martes, 19 de julio de 2022

Paternidad Inesperada: Capítulo 2

Habían tenido que ir paso a paso para intentar salvar Banca Casa di Alfonso, el banco privado de los italianos ricos.


–Lo único que va a ocurrir es que vamos a volver a levantar el banco. Aunque no consigamos todos los clientes de Arturo, superaremos a Carlos. Eso es lo que importa, ¿No?


El avión llegó a una zona de turbulencias y Pedro vió por la ventanilla cómo una espesa nube gris cubría el paisaje. Ni siquiera una tormenta iba a conseguir desanimarlo. No con aquel arco iris en el horizonte. Hacía años que soñaba con aquello.


–¿Y el nombre? Tal vez habría que cambiar el nombre del banco. ¿Has pensado en ello?


–Por supuesto. BAA. Banca Arturo Alfonso. ¿Qué te parece?


–Oh, Pedro…


Él se sentía tan ilusionado como su madre. El banco había estado en su familia durante varias generaciones. Era una cuestión de vida o muerte.


–No es lo que quiero, pero si es el único modo… ¿De verdad tenemos una oportunidad, hijo?


Él levantó la vista cuando la mujer del vestido pasó por su lado. Volvió a mirar sus piernas. Muy bonitas. Y el modo en que la falda se ajustaba a sus elegantes pantorrillas despertó en él una sensación indeseada.


–¿Pedro?


–Sí, tenemos una oportunidad –respondió él, intentando centrarse–. No hay otro banco que huela tanto a dinero y valores antiguos. Carlos ha convertido el suyo en otra centralita orientada a las ventas. No es seguro, ni sólido, ni honesto. Nosotros somos únicos. Estamos detrás de Arturo en cuanto a estatura.


–Lo sé. Esperemos que sea estatura y honestidad lo que él está buscando.


–Lo más importante va a ser la química. Y el hecho de no haber salido todavía a Bolsa. En eso estamos por delante de Carlos, independientemente de la oferta que le haga. Estoy seguro. De hecho, estoy tan seguro que te apuesto a que me invitan a casa de Arturo durante la regata Cordon D’Or. Vamos a ir poco a poco, pero allí es donde pretendo empezar.


Se giró al oír que servían agua. Le dejaron delante un vaso. Vio unos dedos largos y elegantes, seguidos de unos brazos también largos y elegantes, desnudos, porque el vestido no tenía mangas. Y a un ángel con hoyuelos en las mejillas que le sonreía. Estaba demasiado ocupado como para distraerse. Volvió a preguntarse dónde estaría David.


–Eso será el comienzo, pero va a hacer falta algo más que hospitalidad durante el Cordon D’Or para ganárselo. Es el último de la vieja guardia. Será mejor que tengas tu perfil en las redes sociales bien limpio. Si intuye algún escándalo retirará el puente levadizo antes de que te hayas acercado a él.


–No te preocupes, no habrá más escándalos.


Lamentaba que los hubiese habido en el pasado. Golpeó la ventana con los dedos y siguió con ellos las gotas que iban resbalando por el cristal. Nunca había tenido problemas con su imagen hasta que había llegado su última ex, lady Tamara, que le había vendido la historia de su ruptura a la prensa y había dicho que Pedro era capaz de destrozar la vida de cualquier mujer, prometiéndole que se casaría con ella para después dejarla. Pero aquella no era la verdad. Él nunca prometía nada. A lo largo de los años había ido desarrollando una fobia al compromiso. Estaba casado con su trabajo y no volvería a comprometerse con ninguna otra mujer como lo había hecho con su primera novia, Macarena. Había perdido a su padre, había perdido el rumbo en la vida y, después, a ella. Y jamás volvería a ser tan vulnerable.


–Tenías que haber dejado que David se ocupase de eso. Al menos, el daño habría sido menor.


–No es mi estilo. Me niego a jugar los juegos de los medios. Y no voy a meterme en una discusión acerca de un tema que solo es asunto mío. Tamara estaba enferma. Es la única explicación. Ella creía en algo que no era real y, cuando no ocurrió, decidió ir a la prensa, pero si yo me hubiese metido habría sido peor. Solo habría conseguido prolongar esa triste situación.


–Lo sé, pero como te negaste a hacer ninguna declaración, la gente piensa que eres un paria. No soporto que piensen mal de tí, sabiendo cómo eres en realidad. Me disgusta mucho leer esas cosas.


–Pues haz como yo y no las leas. 

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