Pedro miró las fotos de Paula de cuando era niña. En una aparecía montando un triciclo, y en otra estaba en el baile de graduación del instituto.
–Llevabas el pelo largo, como tu madre.
–Ya no soy esa chica. Me gusta llevarlo más corto.
–A mí también me gusta así –dijo Pedro.
Sus padres les observaban con curiosidad.
–¿Por qué no ayudas a tu madre con la cena? –le dijo su padre– . Yo le haré compañía a Pedro.
Paula fue detrás de su madre.
–Bueno, Pedro, ¿Te gustan las armas y la caza?
–Mi abuelo solía llevarnos a cazar alces a mi mejor amigo y a mí, pero con ballestas, no con armas.
–¿Se llevaron algo a casa?
–Un ciervo.
Pedro recordaba la sorpresa que se había llevado al darle al animal. Había sido una emoción increíble, pero también había sentido mucha tristeza al verle caer.
–Era mucho más grande que yo. Nos costó mucho traerlo al campamento.
Miguel miró hacia la cocina.
–Yo he cazado osos –se inclinó hacia Pedro–. Nunca he podido traer nada de lo que cazaba a casa. Paula se echaba a llorar. Será mejor que no le hables de ese animal que cazaste. Le gustan mucho los animales y a lo mejor te lo guarda.
–Gracias por el consejo.
–De nada –Miguel volvió a mirar hacia la cocina–. Mi hija ha tenido épocas difíciles.
–Sí. Me lo ha contado.
–Trabaja duro, nos manda dinero, incluso cuando no tiene mucho para ella –le miró a los ojos–. No quiero que le hagan daño a mi pequeña.
–Yo tampoco. Es una mujer muy especial.
–Me alegra oírte decirlo. Paula nunca ha traído a un hombre, o a un chico, a casa.
Pedro sintió un extraño orgullo. Eso le sorprendía, pero no había sido ella quien se lo había pedido.
Mientras Pedro y Miguel charlaban sobre caza mayor, Paula metía una bandeja de galletitas en el horno.
–Pedro es muy guapo –le dijo su madre de repente–. Te gusta de verdad.
–No llevamos mucho tiempo.
–Pero eso no quiere decir que no tengas sentimientos por él. Yo supe que tu padre era el elegido una semana después de conocerle – Alejandra sacó un tarrito de aliño del frigorífico–. ¿Qué sientes cuando estás con él?
–Me siento importante, especial, como si pudiera hacer cualquier cosa. Creo que me estoy enamorando.
–¿Tú crees?
Paula se rió.
–Bueno, de acuerdo. A lo mejor ya me he enamorado, y me da miedo.
–Enamorarse de alguien da miedo. Es normal. Pero no puedes vivir anclada en el pasado. Si te gusta de verdad, dale una oportunidad.
–Siempre he pensado que lo único que necesitaba en la vida era a los perros, pero ahora que he conocido a Pedro...
–Quieres más.
–Sí... Pero somos tan distintos. No sé si va a funcionar. ¿Crees que puedo encajar en el mundo de Pedro?
–Sí. Solo sé tú misma. Y, si no encajas, entonces no es la persona adecuada para tí.
–Mamá...
–Lo digo en serio –Alejandra le dió un abrazo–. Eres una chica dulce, generosa, inteligente, y tienes mucho amor que dar.
–Creo que Pedro podría ser el hombre adecuado para mí.
–Solo el tiempo lo dirá.
–Espero que no me lleve mucho tiempo averiguarlo.
–La paciencia es una virtud.
Paula miró las galletas.
–Pasé tres años siendo paciente. Creo que me merezco un pequeño respiro.
–Lo siento, cariño, pero no hay muchos respiros cuando se trata del amor.
Amor. La palabra sonaba muy bien, pero solo si era amor correspondido...
No hay comentarios:
Publicar un comentario