–¿Va todo bien?
Pedro miró a Paula.
–Claro, cielo.
Si había algo que iba a ayudarlo a sobrevivir durante las siguientes veinticuatro horas, sería aquella mujer. Iba a ser una noche memorable para ambos.
–Es solo trabajo. Nada de lo que tengamos que preocuparnos.
–¿Está seguro?.
–Sí –le respondió él–. Tengo que tener el teléfono cerca, pero no creo que nos molesten más. Ya estamos…
El coche se detuvo delante de Luigi’s, uno de sus restaurantes favoritos en el que la comida era deliciosa y el servicio rápido y agradable. Pedro bajó del coche e hizo girar sus hombros porque estaba muy tenso. Respiró hondo y aspiró el olor a jazmín de las plantas que había a ambos lados de la puerta del restaurante. Paula salió del coche y él pensó que solo mirarla era como un sorbo de vino en verano. Se sintió mejor. Solo quedaba un detalle para asegurarse de que podía relajarse completamente con ella… Unos minutos después estaban sentados en un rincón del restaurante, donde las sombras jugaban con el delicado cuello de Paula y sus largos y delgados brazos. Pedro no podía desear más alargar la mano y tomar la de ella por encima del mantel, pasar un dedo por su escote y absorber la suavidad de su piel. Pero el autocontrol lo era todo.
–Has estado increíble esta noche –le dijo–. No habría podido tener una asistente mejor. Conoces muy bien tu mundo y no te han hecho falta las notas. Estoy impresionado.
–Es fácil cuando es algo que te importa.
–No se trata solo de la danza, ¿Verdad? También te importa la compañía.
Pensó en el gesto de admiración y orgullo con el que le había presentado a sus compañeros, cómo se habían abrazado los unos a los otros.
–Son mi familia desde hace años. He tenido mucha suerte.
–Supongo que hablas en sentido figurado, ¿No?
–He estado con el British Ballet desde los once años, así que es realmente mi familia. Mi madre y su marido se mudaron a la costa sur cuando yo tenía doce, pero tuve la suerte de poder quedarme aquí.
Pedro se dió cuenta de que la alegría con la que le contaba aquello era fingida.
–Estoy seguro de que te va a ir bien, Paula –le dijo–. Aunque no puedas bailar, seguro que puedes hacer otras cosas en la compañía, siempre y cuando quieras quedarte ahí. ¿No te apetecería ver mundo? ¿No hay trabajo en otras compañías?
–Por supuesto, pero todavía no quiero hacer planes. Todo depende de lo que el médico me diga el mes que viene.
–¿Y si estás bien, estarías dispuesta a cambiar? ¿Hay algo o alguien que te ate aquí?
–No tengo a nadie especial en mi vida, si es a eso a lo que se refiere.
–Es exactamente a eso a lo que me refería.
Ella hizo una mueca.
–No tengo un gran historial de novios. Nunca me ha gustado demasiado socializar y la lesión me ha dejado completamente agotada. Así que no, no tengo a nadie especial.
–Mi historial con las mujeres tampoco es mi punto fuerte.
Ella sonrió.
–Pero por motivos muy distintos.
–Eso ha dicho la prensa –comentó él, agradecido por la llegada de los camareros.
No tenía ganas de hablar de sus relaciones anteriores con ella. Ni quería saber las suyas. Hablar de aquel tema habría sido mandarle a Paula señales equivocadas, hacerle entender que podían tener un futuro. Se quedaron en silencio mientras les llevaban los platos con queso y carne, olivas y alcachofas, melón con jamón, y les servían vino. Ella lo observó todo con los ojos muy abiertos. Por fin se marcharon los camareros.
–Ataca –le dijo Pedro, observándola mientras cortaba el melón con jamón muy despacio y lo tragaba con delicadeza, para después empezar a devorar.
Nunca había visto comer a una mujer con tanto apetito y eso le gustó. Paula era como un soplo de aire fresco, era diferente y no le importaba lo que pensasen los demás. No había mostrado ningún interés por su avión ni por su coche, ni había intentado fotografiarse con él. Solo había querido transmitirle su pasión por la danza. Él conocía aquella sensación de sus tiempos del rugby. Pero aquello formaba parte del pasado, en esos momentos tenía que atender a una madre viuda y tenía que salvar un banco.
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