdad que es encantadora?
–No se trata de eso –le respondió él.
–No te disgustes, Pedro. Yo tengo mucho trabajo, así que le he pedido a David que termine el desarrollo de la marca con la nueva agencia de publicidad. No hay nadie que conozca nuestro negocio como él.
–¿Y me has dejado a mí con la nueva?
–Conozco a Paula –le dijo ella–, y a mí me impresionó. Aprende muy deprisa y creo que os llevaréis bien. Y te devolveré a David el lunes.
Él tuvo la sensación de que su madre le ocultaba algo.
–¿Y por qué va vestida así? Lleva un vestido muy bonito, pero no es lo más adecuado para venir a trabajar. ¿No se te estará olvidando contarmealgo?
Como el mes anterior, que se le había olvidado decirle que tenía que dar un discurso después de una cena. O cuando había tenido que presentar un premio en una guardería a la que financiaban. Su madre se estaba acostumbrando a pedirle favores de última hora relacionados con sus labores benéficas.
–Ah. Ahora que lo dices…
Ahí estaba.
–Me temo que yo todavía estoy en Senegal y hay un acto que habría que cubrir esta noche. De todos modos, vas a estar en Londres, y no está lejos de tu casa. Y, ¿quién sabe? ¡Tal vez consigas que la prensa diga algo bueno de tí! Eso sería estupendo, ¿No, Pedro? ¿Sigues ahí?
Pedro supo que debía ir olvidándose del boxeo.
–Es una obra benéfica, cariño, para los menos afortunados.
Por supuesto que sí. A eso se dedicaba su madre mientras él se ocupaba del banco. Se le daba muy bien conseguir que los ricos y famosos se involucrasen y a él le parecía bien, siempre y cuando lo avisase con antelación.
–Está bien. Iré –le respondió suspirando–. ¿De qué se trata?
–Es una función benéfica en el King’s.
–Siempre y cuando no sea ballet. No soporto a los hombres en leotardos
–Pues sí, y se trata de mi compañía favorita. No te preocupes, cariño, solo tienes que dejar que te fotografíen en la alfombra roja y saludar a algunas personas después. Le he pedido a Paula que se ocupe de todo. Ella tiene el itinerario y sabe mucho de danza, de hecho, es una de las solistas de la compañía, pero se está recuperando de una lesión. La pobre ha tenido un año horrible.
Él abrió la puerta y vió aparecer a Paula. Así que no la habían mandado de una agencia, sino que era bailarina. Lo cierto era que su postura era perfecta, su cuerpo era perfecto, pero ¿Por qué le estaba sirviendo agua fría otra vez? De repente, lo entendió. Volvió a cerrar la puerta del dormitorio.
–Es decir, que has vuelto a encontrarte a alguien con una historia dura y la has puesto bajo tu protección.
–Sé lo que estás pensando y no te voy a mentir. Paula lo ha pasado mal, pero no es una víctima. Esto no va solo en una dirección, relájate.
–Entonces…
Su madre era dada a sentir pena por muchas personas y no todas tenían buenas intenciones.
–Pedro, tú no te preocupes. Paula no va a intentar robarme. Está completamente volcada con la compañía, pero como está lesionada no puede bailar, así que esta es la manera de que esté ocupada. No obstante, si prefieres a uno de esos hombres en leotardos, seguro que lo puedo solucionar.
Él sacudió la cabeza con incredulidad. Su madre había vuelto a darle la vuelta a la tortilla. Y, después de todo lo que había hecho por él, no podía llevarle la contraria. Estaban muy unidos. Lo habían estado desde la muerte de su padre y lo estarían siempre. Era así de sencillo.Y si en algún momento le entraban las dudas, oía la voz de su padre, su conciencia, que le susurraba al oído que respetase los deseos de su madre.
–De acuerdo, siempre y cuando no se equivoque.
–Eso depende de tí, Pedro.
Él entendió lo que quería decirle. Su madre lo conocía bien y sabía que el hecho de que no quisiese una relación estable no significaba que quisiese pasar las noches solo.
–Está bien, mamá.
–Lo siento, cariño, pero es que sé que podrías ser feliz si sentases la cabeza con alguien. Al fin y al cabo, soy tu madre y solo quiero lo mejor para tí.
–Y lo que es mejor para mí es mejor para el banco, que es lo único que me interesa. No quiero sentar la cabeza con una mujer, al menos, por el momento.
Lo había dejado claro. No había lugar a interpretaciones erróneas. Solo quería cumplir el sueño de su padre, que en esos momentos era el suyo propio, nada más.
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