Alargó una mano, pero Paula se disculpó en un susurro y se alejó. Él observó casi hipnotizado cómo se movía su cuerpo dentro del vestido. Y entonces el avión pasó por una turbulencia. Y ella se tambaleó. Se agarró del sillón más cercano durante dos largos segundos. Pedro supo que estaba sintiendo dolor, pero no emitió quejido alguno. Corrió hacia ella.
–¿Estás bien?
–Perfectamente, gracias –respondió ella, con la mirada clavada al frente y una sonrisa automática.
–¿Te has hecho daño? Sé que estás lesionada y que por eso no bailas. ¿Seguro que estás bien?
Ella arqueó las cejas con desdén.
–Estoy bien, gracias. Voy a sentarme un poco, si no le importa.
–Paula, agárrate.
La vió sentarse con cuidado, con la espalda muy recta, y vió otra vez aquella sonrisa, la reconoció, era una sonrisa de dolor. Todo el mundo tenía una careta. Se sentó enfrente de ella, que echó las rodillas hacia la izquierda, como apartándose de él.
–¿Qué es lo que te duele? ¿La cadera? ¿La rodilla?
–No pasa nada, está casi curada.
–¿Qué ocurrió?
–Una caída. Nada más.
–Debió de ser una buena caída, para tardar casi seis meses en curarse.
Ella siguió sonriendo.
–Yo también he tenido muchas lesiones –le contó Pedro–. Jugué al rugby durante años, en la universidad. Supongo que ya te lo habrás imaginado.
Inclinó la cabeza para enseñarle las cicatrices que tenía en la oreja. Por suerte, aquello y lo de la nariz era lo único que se veía a simple vista, aunque había perdido la cuenta de las fracturas que había sufrido y de las lágrimas que había derramado.
–Me iban a fichar para jugar en la selección inglesa.
–¿De verdad?
Él asintió.
–¿Y qué ocurrió?
–Es una historia muy larga. Cuéntame, ¿Qué te ha ocurrido a tí?
–Es complicado.
–Estoy seguro de que seré capaz de entenderlo. He practicado muchos deportes de un modo u otro, y sé lo mucho que sufre el cuerpo. El ballet es duro. Tal vez no sea lo mismo, pero respeto lo que haces.
Ella había dejado de sonreír y lo estaba observando con cautela, pero su cuerpo seguía muy tenso.
–No siempre he sido un banquero aburrido –continuó Pedro–. Ni nací vistiendo traje.
–¿Y qué le pasó? –le preguntó ella–. ¿Por qué no intentó alcanzar su sueño?
–Antes cuéntame lo de tu lesión –le pidió él.
–Rotura de ligamento cruzado –respondió ella.
–¿Anterior? ¿Posterior?
–Anterior. Me han tenido que operar. Dos veces.
–Es doloroso –comentó él–. Deberías tener cuidado. Podría ser el final de una bonita carrera.
–Soy consciente de ello.
–Ya me lo imagino. Supongo que no piensas en otra cosa. Uno de mis compañeros de universidad tuvo que dejar el rugby por eso. Una pena. Tenía por delante un brillante futuro. No tengo ni idea de lo que estará haciendo ahora. No creo que tuviese un plan B…
Entonces vió que a Paula se le caía la careta y le temblaban los labios.
–Lo siento –le dijo–. Sé que no es lo que necesitas oír en estos momentos. La danza es tu vida, ¿Verdad? Te entiendo perfectamente.
–¿Cómo me va a entender si no le ha pasado?
Paula sacudió la cabeza y se giró para alejarse más de él y mirar por la ventana.
–Lo entiendo porque el rugby era mi vida. El banco era el trabajo de mi padre, pero entonces murió y todo se tambaleó bajo mis pies. Y aquí estoy ahora.
Miró a su alrededor, estaba rodeado de lujo. Solo le faltaba cerrar el acuerdo con Arturo. A juzgar por la expresión del rostro de Paula, ella estaba pensando lo mismo.
–No es igual –le dijo–. Usted tenía un plan B. Yo no tengo nada más. Solo esto. Llevo toda la vida preparándome para ser bailarina principal. No sé hacer nada más, casi ni puedo con esto.
Se tocó la falda del vestido y lo miró a los ojos como implorándole piedad, y él pensó que sería muy sencillo enamorarse de una mujer así. Fuerte, pero vulnerable. No obstante, él iba a mantener las distancias con ella y con cualquier otra, en especial con una mujer así porque sabía que al final querría de él más de lo que le podía dar. Tomó su barbilla con un dedo para que lo mirase.
–Lo estás haciendo bien. No tienes de qué preocuparte –le dijo, recordando a su padre cuando intentaba animarlo.
Pero ella negó con la cabeza.
–No. Soy un desastre. Me he dejado las notas que tomé en casa, encima de la mesa de la cocina. Y pasé horas escribiéndolas. No se me quedan las cosas en la cabeza, salvo los pasos de ballet, y hace meses que no bailo. Me aterra la idea de haber olvidado eso también.
–Bueno, vamos poco a poco. Hasta el momento lo has hecho muy bien. Yo no tenía ni idea de que iba a ver un ballet basado en un poema de Rumi.
–¿No le importa que haya sido un desastre hasta ahora? No quiero estropearle la velada.
–Va a ser una velada diferente.
–El ballet le va a encantar, eso se lo puedo asegurar.
Paula sonrió de oreja a oreja y él se preguntó si aquella sería su arma más letal. Decía que no se le daba bien nada más que bailar, pero él estaba seguro de que era capaz de conquistar a cualquiera, hombre o mujer, con aquella sonrisa. El avión tocó tierra y avanzó por la pista. La velada pintaba bien. Tal vez la disfrutase. Era evidente que el juego había empezado.
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