martes, 5 de julio de 2022

Atracción: Capítulo 34

Dos noches después, la fiesta de Betty estaba en pleno apogeo cuando llegó Pedro. Le entregó las llaves del coche a un valet parking. La multitud era grande para ser un lunes. Ya dentro de la casa, saludó a gente a la que conocía de toda la vida y se dirigió hacia el patio. Incluso había un DJ pinchando música. Los camareros preparaban bebidas sin parar y llevaban bandejas llenas de exquisitos aperitivos. Pedro buscó a las dos mujeres que más quería ver y no tardó en localizar a su abuela. Llevaba unos pantalones de color rosa y una blusa brillante.


–¡Pedro! –Betty le dió un abrazo a su nieto–. Me preguntaba cuándo ibas a llegar.


–Todavía tenía unas cuantas cosas que hacer en la oficina.


–Quítate la chaqueta y la corbata –dijo con una sonrisa–. Tómate algo. Relájate.


Pedro miró a su alrededor.


–¿Buscas a Paula?


–Sí.


–Está aquí. Y Carolina también.


Su hermana nunca rechazaba una invitación a una fiesta, incluso aunque la edad media de los asistentes fuera el doble de la suya.


–Espero que Caro no se haya metido en líos últimamente.


–Creo que no –Betty saludó a alguien que acababa de salir al patio–. Deberías buscar a Paula y meterte en líos.


–¡Abuela! Voy a ver si puedo encontrar a Caro.


–Que te diviertas –Betty echó a andar hacia la casa.


Pedro agarró un botellín de cerveza del bar y bebió un buen sorbo. Era justo lo que necesitaba después de un día duro en la oficina.


–Eh, hermanito.


El aroma del perfume de Carolina era inconfundible. La minifalda drapeada que llevaba apenas le tapaba la ropa interior. Se había recogido el pelo y algunos mechones, cuidadosamente escogidos, le adornaban la cara. Su maquillaje era tan perfecto como el de una revista.


–He conocido a tu nueva novia. 


Pedro estuvo a punto de escupir la cerveza.


–No tengo novia.


–Paula.


–No es... ¿Qué te ha dicho la abuela?


–Solo que ha encontrado a la mujer perfecta para tí –agarró una copa de champán de la bandeja de un camarero que pasaba por allí en ese momento–. Paula me gusta. Si le cambiamos un poco el fondo de armario, le ponemos un detallitos y la maquillamos bien, será un bombón. Estaré encantada de...


–Paula está bien como es.


–Te gusta.


–Déjalo, Caro. Y no te metas en líos esta noche.


Carolina le sacó la lengua.


–No sabes divertirte.


Siguió el camino que pasaba por delante de la cabaña de huéspedes, rumbo a la perrera. Solo estaba encendida la luz del porche. Uno de los perros ladraba sin parar. No podía ver cuál era, pero sí reconocía el sonido. Simba. Entró en la perrera. Otros perros empezaron a ladrar.


–Tranquilos –Paula estaba delante de la puerta de Apolo.


Llevaba una falda floreada por encima de la rodilla y una camisa verde sin mangas que dejaba ver unos brazos estilizados y firmes.


–Los invitados de Betty no pueden oírlos.


Los perros dejaron de ladrar. Simba estaba de pie, con las patas delanteras apoyadas en su puerta.


–¿Pero qué bicho te ha picado? –le preguntó Paula al perro.


Pedro se detuvo a unos pocos metros de distancia.


–Ah. Te habías escondido aquí.


Paula contuvo el aliento y se dió la vuelta. La falda giró a su alrededor un instante, dejando ver la parte inferior de sus muslos.


–Pedro –dijo, poniéndose la mano sobre el corazón.


–No quería asustarte.


Ella miró por detrás, como si quisiera asegurarse de que no había nadie más.


–¿Qué estás haciendo aquí?


–Iba a hacerte la misma pregunta. La fiesta es en el patio, pero tú estás aquí. Sola.


–No estoy sola –señaló a los perros. 


Todos la observaban desde sus jaulas. 

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