–Yo no quiero ser responsabilidad tuya. Me las arreglo muy bien yo sola.
–No estoy preparado para un compromiso emocional. No puedo permitirme tener una relación.
Paula sintió que algo se encendía en su interior.
–¿Permitirte una relación?
–A lo mejor no he usado la palabra más adecuada... Tengo que centrarme en la empresa, y en nada más, ni siquiera en los productos para animales.
Paula tragó en seco, pero no dijo nada. Él quiso tocarla, pero retiró la mano de inmediato.
–Mira, podría haber hecho esto de otra forma, pero no lo he hecho. Lo hemos pasado bien juntos. No dejemos que las cosas se conviertan en algo horrible.
–Esa es la primera cosa que dices con la que estoy de acuerdo – le miró a los ojos–. Gracias por haberme abierto los ojos y por haberme hecho ver la verdad.
–¿La verdad?
–No me mereces.
–Paula...
–Te comportas como alguien responsable y práctico, pero en realidad no lo eres. Creo que saliste conmigo para complacer a Betty y para tenerla contenta. Así te asegurabas de que no iba a timarla y lo pasabas bien al mismo tiempo.
–No. Salí contigo porque quería estar contigo. No hay ninguna otra razón.
–Pero cuando las cosas empezaron a ir un poco en serio y te diste cuenta de que tendrías que empezar a asumir riesgos, decidiste que se había acabado. Podrías haber hablado, pero eso te daba demasiado miedo, así que seguiste el guion de otra persona, tal y como has hecho durante toda tu vida.
–Eso no es cierto.
–Sí que lo es. Y yo lo sé porque he estado ahí. Pero ya me he cansado de vivir en el pasado, en parte gracias a tí. Pero tú sigues allí, por culpa de tu madre, de tu padre, de Antonella. Y no creo que vayas a salir de ese lugar. Nunca pensé que diría esto, Pedro Alfonso, pero me das pena.
Dió media vuelta y fue hacia la puerta. Pedro se puso en pie. Su corazón latía a toda velocidad.
–No tienes ni idea de lo que estás diciendo.
Las semanas pasaron una tras otra. Pedro trataba de concentrarse en el trabajo, pero no hacía otra cosa que pensar en Paula. Esa noche tenía la cita de ensueño con la ganadora del concurso y no podía evitar preguntarse si había hecho lo correcto. Un sudor frío le corría por la nuca. Las cámaras despedían mucho calor y estaba muy nervioso. Había un camarógrafo junto a la mesa, filmando toda la conversación que mantenía con una preciosa rubia llamada Brenda Stevens.La joven miró hacia la cámara.
–No tenía ni idea de que íbamos a ser un trío –dijo.
–Nadie nos dijo que tendríamos chaperona y que todo iba a ser filmado –añadió Pedro.
–Bueno, creo que estamos experimentando lo que se siente cuando estás en un reality show –dijo ella.
–Me da igual.
–A mí también. A lo mejor podemos librarnos de él y buscar un sitio donde podamos... Hablar.
Su tono de voz sugería otra cosa, pero Pedro solo quería irse a casa. La única persona que ocupaba sus pensamientos se llamaba Paula Chaves. Agarró su vaso de agua y bebió un poco, pero no sirvió de nada. Bebió un poco más. Un extraño sentimiento le atenazaba por dentro. ¿Qué había hecho? Se había equivocado completamente. Al día siguiente iría a buscarla. Se disculparía. Le pediría una segunda oportunidad. Lo único que tenía que hacer era sobrevivir a esa cita de ensueño...
A la mañana siguiente, Pedro llegó a la casa de su abuela y llamó al timbre. Quien abrió fue la señora Harrison.
–Tu abuela está en su habitación.
–¿Qué pasa con Paula?
–Creo que va de camino a un concurso.
Al entrar en el dormitorio de su abuela, se la encontró haciendo la maleta.
–¿Adónde vas?
–A Enumclaw, Washington –dobló una camiseta rosa–. Hay un concurso muy importante. Tenemos un puesto para vender los productos.
–¿Y Paula va a estar allí?
–Se fue ayer en la caravana con los perros y con sus padres. Me voy a encontrar con ella hoy –Betty dejó de meter ropa en la maleta un momento–. ¿Qué tal te fue tu cita de anoche? ¿Encontraste a la mujer perfecta?
El sarcasmo era evidente en su voz.
–No voy a volver a pedirle otra cita a la ganadora, si es eso lo que me estás preguntando.
–Por lo menos aún te queda alguna neurona –Betty continuó guardando cosas–. Antes de que se me olvide, tengo que pedirte que me reserves una semana de vacaciones. Le daré unas cuantas fechas a tu secretaria antes de irme.
–¿Por qué?
–Para tu regalo de cumpleaños.
–Pero si no es hasta enero.
–Pero con tu agenda, tengo que planificarlo todo con tiempo.
–¿Adónde voy?
–A un campo de entrenamiento de los Navy SEAL.
–¿Pero cómo...? –Pedro no daba crédito.
Siempre había querido visitar uno de esos campos de entrenamiento, pero nunca había podido por falta de tiempo. Además, nunca le había dicho nada a nadie, ni siquiera a Leandro.
–Siempre te doy tu regalo en verano, porque tu cumpleaños casi coincide con las Navidades. Así me aseguro de que sea algo diferente, especial.
–¿Un campo de entrenamiento de los SEAL?
–Paula. Fue idea suya. Yo no las tenía todas conmigo.
–Es el regalo perfecto.
–Eso me dijo Paula.
Paula... ¿Quién si no? Ella le conocía de verdad. Era la mujer que necesitaba. Se había comportado como un idiota, pero la amaba. Quería recuperarla.
–Abuela...
Betty le acarició la mejilla.
–Estás tan pálido que pareces un fantasma.
–He cometido un gran error.
–¿Con Paula?
Pedro asintió.
–Bueno, ¿Cómo piensas arreglarlo?
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