Así que no era tan malo como lo pintaban. Podía haberse enfadado con ella por haberse olvidado las notas, pero había sido bastante amable. Y tampoco era un banquero aburrido. Era inteligente. Y guapo a pesar de la nariz rota y la oreja llena de cicatrices. Paula miró sus muslos y sus bíceps, enfundados en el esmoquin mientras esperaban en la parte trasera de la limusina a que les tocase atravesar la alfombra roja, y pensó que se había equivocado al imaginar que no tenía el encanto de su madre. Tampoco era inofensivo, como había dicho esta. La había interrogado nada más conocerla, pero en esos momentos entendía el motivo. Quería proteger a su madre. Ella habría hecho lo mismo en su lugar. Aunque la última persona que necesitaba que la defendiesen era su madre… Salvo de ella misma. Abrieron la puerta del coche. Había llegado el momento de salir. Pedro se giró a guiñarle el ojo y sonreír y después salió y anduvo hacia la entrada con la gracia de un felino. Ella se dijo que era como estar en el escenario, pero sin bailar. Se le hizo un nudo en el estómago. Respiró hondo, se obligó a sonreír y lo siguió. Se detuvo detrás de él mientras Pedro charlaba con alguien en el hall de entrada. Cuando faltaban muy poco para que se levantase el telón, entraron en la sala, que bullía de excitación. Todo el mundo se giró a mirar hacia el palco real mientras ellos se instalaban. Paula mantuvo la mirada al frente, no le gustaba tanta atención. Fue a sentarse detrás de él, pero Pedro le indicó con una sonrisa y un gesto que se instalase a su lado. Cuando las luces se apagaron, se acercó a ella.
–¿Estás segura de que va a ser tan bueno como me has dicho?
–Si no lo es, puede pedir que le devuelvan el dinero.
Empezó a sonar la música y se oyó la penetrante y bonita voz de una mujer india. El público contuvo la respiración. Pedro le mantuvo la mirada y ella sintió un escalofrío.
–Tal vez pueda ser compensado de otra manera –respondió.
Recorrió con la mirada sus ojos desnudos, su escote, y después subió a los labios y a los ojos. Sonrió a modo de promesa. Y ella sintió cómo aumentaba la atracción entre ambos, notó cómo su cuerpo reaccionaba como si lo acabasen de encender. No eran imaginaciones suyas. Apoyó la espalda en el respaldo y miró hacia el escenario sin ver. Sabía que estaban bailando, pero solo era consciente de su propio cuerpo.
–¿Te estás divirtiendo? –le preguntó Pedro en un susurro.
«Sí», deseó responder ella en voz alta. Por primera vez en meses, tenía la sensación de estar viva otra vez.
–Preferiría estar sobre el escenario –respondió, pensando que, por primera vez en su vida, dudaba de que aquello fuese verdad.
–Me encantaría verte bailar.
Pedro se había acercado más.
–Debes de ser una bailarina increíble. Tal vez algún día…
Por un instante Paula pensó que iba a tocarla, pero Pedro alargó la mano y después volvió a apoyarla en su propia pierna. Ella la miró y después levantó la vista a su perfil. Pedro tenía la cabeza girada hacia el escenario, pero había una extraña energía entre los dos que hacía que ella fuese muy consciente de su cuerpo. Estaba acostumbrada a utilizar su cuerpo para expresarse y a interpretar el lenguaje corporal de los demás. El lenguaje que estaba hablando el cuerpo de él era el de los amantes. Y eso a ella le excitó. Se inclinó hacia delante y observó la obra, sintió cómo sus compañeros expresaban con sus cuerpos el amor. Y se imaginó a sí misma con él agarrándola por la cintura. Había bailado y sentido muchas manos en su cuerpo, como todos los bailarines, pero nunca antes se había sentido así. Solo con mirar. Con esperar. La sensación era electrificante. ¿La estaría sintiendo él también?
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