Paula salió del recinto número cinco con la correa de Pipo en una mano y un premio en la otra. Hacía un sol de justicia, pero al beagle no parecía importarle. Estaba deseando quitarse la chaqueta del traje. Betty estaba esperándola, con las manos entrelazadas y una sonrisa en los labios. Le entregó el galardón del premio.
–Con uno más, ya será un gran campeón.
–Estoy muy orgullosa de los dos –dijo la anciana.
–Gracias –la palabra sonó vacía, pero no podía evitarlo.
A lo mejor no le venía mal un poco de cafeína. Llevaba semanas sobreviviendo a base de café.
–Vamos a ver qué hacen tus padres en el puesto.
Betty había contratado a los padres de Paula para que se ocuparan del punto de venta.
–También quiero enseñarles el galardón que ha ganado Pipo...
-Tus padres tienen compañía en el puesto –dijo Betty.
–Es bueno que haya clientes.
–Bueno, me parece que éste en particular no está interesado en los productos.
Paula miró y se detuvo en seco. El corazón le dió un vuelco. No podía respirar.
–¿Qué está haciendo aquí? –le preguntó a Betty. La voz le temblaba.
–Vamos a verlo.
–No. Ve tú, Betty, por favor.
La anciana la agarró del brazo.
–Vamos. No eres ninguna cobarde.
–Sí que lo soy.
–Venga. Pon un pie delante del otro, chica.
Paula no tuvo más remedio que echar a andar.
–No puedo...
–Sí que puedes. Un paso y después otro.
–Pedro –dijo Betty.
Él se volvió. Sonrió.
–Hola –le dijo, como si su presencia fuera de lo más normal.
Paula abrió la boca para decir algo, pero no pudo.
–Te he echado de menos –dijo él, mirándola con unos ojos diáfanos, sinceros.
Paula sintió que el corazón se le salía del pecho. La rabia creció repentinamente.
–¿Qué es esto? ¿Una broma?
–No es ninguna broma –Pedro señaló el puesto de venta–. Parece que los productos se están vendiendo muy bien gracias a tí.
Los padres de Becca sonrieron.
–Me echaste de tu vida como si fuera basura. Heriste mis sentimientos mucho más que ningún otro, lo cual es mucho decir. Y ahora te presentas aquí como si nada hubiera pasado. Es increíble.
La tensión aumentaba por momentos. La gente empezaba a mirar.
–Tienes razón. Siempre has tenido razón... Y estoy aquí. No te culpo si no quieres hablar conmigo, pero por lo menos escúchame.
Pasó un segundo. Y después otro.
–Cinco minutos.
La hizo echarse a un lado y miró el reloj.
–Me estaba acercando mucho a tí. Me distraía en el trabajo. Estaba más feliz contigo que cuando estaba con mi familia. Eso me asustaba. Tú me asustabas. Tenía demasiado miedo de asumir riesgos, demasiado miedo de que pudieras hacerme daño, así que jugué sobre seguro. Y perdí a la persona que más necesito en mi vida, la persona que me entiende, que me hace más fuerte. Me cuidaste como nadie más me ha cuidado, y lo echo de menos. Te echo de menos.
El aire se escapó de los pulmones de Paula. Tenía los ojos llenos de lágrimas. No podía hablar.
–Eres increíble, única. Eres todo lo que no me atrevía a admitir que quería hasta que entraste en mi vida, y entonces te dejé marchar, como un estúpido. Siento haberte tratado como lo hice. Hice lo mismo que el idiota de Nicolás. Pero te pido disculpas, por haber accedido a participar en el programa y en el concurso, por no decirte nada y por romper contigo como lo hice. No te culpo por no quererme después de todo lo que he hecho, pero yo sí que te quiero. Y, si hay alguna forma de que me perdones, te compensaré por todo lo que te he hecho. Quiero pasar el resto de mi vida compensándote por ello.
–¿Has venido por eso?
–Iba a volverme loco si pasaba otro día más sin verte... Creo que todavía me quedan dos minutos más. A lo mejor tres –su voz sonaba sincera–. ¿Tengo alguna oportunidad?
Paula quería decir que no. Quería que se fuera, seguir adelante sin él. Pero su sonrisa casi era una caricia.
–Llevo toda la vida intentando demostrar algo, tratando de ponerme a prueba –le dijo–. Si hacía algo, entonces me aceptaban – respiró profundamente–. Pero Betty me animó. Y después tú. Me dí cuenta de que no tenía que hacer nada especial, sino aceptarme como soy. Y el resto vendría solo.
–Está pasando.
–Te perdono. Estoy preparada para intentarlo, pero quiero al hombre que se esconde debajo de los trajes de ejecutivo, el chico que creció soñando con ser un SEAL.
–Es tuyo –Pedro le dió un beso en la frente.
Se apoyó en una rodilla y la agarró de la mano. Paula contuvo el aliento.
–¿Quieres casarte conmigo, Paula? ¿Quieres ser mi esposa, compañera y encantadora de perros?
Simba trotó hasta Paula. Llevaba una cinta blanca sujeta al collar y de ella colgaba... Un anillo.
–Estás hablando en serio.
–Le he pedido permiso a tu padre.
Alejandra y Miguel les observaban con una sonrisa en la cara.
–¿Qué me dices?
–Vengo con equipaje.
–Y también con tus cepillos para quitar el pelo. A eso lo llamo yo un trato justo.
–Sí –dijo Paula, llena de una felicidad repentina–. Sí. Me casarécontigo.
Pedro quitó el anillo del collar del perro. La banda estaba cubierta de diamantes diminutos y los del centro, más grandes, hacían la forma de la pata de un perrito.
–Pensé que un diamante grande te estorbaría un poco en tu trabajo. Pero si prefieres...
–Este es perfecto. No sabes cuánto.
Él le colocó el anillo.
–Te quiero.
–Te quiero.
Se dieron un beso en los labios, pero el ladrido de Simba les interrumpió.
–¿Crees que está celoso?
Paula contempló el rutilante anillo y entonces le miró a él.
–No. Ese ladrido es de aprobación.
–Entonces vamos a darle muchos motivos para ladrar.
La besó con pasión. Una ola de alegría bañó a Paula por dentro. El Soltero del Año estaba fuera del mercado y ya no volvería a presentarse al concurso. Pero ese beso definitivamente se merecía un premio, el primero de muchos.
FIN
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