jueves, 28 de julio de 2022

Paternidad Inesperada: Capítulo 14

En ocasiones, el dinero le provocaba náuseas. Había personas que se volvían demasiado codiciosas, como Carlos, que siempre había sido un hombre rico, pero quería más. Vió que Paula apoyaba la espalda en el respaldo de la silla y sonreía con satisfacción.


–¿Estás mejor?


–Sí, gracias. Estaba todo delicioso.


–Pues eran solo los entrantes. Espero que todavía te quede espacio.


Los camareros se llevaron los platos y trajeron otros con pasta, pescado y ensalada.


–Un poco –respondió ella–. Aunque no suelo comer mucho. Bueno, eso no es verdad, sí que como mucho, pero últimamente he comido menos, desde que he dejado de bailar.


–¿No te pagan? –le preguntó él–. ¿No te ven como una inversión?


–Por supuesto que cuidan de mí, pero… Si no puedo bailar, no puedo bailar. Y la verdad es que últimamente he tenido que ajustar mi presupuesto. En otras circunstancias, en otra cita, insistiría en pagar la mitad de la cena, pero ahora mismo estoy sin blanca.


–¿Piensas que esto es una cita, Paula?


Ella dejó el tenedor que había estado a punto de llevarse a la boca.


–No… No lo creo.


–Ya ha quedado claro que hay algo interesante entre nosotros, ¿No?


–¿Es así como suele seducir a las mujeres? –le preguntó ella–. Pensé quesería un poco más sutil.


Volvió a tomar el tenedor y se comió un bocado de pasta mientras arqueaba las cejas.


–No me parecía que fuese necesario ser sutil. A mí me ha quedado bastante claro que te resulto sexualmente atractivo.


Ella se llevó una mano al pecho, sobre los pequeños pechos. Y él pensó que era exquisita. De hecho, se permitió imaginarse aquellos pechos desnudos y a él pasando la lengua por sus pezones rosados.


–¿Qué? ¿Te sorprende que te hable así?


–Me sorprende que diga eso cuando ha sido usted el que has estado tanteando el terreno toda la noche.


–¡Ja! ¿Eso piensas?


–Por supuesto. Cada vez que le hablaba, invadía mi espacio personal. En cuanto me apartaba un centímetro, volvía a estar pegado a mí, tocándome.


–¿Tocándote? –repitió él, haciendo un esfuerzo por contener una carcajada– . En ese caso, acepta mis disculpas. No me he dado cuenta de que intentabas apartarte ni de que quisieses que dejase de invadir tu espacio personal. De hecho, he tenido la sensación de que tú invadías también el mío. Casi diría que te has frotado contra mí. Tal vez, como bailarina, eso te parezca normal, pero para el resto de los mortales… Yo diría que ha sido una provocación.


Mientras hablaba observó su rostro. Se le habían dilatado las pupilas y le costaba tragar.


–¡Pero si ha sido usted el que me ha provocado a mí!


–Tienes unas orejas y un cuello muy sensibles.


Añadió él, viendo cómo se ruborizaba Paula.


–No eras capaz de quedarte recta cuando te hacía una pregunta, era acercar los labios a tu oreja y sentir que te derretías.


Ella puso los ojos en blanco, pero también sonrió y se ruborizó todavía más.


–Solo he hecho mi trabajo –le respondió–. No es culpa mía que lo haya interpretado así.


–Por supuesto –le respondió Pedro, que conocía muy bien a las mujeres y sabía lo que era real y lo que no–. Lo voy a pensar durante el postre. Si estoy equivocado, me disculparé, si no…


–Ya veremos –le dijo ella, encogiéndose de hombros.


Paual se inclinó hacia delante y tomó su mano. Ella no la apartó. Él trazó las delgadas venas con el dedo pulgar y ella contuvo un suspiro.


–Sí, ya veremos.


Le acarició el antebrazo y ella cerró los ojos.


–Me he quedado sin ir al casino esta noche, pero apuesto a que, antes del amanecer, habré descubierto todas tus zonas erógenas.


–Le advierto que el sexo no es lo mío –le dijo ella sonriendo.


Él se inclinó hacia delante y la miró a los ojos, y entonces vio cautela y a la niña que Paula debía de haber sido, pero esta cerró enseguida los ojos, presa del deseo. Él inclinó la boca y le dió un beso lento y suave en los labios. Después se apartó muy lentamente.


–Estoy dispuesto a arriesgarme. 


Ella sonrió y abrió los ojos.


-De acuerdo. 

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