Paula asintió con la cabeza, pero no podía evitar preocuparse. Algo estaba pasando entre ellos.
–Me alegro de haber podido besarte como debe ser, aunque nos hayan interrumpido de nuevo. Ahora que hemos acabado con eso, podemos seguir adelante.
Paula sintió que un puño se cerraba alrededor de su corazón. Le faltó el aliento. La garganta le ardía. Pedro no hablaba de besos. Quería más. Quería una cita, una aventura de una noche. Los besos no significaban lo mismo para él. Se puso erguida y levantó la barbilla.
–Tengo que llevarme a Rocky.
–¿Qué pasa?
–Ahora que hemos acabado...
–Ahora que... –Pedro jugueteó con un mechón de su pelo–. Vamos a tener una cita.
–¿Una cita?
–Una cena en Pacifica.
Pacifica era un nuevo restaurante de la ciudad.
–He oído que se come muy bien, pero es muy difícil conseguir reserva.
–Yo conseguiré una mesa.
–Eso suena bien.
–¿Estás libre el miércoles?
Solo faltaban dos días para el miércoles, así que no había nada de qué preocuparse. Nunca conseguiría una mesa.
–Sí.
Tecleó algo en su teléfono móvil.
–No creo que me lleve mucho tiempo.
–¿Qué estás haciendo?
–Estoy haciendo una reserva –el teléfono vibró. Miró la pantalla– . El miércoles a las ocho. Tenemos una cita.
–¿Cómo lo has conseguido?
–Crecí aquí –parecía satisfecho consigo mismo–. Tengo unos cuantos contactos.
La realidad la arrolló como un enorme mastín en busca de caricias. La esperanza se convirtió en miedo. Fue hacia Rocky con paso inseguro. Abrió la puerta y enganchó la correa al collar.
–Rocky está hecho todo un campeón –dijo Pedro.
Paula asintió, pero no fue capaz de relajarse. Una cita con Pedro Alfonso, el hombre que conseguía una reserva en el restaurante de moda con solo enviar un mensaje de texto... No iba a enamorarse de él. Podía acudir a la cita. Podía darle un beso. Pero cualquier otra cosa estaba... Prohibida. Ya de vuelta en el patio, Pedro les dejó todo el protagonismo a su abuela, a Paula y a Rocky.
–«No es lo que crees». ¿En serio? –le dijo Carolina,acercándose.
–Déjalo.
–No. Ví dónde tenías la mano. Pero a Paula no parecía importarle. Te gusta.
–Me gusta pasar tiempo con ella.
–Te gusta. ¿Cuánto tiempo llevan saliendo?
–No vas a dejar el tema, ¿No?
–Que salgas con alguien me conviene. Así me dejan en paz a mí –se quitó el cabello del hombro, un gesto estudiado para atraer todas las miradas–. Cuéntamelo todo, ¿Quieres?
–No estamos saliendo. Pero voy a llevar a Paula a Pacifica el miércoles.
–Vaya, vaya. Ya veo que quieres impresionarla.
–Quiero que disfrute de la velada –de repente se dio cuenta de que su hermana tenía razón. Sí quería impresionarla–. Quiero que se sienta cómoda, que no se sienta intimidada.
Carolina sonrió como si le hubiera dado una Visa Platino sin límite de gasto.
–Déjamelo a mí, hermanito.
–¿Qué vas a hacer?
El miércoles por la mañana Paula soltó a los perros para que corrieran un poco. Limpió la perrera a fondo y trató de mantenerse ocupada. Esa noche tenía una cita con Pedro Alfonso. Repasó mentalmente todas las cosas que había aprendido en Internet. Debía comenzar a usar los cubiertos desde fuera hacia dentro. El pan no se cortaba con el cuchillo, sino con la mano. No podía apoyar los codos en la mesa... Mientras pasaba la fregona, se preguntó qué iba a ponerse. Había mirado toda la ropa que tenía en el armario y finalmente se había decantado por una falda negra ceñida, una blusa blanca y un par de manoletinas negras. Quería parecer elegante, pero seguramente estaría fuera de lugar en un restaurante como Pacifica. Quizás debía cancelar la cita...
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