Pedro Alfonso iba a dejar el boxeo y el casino por ir al ballet? ¿De verdad? Se imaginó a sus amigos gritando y levantando las copas para brindar. Mientras sacaba el esmoquin y lo dejaba encima de la cama pensó que al menos a ellos les parecería gracioso. Había tenido muchas ganas de salir esa noche. Era una oportunidad para relajarse después del circo mediático que había tenido que soportar con Tamara. Y la noticia de que iba a poder hacerse con Arturo Finance era la guinda del pastel. Tenía la sensación de estar casi en la recta final. Pero todo tendría que esperar mientras él iba al ballet. Se secó los hombros y se echó a reír al pensar que la idea ya no le disgustaba tanto como media hora antes. Y todo gracias a Paula. No tenía la sensación de que esta quisiese sacar nada de su madre. Era como un soplo de aire fresco y él tenía ganas de novedad y, dado que estaba obligado a pasar las siguientes horas con ella, iba a disfrutarlo todo lo posible. Se estaba poniendo los pantalones cuando llamaron a la puerta. Se quedó escuchando y volvió a oír dos golpes muy suaves. Suaves, pero decididos. Se dijo que Paula quería tratar un tema de trabajo y eso lo decepcionó ligeramente. Se puso la camisa y abrió la puerta.
–Hola, ¿Va todo bien?
A juzgar por la expresión de Paula, no todo iba bien.
–Siento molestarle –le dijo esta, bajando la mirada–, pero tengo que darle esto para que se lo ponga.
Le tendió un paquete pequeño.
–De su madre.
Él continuó abrochándose la camisa y miró el paquete.
–¿Lo puedes abrir tú? –le preguntó mientras iba hacia la mesa en la que había dejado los gemelos.
Ella levantó la vista y la volvió a bajar, pero después de haberlo recorrido con la mirada. Él sonrió. El juego había empezado. Paula abrió el paquete y le tendió una pajarita roja y un pañuelo para lachaqueta.
–¿Va todo bien?
–¿Qué? Sí, por supuesto. Solo me preguntaba por qué se molesta con estascosas.
–¿Qué cosas?
–Los gemelos. ¿Para qué sirven? No lo entiendo.
–¿No te han dicho nunca que eres demasiado directa? –le preguntó él mientras se los abrochaba.
–Suelo decir lo que se me pasa por la cabeza. No pretendo ofender, pero es la primera vez que veo a alguien usándolos.
Él terminó y tiró de las mangas para comprobar que estaban perfectamente rectas. Ella lo observó y eso lo fue calentando cada vez más.
–Hacen que los puños de la camisa queden mejor. Me gustan. Una camisa bonita merece unos gemelos bonitos. Y, dado que veo que la respuesta no te convence del todo, añadiré que me los regaló una ex novia. Después de que rompiéramos.
Sonrió y después añadió:
–No soy tan malo como me pintan.
–Bueno… Por supuesto –comentó ella con poco convencimiento.
Él arqueó una ceja y se ató la pajarita.
¿Qué había esperado? Se giró a tomar la chaqueta mientras pensaba en las fotografías que sus amigos le habían enviado junto a comentarios relativos a su atrofia emocional. No se había molestado en leerlos en profundidad. Quien lo conociese bien sabía la verdad. Y quien lo conociese bien sabía que sus emociones se habían atrofiado con Macarena. Lo único de lo que él estaba convencido era que no podría encontrar a otra Macarena… Habían sido pareja durante toda la universidad. Ella, con su larga melena rubia y él, una prometedora estrella del rugby. Había sido la época más feliz de su vida. Había tenido la sensación de tener el mundo a sus pies.
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