jueves, 29 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 40

 —Yo no puedo —aclaró él.


—Pensé que habías admitido que podrías —repuse con amargura cuando me di cuenta de que hablaba en serio. Luego me llevé una mano a la boca y musité—: Lo siento, lo siento, lo siento…


—¡No digas eso! Tendría que ser yo el que lo dijera. Creí que podría controlarme, pero lo que estamos haciendo no está bien.


Yo no quería que él se sintiera apenado, sólo deseaba que siguiera abrazándome. Y, de hecho, mantuvo el abrazo, pero sólo para que me apaciguara, para asegurarse de que no me desplomaba sobre el brillante suelo de tarima. En cuanto se dio cuenta de que yo había recobrado la compostura, me soltó, tomó su vaso de whisky y lo apuró de un solo trago. Parecía que había llegado el momento de que me vistiera. Él esperó a oír el sonido de mi cremallera antes de volverse a mirarme.


—Estás sola y eres vulnerable, por eso no debemos hacerlo. Tienes un novio esperándote en Maybridge.


—No pienso volver jamás.


—No sabes lo que dices, Paula.


¿No lo sabía? Aunque me sorprendía haber dicho semejante cosa, todo mi cuerpo sabía que era la pura verdad. Había pasado la mayor parte de mi vida convencida de estar enamorada de David y, sin embargo, allí estaba, en el departamento de Pedro, a una hora escasa de Maybridge, lanzándome a los brazos de otro hombre, tan entregada como si hubiera llegado el día del fin del mundo. Algo iba mal, pero no tenía ninguna relación con él.


—Simplemente estás furiosa porque te ha dejado venirte a Londres sin él —prosiguió Pedro.


Me habría echado a reír si hubiera estado segura de no ponerme a llorar al mismo tiempo. No tenía ningún sentido enfadarse con David, ya me había inundado de frustración cuando su madre había abortado los planes para que me acercara a la estación de tren, pero él solo me había dedicado una suave mirada que quería decir: «No me queda otro remedio». Solo había un hombre en todo el planeta con el que deseaba mostrarme furiosa, y estaba delante de mí.


—¿Y piensas que hago esto para vengarme'? ¿Es eso? —él no contestó y yo sospeché que había dado en el blanco—. ¿Piensas que esa era la razón por la que me iba de fiesta con Sofía?


—Estabas lo suficientemente provocativa y preparada para entrar en acción cuando nos encontramos en el ascensor.


—Y estás convencido de que has conseguido evitar que cometiera un error, ¿No? ¿Es por causa de David? Pues quiero dejarte bien claro que me parece un gesto muy noble, excepto por una cosa —dije mirándolo directamente a los ojos—. Al salir del baño, daba la impresión de que tú también estabas deseando entrar en acción.


—No, maldita sea…


—Sí, maldita sea, Pedro —dije recogiendo mi bolso mientras me dirigía a la puerta del departamento. Casi había terminado de ponerme el abrigo, cuando él llegó hasta mí y apoyó con fuerza su mano contra la puerta para impedirme salir. Busqué mi móvil en el bolso y con dedos temblorosos marqué un número que tenía en la agenda.


—¿Qué demonios estás haciendo?


—Estoy llamando a un taxi. Me voy a la fiesta de Sofía tal y como habíamos planeado. Puede que ésta sea la noche de suerte de Tomás.


—Ni hablar —repuso Pedro arrebatándome el móvil para desconectarlo, antes de devolvérmelo con una pequeña y taimada sonrisa que procuró contener.


—No se puede negar que tienes arrestos —dije.


—También tengo el número de una agencia de taxis más cerca de Londres que de Maybridge.


—¿Qué?


—El número que has marcado desde la memoria del teléfono era de una agencia de taxis de Maybridge. ¿Lo utilizaste para que te llevara a la estación? ¿No tenías a nadie que pudiera acompañarte?


—Mis padres estaban fuera y David no pudo venir conmigo. Surgió algo importante que… —dije mientras una lágrima solitaria escapaba de mis ejes. Antes de que pudiera secármela yo misma, Pedro pasó su pulgar sobre ella.


—Debe ser un hombre maravilloso para que hayas aguantado tanto tiempo en él, recibiendo tan pecas atenciones.


Pensé, per primera vez, que era posible que ye me hubiera pegado a él como una lapa y que él había sido le suficientemente dulce y considerado como para no echarme de su lado.


Mi Vecino: Capítulo 39

 —¡No! —exclamé—. No pretendía. Simplemente, tenía calor.


—Sí, ya lo sé.


Él retiró el hielo de sus labios y lo aplicó a una de mis sienes mientras yo daba un salto de sorpresa y excitación. Me sentía muy vulnerable a causa de la intimidad que se había creado entre nosotros y cerré los ojos en silencio.


—¿Cuánto calor tienes? —preguntó él con atrevimiento.


—Pedro, por favor… —dije, enfureciéndolo.


Si se hubiera tratado de otra persona, yo habría reaccionado con nervios, incluso con miedo.


—¿Por aquí? —insistió él pasando el hielo por mi mandíbula.


—Pedro… —protesté débilmente mientras sentía debilidad en las rodillas—, por favor. Lo siento…


Lamentaba que él no pudiera desearme de la manera que yo quería. Mi cuerpo parecía querer explotar y mis pezones amenazaban con traspasar la tela del vestido. Deseaba quitármelo y dejar que sus manos lo recorrieran por completo, que me estrechara contra su cuerpo, que me acariciara los lugares más recónditos…


—¿Por aquí? —continuó él sin compasión, dejando que el cubito de hielo se deslizara por mi garganta, por el escote, por la parte de mis pechos que quedaba al descubierto, por encima de la tela sobre mis pezones… Haciéndome estallar de deseo.


—¡Sí! —exclamé, dándome por vencida—. ¡Sí, sí y sí! ¿Estás ya contento? ¿Te divierte llevarme hasta el límite de lo que una mujer puede soportar?


—No soy homosexual, Paula —dijo con tono de advertencia— Aunque supongo que ya te habrás dado cuenta.


—¿Qué? —exclamé con los ojos como platos. Su mirada brilló con deseo animal—. ¿Que no eres homosexual? ¿De verdad? De repente sentí que el interrogatorio podía esperar. Lo que necesitaba en ese preciso momento era pasar a la acción, no conversar. Solté una carcajada—. No puedes imaginarte el alivio que siento.


—¡Paula, escúchame! Quiero que lo comprendas. Pensabas que conmigo estarías a salvo, pero no es así. Estás jugando con fuego.


—Yo estoy que ardo —le dije mientras pasaba los brazos en tomo a su cuello para atraerlo hacia mi—. Crepitando —añadí antes de besarlo sin vergüenza, sin reparos, entregándome por completo.


Él se resistió durante unos instantes, luchando contra su propio deseo y apartándome un momento para poder mirarme a la cara.


—Hueles tan bien… —comentó antes de utilizar toda la potencia de su cuerpo para abrazarme—. Eres tan dulce… — murmuró mientras su boca con sabor a whisky se apoderaba de la mía y me transportaba a un lugar oscuro y remoto, primitivo, donde no existía el pensamiento, sólo los sentimientos.


Estaba segura de que Pedro ya me había enseñado todo lo que había que saber sobre los besos con el que me había plantado delante de Sofía, pero no era así. Eso sólo había sido el preámbulo de la clase magistral que estaba recibiendo en ese momento. Cuando me bajó la cremallera trasera del vestido, gemí de alivio. Me besó los pechos con avidez, sacándolos de su confinamiento, succionándome los pezones hasta hacerme gritar de placer, presintiendo ya el momento de éxtasis final. Me sentí diabólicamente hermosa y deseada.


—Pedro… —la mención de su nombre expresaba mi urgencia, suplicaba que me llevara a la cima del placer; pero no sabía como pedirlo—. Por favor…


Oí un gemido de dolor, era posible que él me hubiera malinterpretado.


—Paula… Lo siento…


—¡No! ¡No te detengas! —rogué, estupefacta ante mi propia respuesta libertina, pero incapaz de apartar la atención de la urgencia de mis sentidos. Todo había desaparecido de mi mente, menos la dulzura de la boca de Pedro recorriendo las distintas partes de mi anatomía, algo con lo que solo había podido soñar hasta la fecha. La carne suave y caliente de su cuello y sus hombros bajo mis manos, la urgente necesidad que yo había despertado en él y que también corría por mis venas—. Por favor, no te detengas…


—No podemos hacerlo —dijo Pedro.


—Sí…, sí podemos.


El deseo de él era evidente incluso para una persona poco experimentada como yo, lo cual convertía su rechazo en algo totalmente incomprensible, hasta doloroso.

Mi Vecino: Capítulo 38

El departamento de Pedro era más grande que el que yo compartía con Lorena y Sofía, y estaba claro que por allí no había pasado la mano de ningún decorador. Las ventanas carecían de cortinas, de modo que ofrecían una panorámica espectacular de la noche londinense, moteada de luces navideñas. Había estado tratando de superar la perspectiva de celebrar las Navidades lejos de mi familia y de mis amigos, de David… Y aparté la vista. El departamento era totalmente masculino, sin adornos de porcelana que pudieran causar desastres nocturnos. Había una chimenea flanqueada por dos confortables sillones de cuero. Entre ellos, una mesa de cedro se apoyaba sobre una alfombra persa. Sobre la chimenea colgaba una inmensa foto en blanco y negro de un tigre en plena carrera. La firma de Pedro Alfonso no me sorprendió lo más mínimo. Lo que sí me sorprendió fue la sensación de que no se trataba de una vivienda eventual. Todo, el mobiliario y las piezas de arte primitivo, encajaba a la perfección con la personalidad del inquilino. Era posible que pensara marcharse pronto, pero desde luego no había signos de que hubiera empezado a hacer las maletas. Llené un vaso de hielo y serví el whisky para Pedro. Luego llené otro de hielo y agua mineral para mí y lo apoyé durante un instante sobre la frente. Aunque en la calle hacía frío, él debía tener una buena calefacción central. Yo estaba ardiendo. Tomé un cubito de hielo y me lo pasé por el cuello y la garganta, gimiendo de placer. Un gemido que imitaba al mío me sacó de mi trance. Pedro estaba en el umbral del dormitorio, vestido con un albornoz que dejaba sus piernas al descubierto. Se había secado el cabello con energía y lo tenía despeinado. Sus ojos, lo suficientemente cálidos como para derretir la escarcha, no se apartaron de mi rostro mientras cruzaba el salón para acercarse a mí. 


Acabas de quedar en ridículo frente al hombre de tus sueños. ¿Qué harías?


a. Suspirar, culparlo a él por ser tan sexy y decirle que, si cambia de opinión, aún tiene tu número de teléfono.


b. Evitas durante el resto de tu vida cualquier lugar donde puedas coincidir can él.


c. Te cambias de nombre y te tiñes el pelo.


d. Emigras.


e. Actúas como si nada hubiera pasado cuando os volvéis a ver. Requiere unas ciertas dotes de actriz, pero si lo consigues, quedaras estupendamente. Puede que incluso se arrepienta de haberte llamado antes…


Cuando Pedro llegó hasta mí, tomó el vaso de whisky y apuró la mitad de un trago.


—¿Tienes frío? Puedo encender la chimenea —propuso.


Pero no era el caso, un fuego interno me consumía desde el mismo momento en que él había posado sus ojos en mí.


—No tengo frío —repuse innecesariamente. El minúsculo vestido negro me estaba algo estrecho y levanté un poco el escote para dejar que entrara un soplo de aire fresco.


Pedro me agarró la muñeca para detenerme.


—¡Santo cielo, Paula! Lo he intentado, te juro que he intentado portarme bien, pero me lo estás poniendo cada vez más difícil.


—¿Portarse bien? ¿De qué estaba hablando?


—Ten—ten—tengo calor —tartamudeé. Jamás había tartamudeado en toda mi vida.


—Cuéntamelo —dijo él, arrebatándome el cubito de hielo para pasárselo por su rostro, por sus labios… Yo sabía cómo se sentía, también mis labios ardían, hinchados y palpitantes—. Acabo de arriesgarme a contraer una pulmonía —prosiguió él sin esperar mi respuesta—. Diez minutos bajo una ducha fría que apenas ha conseguido bajar un par de grados la temperatura de mi cuerpo, y todo para acabar encontrándome con una chica, en actitud absolutamente seductora, que pertenece a otra persona.

Mi Vecino: Capítulo 37

El beso de Pedro podría haberme hecho soñar con sensaciones maravillosas y desconocidas, pero sólo había sido una charada para apartarme de Sofía. Con él estaría a salvo, pensé, sintiendo como se apaciguaba mi conciencia.


—Puedes demostrarme tu gratitud preparándome una bebida mientras yo me doy una ducha. Luego podemos salir a cenar algo.


Me sentía tan segura como una montaña de granito, pero el problema estaba en que no deseaba sentirme segura. Quería arriesgarme al máximo y que Pedro fuera el motivo del peligro.


—Realmente, no es necesario que me invites a cenar —dije rápidamente—. Ya has hecho bastante por mí en el día de hoy y todavía no sé cómo empezar a darte las gracias…


—¿Y?


Y yo me estaba metiendo en un lío que no me sentía con fuerzas de manejar. Los sentimientos que despertaba en mí eran totalmente inadecuados a las circunstancias. Solo se trataba de la amabilidad de un vecino, nada más. Pero él seguía esperando una contestación y yo no sabía qué decir, así que hice uno de esos gestos vagos que no significaban nada para ocultar mis pensamientos. Mi mente me decía que no podía existir nada en el mundo comparable a pasar la velada con Pedro, pero no quería que fuésemos simplemente amigos, quería algo que él no podía darme, algo que no había sabido siquiera que existía antes de conocerlo. Él no me presionó.


—Entonces decide: O Tomás o yo —dijo mientras abría la puerta de su departamento—. Estoy seguro de que si llamas a Sofía, podrá darte la dirección de la fiesta.


—¿Y qué le digo? ¿Que después de besarme has decidido huir? —pregunté con lo que quería ser un tono de broma—. No soy una autoridad en el tema, pero el beso que ha presenciado no parecía de esa clase.


—¿Eso crees? —preguntó perdiendo la sonrisa mientras se apartaba para que yo lo precediera al entrar a su departamento—. ponte cómoda —dijo tomando mi abrigo y dejándome prácticamente desnuda. Lo colgó en un perchero y se volvió hacia mí—. Hay vino blanco en la nevera.


—Gracias, pero hoy me voy a dedicar al agua mineral, en plan preventivo.


—Aprendes rápido —repuso él, empezando a desabrocharse los botones de la camisa.


Estaba aprendiendo rápidamente un montón de cosas nuevas, pensé mientras él se deshacía de la camisa, y revelaba un pecho musculoso y un vientre plano.


—¿Qué quieres beber? —pregunté para apartar los lujuriosos pensamientos de mi mente.


—Un whisky solo, con hielo. Ha sido un día muy duro.


Eso era culpa mía. Era un vecino encantador y yo, su peor pesadilla.


—Lo siento, Pedro.


—No te preocupes —dijo él acercando una mano para acariciarme la mejilla, aunque sus dedos se cerraron en un puño antes de que pudiera tocarme—. Las cosas empezaron a enderezarse en cuanto se abrieron las puertas del ascensor — aseguró mientras abría la puerta de su dormitorio. Pude ver un suelo de terracota y una cama enorme con un edredón de color crema antes de que la cerrara tras él.


Dejé escapar un suspiro prolongado y lento y me dirigí a la cocina en busca de hielo, aunque estuve unos instantes parada delante de la nevera sin abrirla, para recuperar la tranquilidad de espíritu. Mi sistema nervioso se había encendido con la presencia de Pedro, pero me invadía un sentimiento devastador de que esa relación no iba hacia ninguna parte. Volví al salón con una cubitera y una botella de agua mineral.

martes, 27 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 36

 —¿Qué vas a decirle a Tomás? —pregunté deteniendo las puertas automáticas del ascensor. Estaba recuperando el sentido común.


—Nada en absoluto. Tu aparición era una sorpresa y no pienso romperle el corazón diciéndole que ha estado a punto de conocer a la chica de sus sueños.


Sentí como el brazo de Pedro me sujetaba con firmeza mientras yo dudaba.


—Estás entreteniendo a la señorita Harrington —me dijo, alejándome del ascensor. 


Las puertas se cerraron y Sofía desapareció de escena. Me volví para mirarlo, esperando un gesto de burla ante el nuevo lio en que había estado a punto de meterme. Pero él no se divertía podría decirse que estaba más bien furioso, aunque no podría asegurarlo. Sus ojos se habían oscurecido y no había en ellos ningún mensaje fácilmente descifrable. No tenía ni idea de qué estaría pensando.


—¿Cómo lo sabias? —pregunté rápidamente para romper el silencio. Aún me sostenía por la cintura y me entregué al placer de estar entre sus brazos.


—Saber… ¿Qué?


—Que deseaba que alguien me rescatara. Pensé mandarte un mensaje por el móvil, pero…


—¿Un mensaje? —algo en su tono de voz me hizo pensar que había sido un error mencionar los mensajes—. Es muy gracioso eso de los mensajes. Me he pasado toda la tarde intentando contactar con alguien a través del móvil, pero esa persona lo tenía desconectado y, además, ha hecho caso omiso de todos los mensajes que le he mandado. Al final, me he quedado sin batería y he tenido que venir personalmente para asegurarme que se encontraba bien, que no se había perdido o se había dejado atrapar por un desconocido en un taxi.


—Entonces no habría servido de nada que hubiera intentado llamarte.


—No es lo mismo —aseguró, recogiendo mi abrigo del suelo pero sin soltarme—. Y respondiendo a tu pregunta, Paula —me dijo mientras tomaba mi rostro entre las manos—, no tenía ni idea de que deseabas que te rescataran, lo único que tenía claro era que no pensaba dejarte ir a ninguna parte con ese vestido sin mí. ¿Te has enfadado porque te haya besado?


—¿Enfadarme? Claro que no. Ha sido un beso perfecto —dije ahogando un gemido e intentando no ponerme en ridículo. Pero la calidez de su boca, el contacto de su lengua contra la mía y su aroma varonil me habían hecho concebir esperanzas. ¿Quién podría pensar racionalmente en un beso tan apasionado?— Lo que quiero decir es…


—Sé a lo que te refieres —repuso él amablemente.


—Bueno, gracias de nuevo. Quizá algún día yo pueda hacer lo mismo por tí —dije poniéndome totalmente en ridículo, como había temido desde un principio—. Es decir…


—A mí no me ha sonado del todo mal lo que has dicho — aclaró él con una sonrisa en los ojos.


No tenía respuesta para eso. Al menos, ninguna que fuera coherente. Aunque nada había sido demasiado normal desde que él había aparecido y se había negado a dejarme salir con ese vestido mínimo. A no ser que estuviera pensando en David. Claro, eso tenía que ser, no iba a dejarme cometer ninguna tontería, teniendo como tenía un novio esperándome en casa.


—Sera mejor que entre y me ponga algo más cómodo —dije haciendo un movimiento hacia mi puerta. Pero Pedro siguió sujetándome por la cintura.


—Sería una pena, cuando te has esmerado tanto para estar tan…


—Sé perfectamente el aspecto que tengo —atajé.


—No, Paula. Te aseguro de que no tienes ni la menor idea — dijo con una sonrisa que me hizo estremecerme.


Se hizo el silencio y, finalmente, él optó por arrastrarme hacia su departamento.

Mi Vecino: Capítulo 35

Tenía tres opciones. La primera, sacar pecho y acompañar a Sofía para mantener la armonía dentro del piso compartido. La segunda, puesto que a Tomás le gustaban las mujeres con una buena cabellera, era tomar unas tijeras y cortarme el pelo al cero. Al fin y al cabo, no me sentía muy unida a mi mata pelirroja, al menos hasta que Pedro había jugado con él y lo había alabado. Pero… ¿Qué bien podía hacerme pensar en Pedro? Me excité ante la idea de encontrármelo en el pasillo, en el ascensor o en el portal, pero deseché la idea inmediatamente. Él no podía estar interesado en mí, era solo un vecino solicito, preocupado por una chica pueblerina y estúpida que se metía en líos constantemente. Ni siquiera se había molestado en decirme que pensaba mudarse. Traté de superar un súbito dolor en la boca del estómago. ¿La tercera opción? Bueno, siempre podría llamar a alguien por teléfono, siguiendo las instrucciones de la opción e, para escapar de la cita. Pero, puesto que solo conocía a una persona en Londres y dado que había estado toda la tarde haciendo caso omiso a sus mensajes, la alternativa parecía imposible.


—El taxi ya está aquí —dijo Sofía, asomando la cabeza por la puerta—. ¿Estás lista? ¡Dios, estás preciosa! Tomás no va a dar crédito a sus ojos.


—Prefiero que no se anime demasiado —dije, lista para salir con Sofía y sin alternativa.


Recogí el elegante abrigo negro que había comprado esa misma tarde. En aquel momento me había parecido una extravagancia, pero no podía por menos que alegrarme de que me cubriera desde el cuello hasta los tobillos. Podría no quitármelo en toda la noche. Sofía estaba ansiosa por partir y tiró con fuerza de mí para arrastrarme hasta el ascensor antes de pulsar el botón de subida. Las puertas se abrieron y apareció Pedro.


—¡Dios mío, Paula! —exclamó él al cabo de unos segundos de sorprendido silencio.


Yo traté de hablar, pero mi boca se negó a pronunciar ni una sola palabra. ¿Cómo conseguía ese hombre afectarme de tal manera? ¿Cómo conseguía llegar justo a tiempo para rescatarme? Salió del ascensor y me tomó de la mano, extendiendo el brazo para poder admirar mi indumentaria en todo su esplendor. El abrigo que llevaba en la mano cayo al suelo sin que nadie le prestara atención.


—Estás… —dijo él, al parecer incapaz de encontrar el adjetivo adecuado. Sin acabar su frase, me tomó por la cintura y me estrechó contra su cuerpo. Yo me quedé sin aliento— diferente — concluyó. Y antes de que pudiera reaccionar me besó, y no precisamente en la mejilla.


Yo pensaba que tenía una buena experiencia en lo que a besos se refería. David y yo habíamos hecho bastantes prácticas, aunque no demasiadas últimamente. Pero estaba equivocada. La boca de Pedro era posesiva y apasionada, y aprovechó al máximo el efecto sorpresa. Me sostenía por la cintura con una mano y enredó los dedos de la otra en mi melena. Estaba claro que no iría a ninguna parte hasta que él hubiera terminado lo que había comenzado. No tenía ninguna prisa. Sin embargo, Sophie, preocupada por la tarifa del taxi que nos esperaba, se aclaró la garganta. Pedro se alejó un tanto y me miró con una ceja enarcada.


—No puedes salir a la calle así vestida —dijo.


—¿De veras? —repuse atrevidamente.


—No, si no me permites acompañarte.


—Estás invitado a venir con nosotras —terció Sofía.


—Gracias, pero ha sido un día muy largo —contesto él, sujetando mi cintura con firmeza—. Tienes al taxi esperándote en la calle y podría jurar que el chófer está empezando a impacientarse.


—¡Uf! —exclamó Sofía—, tengo que irme.


—Lo siento —dije volviéndome un poco insegura ante la posible irritación de Sofía, pero me encontré con un rostro de sonrisa radiante.


—Por Dios, Paula —dijo—, no te disculpes. Creía que ibas a ser la compañera de piso más aburrida del mundo. Bueno, eso es lo mejor que se puede pensar de una chica que aún vive en casa de sus padres, ¿no? —añadió dirigiendo una mirada de aprobación a Pedro—. Pero tengo que admitir que yo en tu lugar, tampoco habría tenido prisa por salir de casa. Una vez dicho eso, se metió en el ascensor—. Pasenlo bien — dijo, y presionó el botón de la planta baja.


Mi Vecino: Capítulo 34

 —¿Tomás? ¿Quién es Tomás? —pregunté, pasando por alto el calificativo «Bomboncito» mientras sentía como me abandonaba la «Tigresa», pasaba a toda velocidad por la «Gatita» y me quedaba colapsada en mi tímida personalidad de «Ratoncita».


—Es solo un amigo. Un buen tipo. Te gustara.


—¡«Un buen tipo»! —gimió Lorena, llevándose las manos al rostro con incredulidad, antes de volverse hacia mí—: Habría jurado que optarías por la cómoda seguridad de la respuesta «D», Paula. Si no, te habría prevenido para que no aceptaras una cita a ciegas. Me sentí aliviada al sentir el sensato apoyo de Lorena.


—Bueno, en realidad, no. Nunca he aceptado una cita a ciegas —repuse con una forzada carcajada.


—Tomás es muy divertido —terció Sofía.


—Sí, claro, por eso necesita conocer mujeres en una cita a ciegas —dije con sarcasmo.


—Bueno, admito que se vuelve un poco… Temperamental cuando bebe. Pero, por debajo de las apariencias, es un hombre muy simpático, incluso un poco tímido.


—¡Por favor! —exclamó Lorena.


—De hecho… —intervine, y ambas se volvieron hacia mí—, la verdad es que no tengo nada sexy que ponerme — afortunadamente, Sofía se había centrado por completo en la ropa de trabajo esa tarde—. No pensaba acudir a… Ninguna cita.


Al pronunciar la palabra «Cita», me dí cuenta de que jamás había tenido ninguna. ¿Cómo habría que comportarse? ¿De qué se hablaba? El tema favorito de David era su trabajo con el viejo Austin. Pero estaba segura de que Tomás, con su preferencia por la escasez de ropa, tendría otros temas de conversación. Si se hubiera tratado de Pedro, no habría habido ningún problema. Hablar con él era fácil. Los silencios no eran incómodos. Y podía hacer comentarios personales sin intimidarme.


—No es una cita propiamente dicha —se apresuró a aclarar Sofía— Es una fiesta a la que va a acudir un montón de gente y, además, no es justo que pases tu primer sábado por la noche en Londres sola —mi expresión no debía ser muy entusiasta porque Sofía se apresuró a añadir—: No te preocupes por la ropa. Podemos prestarte algún vestido que te siente bien. Y acuérdate de los maravillosos zapatos negros de tacón de aguja que hemos comprado esta tarde.


Interpreté sus palabras como si quisiera decirme: «He estado contigo toda la tarde y ha llegado la hora de que me devuelvas el favor».


—Pero… —balbuceé con intención de decir que prefería quedarme en casa, pero me interrumpí al darme cuenta de que eso sonaría muy grosero tratándose de una invitación de mi anfitriona para un sábado por la noche— Pero nada, acepto la invitación — dije por fin tragando saliva.


Una hora más tarde estaba en mi dormitorio embutida en un vestido negro tan pequeño que nadie dudaría en tacharme de «Bomboncito», los pies calzados con unos tacones de doce centímetros que Sofía me había insistido en que llevara para completar mi nueva imagen de chica urbana. Me miré al espejo y me encontré con una desconocida. Tomás iba a pensar que le había tocado la lotería.

Mi Vecino: Capítulo 33

 —Vamos, Paula, arriésgate —me animó—. No puedes ser tan mansa como una «Ratoncita» con ese color de pelo.


—¿Tú crees?


Pedro me había dicho algo parecido mientras jugaba con uno de mis rizos. Con sólo pensar en sus largos dedos, en sus nudillos acariciándome la mejilla, mi corazón dio un brinco y sentí una comezón de excitación en la piel. Me había enviado otros dos mensajes de texto al móvil. El segundo ligeramente ansioso: "Paula, ¿Dónde estás?"; y el tercero, un puro mandato: "Paula, llámame". Yo deseaba hacerlo, el cielo lo sabe. Quería volver a escuchar su voz aterciopelada, estar tan cerca de él como para que mis sentidos se avivaran con su aroma. Sentir sus labios contra los míos…


—¡Hooola! —exclamó Sofía para sacarme de mi ensueño—. ¿Me estás escuchando?


—¿Qué? Sí, claro —mentí.


Mi mente ni siquiera estaba en la misma casa. Mi imaginación recreaba el temprano desayuno en el apartamento setenta y dos, con la mano de Pedro sobre la mía. Luego erraba por el parque, ambos tomados del brazo, paseando sobre un lecho de hojas muertas. En el taxi, temblando mientras sus labios tocaban mi mejilla en el beso de despedida, deteniéndose allí el suficiente tiempo como para hacerme concebir ideas… Me moría por llamarlo, pero reparé en que Sophie me miraba con extrañeza.


—Estoy pensando —me justifiqué.


—Tan sólo es un cuestionario de una revista femenina, Paula, no un examen de doctorado.


Era verdad, y solo veinticuatro horas antes yo me hubiera inclinado inmediatamente por la respuesta d. Tenía un novio esperándome en mi pueblo, pero ese detalle parecía haberse eclipsado de mi mente. Lo único que deseaba era llamar a Pedro, pero me detenía el recuerdo de su expresión seria mientras miraba hacia la ventana de Julián. Puede que Pedro hubiera estado pensando en mi, incluso preocupándose por mi bienestar, pero la realidad era que estaba con Julián.


—Déjala —dijo Lorena, llegando desde la cocina y dejándose caer sobre un sofá, ya arreglada para una nueva cita con su maravilloso abogado—, tiene a su novio esperándola para casarse en Maybridge.


—¿De verdad? —preguntó Sofía, atónita—. ¿Estás comprometida o algo así? No llevas anillo.


No, no estaba comprometida ni llevaba anillo, pero, decidida a convertirme en una Tigresa», repuse:


—Para ser sincera, tengo que reconocer que mi novio está más interesado en el motor de un viejo Austin que en mí.


Había tenido intención de decirlo en tono de broma, pero mientras pronunciaba esas palabras, me di cuenta de que no tenían ni la menor gracia. Eran, simple y llanamente, la pura verdad. Había dedicado años enteros de mi vida a la devoción que sentía por David mientras él dedicaba toda su atención a una innumerable serie de vehículos averiados. Yo había sido la novia perfecta, siempre atenta a sus caprichos, sin exigir nunca nada a cambio. Jamás había tenido que esforzarse para mantener nuestra relación. Aunque eso sólo era culpa mía, no estaba nada segura de cual hubiera sido el resultado si alguna vez me hubiera decidido a ponerlo a prueba.


—Quizá deberías apuntarme en la respuesta a —dije con una amarga sonrisa.


Lorena me miró con sorpresa y Sofía con una sonrisa cómplice.


—Buena elección —dijo la menor de las hermanas—. Dispones de una hora para arreglarte. Ponte algo sexy. Tomás adora los «Bomboncitos» con mucho pelo y poca ropa.


¿Qué? ¿«Bomboncitos»? ¿Poca ropa?

jueves, 22 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 32

Mi teléfono móvil sonó, avisándome de que tenía un mensaje de texto. Lo saqué del bolso y lo encendí: "Éxito total con el paraguas. ¿Estás a salvo en casa? Pedro". Yo no quería enterarme de que Julián estaba contento e hice caso omiso de la pregunta de Pedro sobre mi seguridad, así que desconecté el teléfono de nuevo. Cuando levanté la vista me encontré con una mirada de Lorena que decía: «No te voy a preguntar de quién es, pero me muero por saberlo».


—No es nada —dije con las mejillas arreboladas—.Un amigo, ya lo llamaré más tarde.


—Bien —dijo Lorena.


Era evidente que no me había creído. De hecho, ni siquiera yo me creía lo que había dicho. ¿Podía describir mi relación con Pedro como simple amistad?


—Dios mío, Paula —exclamó Lorena de repente—. Me he olvidado de decirte que alguien te ha llamado mientras estabas fuera.


—¿David? —pregunté con una sensación de pánico motivada por la culpa. No podía hablar con David todavía, no hasta que mis pensamientos y sentimientos se hubieran tranquilizado un poco.


—Tu madre —repuso Lorena—. ¡Qué mujer tan encantadora! Me dijo que allí donde estaba eran las tantas de la madrugada, pero que no podía dormir, así que pensó que podría llamarte para decirte que ella y tu padre habían llegado bien.


—Gracias.


—¿Quién es David?


—¿Qué?


—Pensaste que la llamada podía ser de David.


—Ah, sí, claro —dije componiendo una mueca cómica que ocultara la confusión de mis sentimientos—. Es mi vecino.


—¡Qué bonito!


Ese solía ser el momento en que yo soltaba toda la historia de nuestro noviazgo desde el principio. La bicicleta, etcétera. Era el momento en que explicaba que habíamos decidido pasar el resto de nuestras vidas juntos y que todo Maybridge lo sabía. Pero en ese instante todo me parecía lejano y remoto, así que me limité a sonreír. Hice un esfuerzo para volver a la realidad y saqué del bolso la postal del primer Austin de l922 que había comprado en el Museo y escribí: "Me gustaría que estuvieras aquí". Pero en vez de terminar la frase con un punto, puse una interrogación. La verdad era que, por el momento, no me apetecía nada que David apareciese por allí. Lo que necesitaba era un poco de tiempo para aclarar mis ideas sobre nuestro futuro.


Tu mejor amiga te invita a una cena de cuatro con un desconocido al que vas a adorar en cuanta la veas. ¿Qué harías?


a. Saltas de alegría. No hay nada que perder. El novio de tu amiga es jugador de rugby y se supone que todos sus amigos deben ser hombres potentes y musculosos.


b. Te acuerdas de tu última cita a ciegas con un ligero escalofrío, pera te convences de que esta vez no tiene por qué ser tan espantoso.


c. Le dices, sin contemplaciones, que nunca te citas a ciegas.


d. Le recuerdas que tienes un novio esperándote en tu pueblo y haces caso omiso a la carcajada con que te responde.


e. Como sabes que no va a aceptar un «No» por respuesta, llamas a una amiga para que finja una crisis de nervias repentina y te disculpas con esa excusa.


—¿Paula?


Yo estaba hecha pedazos. Sofía me había llevado de tiendas y habíamos comprado ropa sin parar hasta que no pude dar ni un paso más. Ya no me importaba que David no se planteara una boda inminente. Acababa de gastarme los ahorros de toda la vida en una tarde. El pensamiento de que tardaría tiempo en volver a reunir el dinero necesario para pagar los gastos de la boda no me molestó tanto como era de esperar. Sin embargo, parecía que Sofía había cobrado nuevas energías al enterarse de que podía comprar ropa con la tarjeta de crédito de otra persona. Estaba feliz y contenta, y no parecía en absoluto cansada. Cuando llegamos a casa yo me dejé caer sobre un sillón, exánime, y ella se enroscó como un gato en el otro, con una copa de vino en una mano y mi revista en la otra, echando un vistazo a las posibles respuestas a la pregunta sobre la «Cita a ciegas».

Mi Vecino: Capítulo 31

Sofía y Lorena estaban desayunando en la cocina y había una jarra de café humeante sobre la mesa.


—¿Ya está arreglada la cocina? —pregunté depositando delante de Lorena el cuenco que acababa de comprar en Portobello.


—¿La cocina?


—Anoche intenté enchufarla y saltaron los plomos. Cuando me marché esta mañana, había un electricista en la casa tratando de arreglarla.


—Dijiste que te ocuparías de eso —le reprochó Lorena a Sofía.


—Lo hice. Puse una nota que decía: «No funciona» y —el silencio entre ambas se podía cortar con un cuchillo.


—Y. .. —la animó Lorena, enfurecida.


—Supongo que lo olvidé. Lo siento.


—No ha pasado nada —intervine rápidamente, antes de que Lorena explotara—. Puse un fusible nuevo que me dió el vecino del número setenta y dos y… —no pensaba explicar el resto de mis actividades junto a Pedro— y él se ofreció gentilmente a buscar un electricista a primera hora de la mañana.


—Es un encanto. Lastima que vaya a mudarse.


—¿Mudarse? —la visita al primer ejemplar del Austin de l922 que albergaba el Museo de Ciencias no me había preparado para oír semejante noticia—. ¿Cuándo?


—Creo que pronto —contestó Lorena con el ceño fruncido—. Me lo dijo hace un par de semanas. El departamento no es suyo, lo tiene alquilado temporalmente.


—Entiendo. No me dijo que fuera a marcharse.


Pero era obvio que, si Pedro viajaba tanto, no necesitaba disponer de un piso de forma permanente. Los planes para la filmación del ciclo vital de la tortuga gigante debían estar más avanzados de lo que parecía.


—La cuestión es —dije cambiando de tema— que anoche rompí un cuenco de porcelana mientras buscaba una linterna. Así que he comprado uno nuevo —añadí desenvolviendo el paquete—. Se que nunca podrá sustituir al original, pero espero que vuestra tía no se enfade demasiado.


—Paula, no tenías por qué hacerlo —dijo Lorena mirándome—. La tía Clara lo hubiera entendido. Además, creo que Sofía debería devolverte el dinero, ya que todo ha sido culpa suya.


—¡De eso nada! —exclamó Sofía volviendo a la vida súbitamente.


—No tiene la menor importancia, Sofía —me apresuré a calmar los ánimos—. Pero me gustaría pedirte un favor.


—¿Qué tipo de favor? —preguntó con tono receloso.


—La verdad es que necesito comprarme ropa nueva —dije con un ligero encogimiento de hombros—. En realidad necesito comprarme un vestuario completo. Y no sé por donde empezar ni qué comprar.


—¿Es urgente? —preguntó ella, sonriendo claramente ante la perspectiva, pero sin dar aún del todo su brazo a torcer. 


Con el rabillo del ojo ví como Lorena sonreía y asentía con la cabeza, como si aprobara la táctica que estaba usando para ganarme a su hermana.


—Me temo que sí. Quiero estar presentable el lunes por la mañana en el trabajo. No me gustaría que nadie pensase que soy una pueblerina. ¿Podrías acompañarme?


—¿Dónde vas a trabajar?


Le dí el nombre del banco y saltó de la silla.


—Concédeme diez minutos —dijo dirigiéndose como un rayo hacia su habitación para vestirse.


—Eres diabólica —comentó Lorena con una carcajada cuando nos quedamos a solas—. ¿De verdad vas a trabajar en Barlett?


—He sido destinada a la central en comisión de servicio. Es solo un trabajo temporal.


—Eso no importa. Sofía se convertirá en tu mejor amiga si le proporcionas acceso a todos esos ejecutivos de alta dirección.


No era eso precisamente en lo que yo estaba pensando, pero seguro que resultaba mejor que tener a Sofía de uñas todo el día.

Mi Vecino: Capítulo 30

 —Y, cuando me conozcas mejor, también puedes contarme tu otro secreto, ese que te ha hecho sonrojarte con solo pensarlo — apuntó él haciendo caso omiso a mis protestas mientras se acercaba para estudiar las estrías de un árbol centenario.


—Vas a llegar tarde —le advertí. Pero él no tenía prisa.


—Lo sé.


—Cuéntame algo sobre África —le pedí—. Sobre los monos. ¿Cuándo va a salir tu reportaje en televisión?


Empezó a contarme las cosas que había visto, los horrores, las esperanzas, la belleza inaudita y… Yo perdí el sentido del tiempo escuchándolo, hasta que le ví levantar una mano para detener un taxi. Me sorprendí al constatar que ya habíamos cruzado el parque y eché un vistazo al reloj.


—¡Mira la hora, es casi la una y media! —exclamé preocupada.


—No te preocupes por eso. ¿Tienes teléfono móvil?


—¿Qué? Ah, sí, claro —respondí mientras él esperaba a que recitara mi número. Tomó nota y me tendió una tarjeta de visita.


—Ahí tienes el mío. Si tienes algún problema, te pierdes o cualquier otra cosa, llámame.


—¿Problemas? ¿Yo? —contesté riendo—. ¿A qué te refieres?


Mientras me subía en el taxi, él le dió al chofer la dirección del edificio de departamentos y un billete para pagar la carrera. Yo decidí no gastar más saliva en protestas y, cuando él cerró la puerta, me asomé a la ventana.


—Muchas gracias por todo, Pedro. No se lo que hubiera hecho sin tí.


—Te las hubieras arreglado perfectamente —repuso él—. Te veré más tarde.


Esa despedida prometía nuevos encuentros y me sentí más que satisfecha. El taxi empezó a alejarse y yo volví la vista, pero Pedro ya no estaba pendiente de mí. Tenía la vista fija en la ventana de un edificio cercano. Alguien lo saludó desde la ventana, probablemente al propio Julián, y él agitó una mano en alto. El intercambio de saludos entre los dos hombres me dejó completamente descorazonada y preferí volver a la rutina de mi vida.


—El Museo de Ciencias está por aquí cerca, ¿No? —le pregunté al chófer—. Lléveme hasta allí, por favor.


—El caballero me ha pagado para que la lleve hasta Chelsea.


—No me importa el dinero, puede quedárselo. Pero quiero que me deje en el Museo de Ciencias.


Sólo hacía veinticuatro horas que había salido de Maybridge, pero ya me parecía toda una vida. Tuve que hacer un esfuerzo para recordar lo importantes que eran para mi los planes que habíamos… Bueno, que yo había trazado con respecto a mi futuro con David.

Mi Vecino: Capítulo 29

 —Cuéntame algo más sobre tu trabajo —le pedí, tratando de alejar tales pensamientos—. ¿Cómo se convierte uno en director de documentales sobre la naturaleza salvaje?


—Sólo puedo contarte mi caso —respondió él con una sonrisa—. Había tenido problemas técnicos con la cámara para filmar escenas poco iluminadas y le escribí una carta a una cámara cuyo nombre aparecía en los títulos de crédito de una película que acababa de ver en la televisión y que me había dejado fascinado. Le expliqué los problemas que tenía y le envié una cinta con los resultados que había obtenido, para que él pudiese decirme que era lo que estaba haciendo mal. A lo máximo que aspiraba era a que me respondiera con otra carta dándome consejos, pero en vez de eso, me invitó a que visitara su estudio para verlo trabajar. De haberlo sabido, mis padres jamás me habrían dado permiso, así que no les dije nada y falté un día al colegio.


—¿Al colegio? ¿Qué edad tenías?


—Trece años.


—Es un poco pronto para iniciar una carrera profesional, ¿No?


—Jamás pensé que fuera a convertirse en mi profesión, Paula. Se suponía que estudiaría arquitectura en la universidad, como casi toda mi familia, para después incorporarme a la empresa familiar. Por aquel entonces, lo de las películas era… Un simple pasatiempo.


—A mí me parece que hay algo ligeramente indecente enpensando en los ratos de aburrimiento y hastío que sufría en mi puesto de trabajo.


—Puede que esa sea la razón por la cual mi familia se niega a considerarme un auténtico profesional. Te ha llegado el turno…


—¿De qué?


—De contarme tus secretos. No pensarás que yo le cuento a todo el mundo que mi familia desprecia mi forma de vida, ¿No?


—No, claro.


—Pues entonces tienes que contarme algo sobre tí que no le hayas dicho a nadie.


Lo miré, sin saber si responder al reto que me proponía o cambiar de tema, pero él se limitó a alzar las cejas para animarme.


—No tengo ningún secreto, soy como un libro abierto —dije antes de sonrojarme—: Bueno, tengo que admitir que me aterrorizan las arañas —añadí.


—¿Y has conseguido mantenerlo en secreto? —preguntó él con tono ligeramente burlón, como si supiera que yo me seguía guardando el auténtico secreto de mi vida—. ¿Cómo? ¿Lanzado un grito inaudible?


—No te burles, es cierto. Me he pasado toda la vida fingiendo que las arañas eran mis mejores amigas. No sabes lo que es tener a un montón de hermanos al acecho, esperando para descubrir tus más íntimas debilidades y tomarte el pelo sin cuartel.


—¡Qué familia tan encantadora! Si te tropiezas con una araña mientras yo siga siendo vecino tuyo, no tienes más que llamarme para que acuda raudo a salvarte del peligro.


—¡Mi héroe! —exclamé con una carcajada.


martes, 20 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 28

Era como si me hubiera pasado toda la vida viendo en blanco y negro hasta que Pedro había conseguido llenarlo todo de color. ¿Qué estaba haciendo ese hombre conmigo? Demasiado como para que pudiera asimilarlo todo de una vez.


—¿Eso es todo?


—¿Hay algo más?


Él me dirigió una silenciosa y enigmática mirada antes de ponerse a recorrer la tienda, echando un vistazo a los paraguas. Parecía no tener prisa y yo tampoco la tenía. La compañía de Pedro me había abierto los ojos a otros mundos, a otras verdades. Finalmente, escogió dos.


—¿Cuál prefieres? —me preguntó.


Los miré de arriba abajo, pero no veía que hubiera ninguna diferencia entre ellos, ambos eran negros y clásicos.


—¿Por qué no compras los dos? —sugerí—. Julián podría elegir el que más le guste y tú podrías quedarte con el otro.


—No gracias. A mi los paraguas sólo me causan problemas, me resulta imposible no dejármelos por ahí.


—Bien —dije yo, y escogí uno de ellos—, podemos llevarnos este —me interpuse entre Pedro y el vendedor con el fin de pagarlo yo.


—Paula… —se quejó Pedro.


—Sí, Pedro… —le contesté como una «Tigresa».


—No me pongas las cosas tan difíciles.


—Todavía no sabes lo difícil que puedo llegar a ser. Además, no tenemos tiempo para discutir, se acerca la hora de tu cita con Julián.


—Primero tenemos que dar ese paseo.


—No tiene importancia, de verdad, estoy segura de que haces suficiente ejercicio.


—Claro que hago ejercicio, pero hace un día precioso y el estudio de Julián está al otro lado del parque. Te buscaré un taxi para que puedas volver a casa en cuanto lleguemos allí.


—También podría irme en el metro. Probablemente sea más barato y más rápido —no me daba miedo pasear por un parque con él, lo que me preocupaba era disfrutar demasiado de su compañía.


—Sí, en eso tienes razón. Pero yo estaría mucho más contento si supiera que vas directamente a casa, sin perderte en el metro.


—¿Y cómo voy a aprender si no?


—Si insistes en tomar el metro, tendré que acompañarte para quedarme tranquilo.


—Llegarías tarde —protesté.


—El destino de mi película está en tus manos.


—No estás dispuesto a ceder, ¿Verdad?


—En absoluto —repuso él con una sonrisa.


—En ese caso, vamos a dar ese paseo.


En cuanto llegamos al parque, él me ofreció el brazo para que camináramos juntos. David no tenía la costumbre de llevarme del brazo, le hubiera dado vergüenza. Pero la proximidad de Pedro me hizo darme cuenta de cuanto había echado de menos el apoyo físico de un hombre durante los últimos diez años. Me sentía encantada de la vida y…Un poco culpable de sentirme tan feliz sin David.

Mi Vecino: Capítulo 27

 —¿De veras? —grazné.


¿Qué demonios me estaba pasando? No sólo no había pensado en David, sino que ni siquiera lo había llamado por teléfono desde que había llegado a Londres, como le había prometido. Probablemente la «Tigresa» que se estaba apoderando de mí reaccionaba negativamente ante el hecho de que él prefiriera la compañía de su viejo Austin o la de su madre a la mía.


—No le hará ningún mal no tener noticias mías durante un par de días —dije, y me quedé estupefacta al oír mis propias palabras. 


Pensé que la cólera divina iba a fulminarme en seco por tamaño atrevimiento y descortesía, pero no pasó nada, el sol seguía brillando en el cielo y la vida continuaba su curso. Pedro mantenía su sonrisa, ligeramente sorprendido ante mi actitud.


—Le mandaré una postal desde el Museo de Ciencias.


—¿Te gustaría que estuviera aquí contigo?


—Basta ya de hablar de David —dije soltando las tenazas— Ahora lo que corre prisa es encontrar un paraguas para Julián. Tengo la ligera impresión de que si hoy lo defraudas, convertirá tu película en confeti.


Pedro se rió a carcajadas, de tal manera que toda la gente que había a nuestro alrededor se quedé mirándolo. Una morena preciosa se detuvo ante el puesto y fingió estar interesada en las herramientas solo para poder fijarse mejor en él. Pero, antes de que pudiera tomar la iniciativa jugando a pedir consejo, tomé posesivamente el brazo de Pedro y enarqué una ceja mirándola con una expresión que decía bien a las claras: «Desaparece inmediatamente de mi vista». Ella me contestó encogiéndose de hombros y lanzándome a su vez otra mirada que quería decir: «No puedes condenarme por haberlo intentado». Recuperé el mando de la situación y, ante el silencio de Pedro, pregunté:


—¿Tengo razón o… O tengo razón?


—Sin duda —repuso él con una sonrisa—. Julián es un artista y tiene mucho temperamento, se puede esperar cualquier cosa de él.


—Tonterías. Su trabajo depende de los viajes que tú haces a lomos de un elefante, espantando mosquitos tan grandes como murciélagos.


—Murciélagos pequeños —puntualizó él, soltándome el brazo para ponerla mano en la parte trasera de mi cintura con el fin de empujarme graciosamente a través del gentío.


En cuanto llegamos a la tienda de paraguas, volvió a tomarme del brazo para entrar juntos. Todavía sonreía, pero algo en su mirada me decía que tenía la mente puesta en otro sitio.


—Llega un momento en el Serengueti, Paula, en que las primeras luces del amanecer convierten los ríos en oro líquido y, ante semejante espectáculo, te da la impresión de estar contemplando el paisaje tal y como era hace más de diez mil años. A pesar de los inconvenientes del viaje, merece la pena disfrutar de un espectáculo así —la intensidad de su relato me hizo estremecerme y Pedro me frotó la mano con gesto reconfortante—. No importa la brillantez del trabajo de Julián, ni tampoco importan los premios que podamos ganar ambos, lo cierto es que él jamás podrá disfrutar de esas imágenes en la realidad.


Y yo tampoco, claro, interpreté sus palabras como una advertencia de que las personas que no se arriesgan a hacer viajes inusitados, sólo disfrutan de su vida a medias.


—Yo prefiero viajar con todas las comodidades —dije con el tono más firme de que fui capaz.


—¿De veras? Cierra los ojos —me pidió con súbita intensidad—. Imagina que está sentada en un sofá junto al fuego viendo en televisión unas imágenes del mar embravecido batiendo furiosamente contra los acantilados —hizo una pausa—. Ahora imagina que estás en el peñasco más alto del acantilado, sintiendo el ronco sonido de las olas chocando contra la roca a veinte metros bajo tus pies, oliendo el viento salado y lleno de humedad que te agita los cabellos y la ropa—hizo otra pausa—. ¿Cómo te sientes ahora, Paula?


—Helada —repuse—. Y húmeda.


«Viva», pensé.

Mi Vecino: Capítulo 26

 —¿Estás seguro? —pregunté dubitativa. La casa de mis padres estaba llena de tesoros que la familia había ido acumulando a lo largo de la vida. Nada era insignificante, todo tenía su dueño, su historia y su importancia.


—Totalmente —contestó él con una sonrisa de apoyo sincero.


—Tienes razón. Me estoy portando como una verdadera idiota y, en cambio, tú estás demostrando tener una paciencia infinita conmigo —dije antes de volverme hacia la dueña de la tienda—. ¿Cuánto cuesta?


Ella mencionó un precio que no era tan fabuloso como yo había temido, pero antes de que pudiera decir: «Envuélvamelo», Pedro empezó a regatear con sus mejores maneras. Creo que fue la intensa mirada de sus profundos ojos verdes, y no las protestas por lo caro que era el cuenco, lo que finalmente consiguió que la vendedora bajara el precio. Por una mirada así, yo hubiera estado dispuesta a regalarle el cuenco, cerrar la tienda e invitarlo a un café.


—No sé como agradecértelo —dije mientras nos alejábamos—, has estado… —iba a decir «Impresionante», pero de repente pensé que el apelativo podía resultar demasiado íntimo para una persona a la que acababa de conocer y decidí terminar la frase con un ademán que significaba que su ayuda había resultado inestimable.


Lo cual no era del todo cierto. Si lo hubiera comprado yo sola, me habría puesto un poco más nerviosa y habría pagado un poco más, pero habría superado el trance. Sin embargo, tenía que reconocer que junto a él todo resultaba más interesante y divertido.


—Puedes agradecérmelo ayudándome a buscar un paraguas que me permita hacer las paces con Julián —repuso él con soltura, y me agarró del brazo para llevarme hacia una callejuela. En la esquina, una banda callejera tocaba un villancico y el sol aún brillaba, lanzando destellos sobre los cacharros de cobre, pero la mera mención del nombre de «Julián» empalideció los colores del mercadillo—. Hay una tienda que vende bastones y paraguas debajo de ese arco.


Mi mente se empeñaba en obviar la existencia de Julián, y mi cuerpo se estremecía ligeramente ante cada pequeño contacto físico con Pedro. Racionalmente, sabía que allí no había ningún futuro amoroso, pero mi inconsciente se revelaba constantemente y deseaba disfrutar de la compañía de ese hombre por siempre jamás. Sin embargo, no tenía derecho a sentir celos de Julián, al igual que Pedro no sentía celos de David. Me tendría que conformar con que fuéramos simplemente amigos. Eso era lo mejor. Y si mis entrañas se derretían cada vez que me miraba o me tocaba, la solución tampoco estaba en subirme a un tejado para gritarle mis sentimientos al mundo entero y quedar totalmente en ridículo, ¿Verdad? A Pedro se detuvo en uno de los puestecillos, lleno de herramientas antiguas.


—¿Quieres comprar un regalo para David? —preguntó.


—¿David?


—Un detalle —respondió el lanzándome una mirada intencionada—, cualquier cosa, para que sepa que piensas en él —añadió tomando unos alicates de bronce. Yo tuve la impresión de que se estaba burlando un poco de mí, y de que sabía que no había dedicado un solo pensamiento a David en toda la mañana—. Coleccionar herramientas antiguas es un buen pasatiempo.

Mi Vecino: Capítulo 25

 —Escúchame, Paula. Tu pelo es maravilloso. Precioso —dijo con seriedad—. Todos los hombres de este café han posado sus miradas de admiración sobre él —añadió, jugando con uno de mis rizos entre los dedos, estirándolo y soltándolo para que volviera a enroscarse—. Ten por seguro que, en estos momentos soy el hombre más envidiado de los alrededores —recalcó, enarcando una ceja como si me retara a comprobar por mí misma lo que acababa de decir. Pero yo sólo tenía ojos para él—. Tu amigo David no debería haberte dejado escapar si de verdad espera poder recuperarte. Puedes decírselo de mi parte —concluyó, soltándome las manos y volviendo a repantingarse en la silla—. En cuanto a lo de la ropa, se me ocurre que pedir ayuda a Sophie puede ser el mejor modo de que se hagan amigas. Confiésale que no tienes ni idea de dónde ir a comprar…


—Y no la tengo.


—Apela a su buen gusto y veras como es incapaz de evitar el reto.


—Mi atuendo informal del día de hoy no te ha dejado muy impresionado, ¿Eh? —pregunté con lo que quería ser una sonrisa y se quedó en una simple mueca.


Él me miró con una deslumbrante sonrisa.


—¿Se suponía que debía impresionarme?


Demonios, si seguíamos por ese camino, acabaríamos cortejándonos. Mejor dicho, acabaría cortejándolo yo a él, pero no me importó.


—Por supuesto.


—Vas vestida con la ropa perfecta para pasear por un mercadillo en la mañana de un sábado y yo…


Esperé a que terminara la frase, pero él optó por la discreción.


—¿Y tú? —lo animé.


—Nada —contestó con una cierta tensión—. Concéntrate en Sofía; por lo que sé de ella, es capaz de abandonar cualquier otro plan con tal de irse de compras. Pídele que te haga parecer una millonaria con un pequeño presupuesto y se partirá el lomo para demostrarte lo buena compradora que es.


—Tampoco quiero ir por completo a la última —dije mirando la hora—. Creo que ha llegado el momento de irnos. ¿Has terminado?


Ninguno de los dos habíamos hecho justicia al plato, pero él asintió. Alargué la mano para tomar la factura, pero él fue más rápido que yo y desoyó todas mis protestas con una mirada que decía: «Ni se te ocurra insistir». Como yo ya tenía la boca abierta, aproveché para decir algo.


—Gracias.


Esa era yo, la «Tigresa».


Le estás escribiendo una carta a tu novio, comentándole tu nueva vida en la gran ciudad. ¿Hasta donde piensas llegar?


a. Se lo cuentas absolutamente todo. Te ha dicho que quiere saber hasta el último detalle sobre tu vida lejos de él. ¡Qué encanto!


b. Le cuentas todo lo que pueda interesarle y, como no has asistido a ningún partido de futbol, la carta será muy corta.


c. Le cuentas todo lo que pueda provocarle una sonrisa. Esas pequeñas anécdotas que le harán recordar por qué te ama.


d. Le cuentas todo, excepto que estás haciendo excursiones con un apuesto vecino al que acabas de conocer.


e. Le cuentas todo lo que puede caber en una postal. Te lo estás pasando demasiado bien como para perder el tiempo escribiendo cartas.


—¿Qué te parece éste? —preguntó Pedro, sosteniendo un cuenco—. Es del tamaño adecuado, el fabricante es el mismo y los colores son parecidos.


—Jamás sabremos cómo era exactamente —repuso apesadumbrada.


—Paula, no te preocupes —me tranquilizó él gentilmente—. Ese piso ha sido decorado por un profesional y estoy seguro de que ni siquiera las propias inquilinas podrían decirte exactamente como era.


En todo caso, la mujer de la limpieza…

jueves, 15 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 24

 —Estoy segura de que eres un hombre de palabra —repuse, desalentándolo—. Además, tengo que salir a comprar algo de ropa para estar presentable el lunes por la mañana.


—¿En el nuevo trabajo?


—En el nuevo trabajo. De hecho, necesito comprarme todo un guardarropa nuevo.


—Háblame de ello.


¿Quería hablar de trapos? A David nunca le importaba lo que llevara puesto. Pero David no era homosexual. Se suponía que los homosexuales tenían muy buen gusto para la ropa.


—Bueno, veamos, voy a necesitar un mínimo de dos trajes, cuatro blusas…


—Me refiero al trabajo —me detuvo inmediatamente.


—¿Qué?


—Háblame de tu trabajo.


«Idiota, soy idiota.» Solo por sus inclinaciones sexuales, yo había supuesto que… Seguía sin poder entenderlo. Pedro exhalaba ese tipo de masculinidad que hacía volver la cabeza a las mujeres. Incluso en el pequeño café en que nos hallábamos sentados, estaba segura de que varias mujeres lo habían mirado con segundas intenciones. Fuera lo que fuera lo que Lorena había observado en él, no podía ser tan evidente como para que yo no me diera cuenta. Sin embargo, tenía que admitir que no sólo las mujeres lo miraban, también los hombres lo hacían.


—Es una comisión de servicio —dije antes de darle el nombre del banco comercial donde tenía que presentarme el lunes.


—Pensaba que ibas a trabajar en una sucursal.


—No, trabajaré en la central. Soy especialista en asesoría de planes financieros: pensiones, inversiones…, Ese tipo de cosas.


—Entiendo.


Tendría que haber sido una santa para no disfrutar de la sorpresa que se había llevado al constatar que no era tan estúpida como parecía.


—En un pueblo es mejor vestirse de persona mayor, la gente prefiere confiar sus ahorros a un adulto. Pero, aquí, en la ciudad, no sé por donde empezar.


—¿Por qué no le preguntas a tus compañeras de piso? Estoy seguro de que sabrán aconsejarte sobre cuales son las mejores tiendas.


Yo no tenía ni la menor duda sobre ese punto. Las había visto vestirse para salir un viernes por la noche y, sin duda, ambas sabían como convertir las compras en todo un arte.


—Quizá Lorena, pero Sofía… —hice una mueca compungida—. No creo que ponerme en manos de Sofía sea una buena idea. Además, siendo pelirroja no necesito muchos adornos para llamar la atención. Con un par de trajes nuevos y bien cortados…


Él me miró a los ojos y sonrió.


—Desde luego, no puedes pasar inadvertida.


—Eso no es un cumplido, ¿Verdad?


—Depende de si te gusta destacar o si prefieres que nadie repare en tí.


—La «Tigresa» o la «Ratoncita» —reflexioné en voz alta.


—La tigresa, sin duda —repuso él—. Nunca he visto a una rata de ese color.


Me pasé las manos por el cabello revuelto para intentar aplastarlo un poco. Mi pelo, rojo, crespo y rebelde, me había traumatizado desde el mismo día en que había tenido edad suficiente para mirarme en un espejo y comprobar que, a diferencia de mis hermanos mayores, había heredado los genes de la familia de mi padre, en vez del sedoso y brillante cabello rubio de mi madre. Había intentado aplastarlo de todas las maneras posibles, pero ni las mejores espumas fijadoras me permitían una tregua que superara la media hora.


—Una vez intenté cortármelo, pero parecía un caniche de color zanahoria —dije, pensando que él se reiría—. Incluso intenté teñírmelo de negro, y tuve que conformarme con el resultado durante varios meses, un asqueroso color oscuro y verdoso. Nada divertido cuando se es adolescente.


Él se incorporó un poco, me tomó las manos y se las llevó al pecho.

Mi Vecino: Capítulo 23

Combatí el pensamiento de que Julián tuviera otras razones, aparte de las puramente profesionales, para querer estar con Pedro. No era asunto mío, me dije. Sin embargo, a pesar de saber que era una tontería, no pude evitar un ligero estallido de placer al comprobar que no hablaba de sus planes para la tarde con demasiado entusiasmo. Sabía que, para mí, Pedro solo podría llegar a ser un buen amigo. Me convencí de que no estaba lanzando feromonas a mí alrededor, al menos no intencionadamente, y de que la reacción de mi cuerpo no tenía nada que ver con el sexo. Lo más probable era que yo estuviera reaccionando con simple interés pueblerino ante el aire sofisticado y el conocimiento del mundo de ese hombre, unidos a su encanto personal. Interesada por esos ojos que parecían mirarme continuamente, y entusiasmada por la novedad de que ese hombre me estuviera dedicando toda su atención por completo. Material más que suficiente para calentarme la cabeza, si tenía en cuenta que durante toda mi vida sólo había conseguido que David apartara ligeramente la cabeza de las entrañas del viejo Austin cuando le dirigía la palabra. A veces, ni siquiera eso.


—Ataquemos —propuse en cuanto nos sirvieron sendos platos de huevos revueltos con beicon, salchichas y champiñones—. Julián te advirtió que no llegaras tarde —añadí, perdiendo de pronto el apetito al recordar de nuevo a aquel hombre.


Él me tomó la mano y yo salté de emoción. Me miró durante unos instantes.


—¿Podrías pasarme la sal, por favor? —pidió.


—No es bueno abusar de la sal —dije sin quitar la mano de debajo de la suya. Deseaba prolongar ese instante hasta la eternidad.


Pedro echó un vistazo a los platos llenos de comida tóxica para la salud de las arterias.


—Creo que ya es difícil empeorar el menú —comentó con una risotada.


Sonreí.


—Aquí tienes la sal —dije—, pero prométeme que vas a hacer algo saludable durante el día.


—¿Algo energético?


La simple mención de la energía desencadenó un torrente de pensamientos lujuriosos a los que fui incapaz de enfrentarme.


—Con un paseo será suficiente, un paseo a buen paso —dije yo.


—¿Por los jardines de Kensington?


—Te dejo elegir el lugar.


—No te preguntaba tu opinión. Te estaba pidiendo que me acompañaras tú para asegurarte de que cumplo mi promesa.


La situación era irresistible. La lluvia fría del día anterior había dado paso a un día cálido y soleado, algo muy raro en pleno mes de noviembre. Los árboles estarían desnudos, pero en los paseos habría montones de hojas secas. Me hice la ilusión de que caminábamos, tomados de la mano, dando patadas a las hojas muertas como si fuéramos un par de críos. Era obvio que estaba perdiendo la cabeza.

Mi Vecino: Capítulo 22

 —¿A Notting Hill?


Estaba tan impresionada por la soltura con la que Pedro se movía por los pasillos del metro que ni siquiera me había preocupado por enterarme de en qué estación nos teníamos que bajar. Había estado en Londres antes, de compras con mi madre o en plan turista con el colegio, pero las vistas del palacio de Buckingham desde la ventana de un autobús escolar no tenían nada que ver con el glamour de Notting Hill.


—Es la parada más cercana —dijo él levantándose mientras el tren entraba en la estación. Me sonrojé de emoción y di gracias al cielo por que Pedro no pudiera verme la cara en ese momento.


—¿Izquierda o derecha? —pregunté en cuanto salimos a la calle.


—Depende.


—¿De qué?


—De si te apetece acompañarme a comprar algún libro — contestó él con una sonrisa.


—Parece una buena idea.


—Aquí cerca hay una librería especializada en libros de viajes. ¿Quieres echar un vistazo?


—Puede que la compañía de los libros me inspire.


Nos sentamos en la última mesa libre de un café lleno de gente en plena zona de venta de antigüedades y pedimos un desayuno lleno de colesterol que conseguiría que los pantalones me apretaran aún más. La camarera nos trajo primero el café, para que fuéramos abriendo boca, pero Pedro hizo caso omiso. Se repantingó en la silla y estiró las piernas. Junto a él me sentí como si fuera la mujer más afortunada del mundo, todo producto de mi turbulenta imaginación, claro. Habíamos estado en la librería y, después de curiosear un poco, Pedro había escogido un libro lleno de fotografías sobre el Serengueti y me lo había regalado con una sencilla frase:


—Para que te inspires.


Después, me había pasado un brazo sobre los hombros mientras caminábamos por las callejuelas, para protegerme de los embates de la multitud, hasta que llegamos al café. En esos momentos me miraba de una forma que nunca hubiera podido igualar David y, fantasía o realidad, mi cuerpo respondía con los más sanos instintos. Deseaba que me raptara y me desnudara, que me acariciara posesivamente. Sentí una oleada de calor por todo el cuerpo, muy diferente del calor que solía sentir en las clases de gimnasia. Era un calor aletargante, lento y placentero, que llenaba mi vientre y me tensaba los pechos. Toda una experiencia.


—Bueno —dije de pronto, decidida a alejar semejantes pensamientos de la mente—, ¿Cuál es tu próximo proyecto? ¿La fascinante vida de la lombriz de tierra en un jardín metropolitano? ¿O la vida privada de la serpiente de cascabel en el desierto de Arizona? —él se mantuvo en silencio como si fuera consciente de que yo solo deseaba romper el ambiente mágico que nos envolvía, pero yo mantuve el ataque—: ¿Los hábitos de anidación del pelicano?


—Los hábitos de anidación, sí, pero no del pelicano —repuso finalmente, tomándose su tiempo—. Estamos negociando con una cadena de televisión para filmar un reportaje sobre el ciclo vital de la tortuga gigante.


Deshizo la cómoda postura y se inclino sobre la taza de café, sirviéndose azúcar y removiéndola más tiempo del necesario.


—La película sobre los monos que Julián está editando será nuestra carta de presentación. Si consigue tener el trabajo terminado a tiempo…


—¿Julián es tu editor?


—Un gran profesional. Utiliza mis tomas y las convierte en arte.


—Qué bien, ¿No?


—El lado malo de tanto perfeccionismo es que jamás queda satisfecho. Si no le meto un poco de prisa, nunca terminaremos de editar la cinta. Ese es mi plan para esta tarde y, probablemente, para el resto de la velada.

Mi Vecino: Capítulo 21

 —Lo siento, me parece que a tu… —no sabía cómo llamarlo ni qué papel jugaba en la vida de Pedro. Lo miré mientras me servía el café, pero sus ojos no fueron de gran ayuda— amigo —me decidí al fin— no le ha hecho demasiada gracia que…


—¿Tomas azúcar? —me contestó Pedro sin entrar en el tema, mirándome sin sonreír pero con expresión algo traviesa. ¿Acaso me encontraba divertida? Tomo mi silencio por un «No»—. ¿Leche?


—No, gracias, así está bien.


En realidad lo habría preferido con un poco de leche y me moría por una buena cucharada de azúcar. Hacía años que intentaba olvidarme del dulce sin el menor éxito. Bebí un sorbo de café intentando evitar una mueca de desagrado por lo amargo que estaba.


—Escucha, si estás ocupado, puedo irme sola a Portobello. A pesar de que las apariencias indiquen lo contrario, las células de mi cerebro son capaces de crear conexiones entre sí.


—Lo único que tengo que hacer en toda la mañana es buscar un paraguas nuevo para Julián.


Lo cual quería decir que bien trataba de mostrarse amable bien no se había creído el cuento ése de como funcionaban mis neuronas. Era posible que, en su caso, yo también me hubiera mostrado escéptica. Mi corazón era incapaz de mantenerse bajo control ante su proximidad física y lo más seguro era que él lo hubiera interpretado como un signo de debilidad mental. De repente, me dí cuenta del significado de sus palabras.


—¿El paraguas era de Julián? —pregunté horrorizada.


Estaba preparada para costear un paraguas nuevo para Pedro. Se había portado como un amigo y un buen vecino. ¡Incluso había compartido su cena conmigo! Pero no me sentía tan generosa con respecto a Julián, aún recordaba la mirada de reproche con que me había obsequiado antes de marcharse. Era como si me hubiera clavado un puñal en la espalda. Y yo sentía lo mismo por él.


—Insistió en que me lo llevara ayer por la tarde cuando salí de su casa, a pesar de mis protestas. Me ha explicado con todo lujo de detalles el cariño que le tenía y lo mucho que lo va a echar de menos.


Procuré refrenar el ataque de celos que me había provocado el hecho de enterarme de que Pedro había estado el día anterior en casa de Julián.


—Pero tú no tuviste la culpa de que se perdiera, fui yo. Lo siento, supongo que se habrá reído al escuchar la historia completa de los desastres de ayer, ¿O no?


—No, no se la he contado.


Me imaginé lo difícil que resultaría explicarle a tu amante que le habías prestado su paraguas a una mujer desconocida y que ésta lo había perdido.


—Lo siento de veras.


Pedro sonrió.


—No te preocupes tanto. Limítate a ayudarme a encontrar otro nuevo en Portobello, para que podamos hacer las paces.


—Estupendo —dije, recordando que también habría que reemplazar el cuenco de porcelana—. ¿Podemos detenernos en un cajero durante el camino?


Daba la impresión de que me iba a tener que gastar hasta el último penique de mi cuenta de ahorros.

martes, 13 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 20

A causa de una serie de infortunios, el hombre absolutamente maravilloso que acabas de conocer cree que eres una completa imbécil. Y tú quieres demostrarle que dentro de tu cabeza hay un cerebro capaz de pensar. ¿Qué harías?


a. Nada, Cuando te vaya conociendo mejor se dará cuenta de su error y ambos podréis tomároslo a broma.


b. Te quitas las lentillas y te pones las horribles gafas que juraste no volver a usar nunca para que te den un aspecto más intelectual.


c. Lo invitas a visitar tu oficina y le demuestras que eres capaz de sacar el mayar partido de sus ahorros y planes de pensiones.


d. Te preguntas si realmente quieres impresionar a un hombre que piensa que eres idiota sin apenas conocerte.


e. Te das cuenta de que, puesto que él desconfía de tí, lo más lógico es pensar que le gusta dejarse acompañar por mujeres estúpidas, y lo mandas a paseo.



Me eternicé bajo la ducha caliente hasta pude sentir cómo mi malestar comenzaba a disiparse poco a poco. Era mi primer día fuera de casa y pensaba ejercer de «Tigresa». Lo sucedido el día anterior no tenia la menor importancia, debía olvidarlo todo, a excepción de la cena con Pedro. Ese hombre parecía un oasis en medio del desierto, aunque tenía que reconocer que tampoco habíamos empezado con muy buen pie. El debía pensar que era muy divertido que yo le abriera la puerta prácticamente desnuda, pero no estaba dispuesta a dejar que volviera a reírse de mi. Mi meta más inmediata se centraba en demostrarle que no era una payasa, y para eso había que empezar por seleccionar un atuendo adecuado. Me envolví en una toalla y estudié mi limitado vestuario. Él llevaba pantalones vaqueros, lo cual me ponía las cosas un poco más fáciles. Al fin y al cabo, era sábado y nuestro plan consistía en vagar indolentemente por un mercadillo callejero. Por tanto, los vaqueros eran una buena elección, aunque para esa ocasión me pondría unos que había comprado yo misma, ninguno de los que había heredado de mis hermanos. La marca no estaba de moda y no podría presumir de lo caros que me habían costado, pero me sentaban como un guante… Un poco estrecho. La depresión y el chocolate iban de la mano, y yo no me había sentidodemasiado entusiasta durante las últimas semanas. Respiré hondo y contuve el aliento para abrocharme los botones, luego me coloqué un cinturón de cuero y una blusa de seda de color crema. Añadí una chaqueta de piel vuelta muy abrigada y quedé bastante satisfecha del conjunto. Habría estado aún más contenta si hubiera conseguido domesticar la melena pelirroja que me llegaba hasta los hombros, pero ese era un tema que había decidido aparcar hacía tiempo. Por supuesto, llevaba el pelo mojado. Sin electricidad, tampoco había secador. Me dí un toque de brillo en los labios y me miré en el espejo en busca de imperfecciones, antes de dirigirme a la cocina para comprobar qué tal le iba al electricista. El horno estaba totalmente desarmado.


—Hum, estaré en casa del vecino si me necesita —le dije, sin conseguir que levantara la cabeza.


La puerta de Pedro estaba abierta y al entrar escuché el sonido de unas voces. Había dado por supuesto que vivía solo, pero ya estaba acostumbrada a que mis primeras impresiones jamás coincidieran con la realidad.


—Hola —grité para que supieran que estaba allí.


—Estamos en la cocina —replicó Pedro.


«¿Estamos?» Ya no tenía escapatoria. Me había vestido para salir con Pedro y no se me ocurría ningún pretexto para cancelar la cita. Así que compuse mi mejor sonrisa, la misma que llevaba años practicando delante de la madre de David, y me encaminé hacia lacocina con paso firme y decidido. Pedro se volvió hacia mí en cuanto entré y alzó ligeramente las cejas, supuestamente sorprendido por mi cambio de indumentaria.


—¿Se te ha pasado el dolor de cabeza?


—Bajo la ducha —expliqué con un gesto elocuente para demostrar que estaba dispuesta a pasar el mejor día de toda mi vida.


Pedro me pasó un vaso con zumo de naranja antes pude sentir cómo mi malestar capuzaba a disiparse de hacer una señal en dirección a su compañero. .


—Julián, te presento a Paula Chaves, la chica de la que te he hablado. —¿Qué demonios le habría contado sobre mi?—. Paula, éste es Julián Watson.


—Hola, Julián.


—Mejor será que le digas adiós —intervino Pedro—.Ya se marchaba.


Lo cierto era que Julián llevaba el abrigo puesto, aunque sin abrochar, como si estuviera esperando una invitación para unirse a nosotros que no llegó a materializarse.


—Adiós, Julián —dije sin preocuparme de la mirada de reproche que éste me dirigió.


—A la una en punto, Pedro —dijo—. Y esta vez no llegues tarde —lo amonestó.


Yo me tragué el zumo de naranja fingiendo ser una mujer mundana que no se sorprendía por nada mientras Julián nos abandonaba, pero algo dentro mí me decía que las cosas no iban del todo bien entre esos dos hombres.


Mi Vecino: Capítulo 19

 —¿Por qué no vienes a mi departamento y preparo un café para los dos? —me ofreció, dándome una alegría.


—Si además añades un par de pastillas para el dolor de cabeza, acepto la propuesta.


—¿Te encuentras mal? —me preguntó preocupado, apartándome un mechón de cabello de la cara para tomarme la temperatura en la frente con la palma de la mano. Fue mágico, la mano estaba fría y el dolor de cabeza desapareció como por ensalmo.


—Lo siento, no suelo beber —confesé.


—No tienes por qué disculparte —me aseguró, haciéndome sentir aún mejor.


Luego me tomó la mano para arrastrarme hacia su departamento, pero yo vacilé.


—¿No sería mejor avisar a Lorena y a Sofía?


—¿Para qué? No están invitadas. Además, no quiero responsabilizarme de sus correspondientes resacas, me basta con la tuya.


—No tengo resaca —me defendí con exagerada vehemencia, mientras el pulso volvía a golpearme en las sienes—. Pero me habría gustado no excederme con el vino, con una copa hubiera sido suficiente.


—Guarda una moneda en una hucha cada vez que te arrepientas de haber bebido demasiado. Te convertirás en una mujer rica en poco tiempo.


—No, no pienso permitir que vuelva a sucederme. Pero me preocupa que Lorena y Sofía no sepan dónde estoy.


—Yo no me preocuparía tanto, Paula, teniendo en cuenta que es sábado por la mañana y que deben haberse acostado a las tantas, no creo que resuciten hasta la una del mediodía. Pero puedes dejarles una nota para que no llamen a la policía, si eso te preocupa.


—No…, En realidad, no creo que sea tan importante… Bueno, será mejor que me vista.


—¿Es necesario? —preguntó él con una mirada divertida.


Me dí cuenta de que solo llevaba puesta una vieja y descolorida camiseta de rugby que, como no, había pertenecido a alguno de mis hermanos mayores y apenas me llegaba al inicio de los muslos, justo al límite de la decencia. Era la típica prenda cómoda que sólo te pones cuando estas segura de que nadie puede verte. No es que Pedro fuera a interesarse por mis piernas, eso estaba claro, pero yo me sentí mortificada de vergüenza igualmente. Solté mi mano de la suya y cerré de un portazo. Se produjo un momento de silencio, hasta que unos golpecitos en la puerta me indicaron que Pedro seguía allí. Hubiera preferido que se lo hubiese tragado la tierra, pero tuve que admitir que estaba cumpliendo con esmero su papel de buen vecino. Así que abrí de nuevo, escondiendo mi cuerpo tras la puerta, asomando solo la cabeza.


—Idiota —dije—. ¿Por qué no me lo has dicho antes? —él me miró con una expresión de inocencia ultrajada que no me convenció lo más mínimo—. Vete a preparar ese café mientras yo me adecento un poco.


—Bien, dejaré la puerta entreabierta para que puedas entrar — dijo dándose la vuelta para marcharse, no sin antes añadir—: Luego desayunaremos algo más sólido en la calle.


No esperó mi respuesta, al parecer había tomado el mando de la situación y de… Mi vida.

Mi Vecino: Capítulo 18

 —No es ninguna molestia. Y si insistes en reemplazar ese cuenco, puedo llevarte al mercadillo de Portobello. ¿Te parece bien que salgamos hacia las diez?


¿A las diez? Eso ya era media mañana para mí. Pensé que debía dejarle claro que era capaz de ir yo sola, pero inmediatamente decidí que su compañía seria más agradable.


—A las diez. Gracias, Pedro. Gracias por… —pero él ya se había marchado. Oí como una cerradura cara y precisa se cerraba tras él.


Y me quedé a solas, pero ya no me sentía tan solitaria. Me había imaginado que la primera noche en una cama extraña, en un piso desconocido, en una ciudad nueva, resultaría incómoda. Pero después de lavar las copas y de tirar la botella de vino vacía… ¿Vacía? ¿Qué había sido de mi propósito de tomar solo un par de sorbos? En fin, después de tirar la botella vacía y la caja de la pizza a la basura, caí como un tronco en mi enorme cama y no me enteré de nada hasta que sonó el timbre de la puerta por la mañana. Me incorporé de un salto y sentí un tremendo dolor de cabeza, al tiempo que los recuerdos de la velada anterior volvían a mi mente. Los plomos fundidos. Pedro Alfonso. La pizza. Pedro Alfonso. El vino tinto. Las náuseas que acompañaron el recuerdo del vino tinto no dejaban lugar a dudas sobre la procedencia del dolor de cabeza. Volví a dejarme caer sobre las almohadas, pero alguien pulsó de nuevo el timbre de puerta, esa vez sin soltarlo. No quedaba más remedio que levantarse para detener el escándalo que, quienquiera que fuese, estaba montando. Aunque mis compañeras de piso no parecían haberse enterado. Abrí la puerta con rabia y el timbre dejó de sonar de inmediato.


—Siento molestarte tan pronto, Paula, pero he conseguido traer a un electricista.


Parpadeé, me froté los ojos, me retiré el pelo de la cara. Pedro estaba en el pasillo junto a un hombre que vestía un mono azul y llevaba una caja de herramientas en la mano.


—Me has despertado —dije echando una ojeada al reloj de pulsera: Parecía que marcaba las ocho y diez, pero no era capaz de enfocar bien.


—Ahora o el jueves de la semana que viene —tronó el electricista—. Ustedes deciden —añadió con intención de marcharse.


—¡Ahora! —exclamó Pedro inmediatamente con tono autoritario.


—¡Ahora! —apoyé yo, escasa de energías, mientras abría por completo la puerta para que el robusto electricista pudiera entrar. Me sentía un poco débil y mareada—. Discúlpeme —le dije—, no me encuentro del todo bien, no estoy acostumbrada a beber vino tinto.


El electricista meneó la cabeza como si estuviera pensando: «Estas chicas de hoy en día… No se las puede dejar solas». No me hubiera extrañado nada que chasqueara la lengua con desaprobación, pero no lo hizo. Se limitó a tomar posesión de la cocina, desconectó los plomos de toda la casa y arremetió contra el sistema eléctrico. Pedro se había quedado en la puerta y me volví hacia él. Era posible que su nombre no fuera «George», pero nadie se atrevería a negar que hacía todos los honores al apelativo de «el Magnífico», con esos pantalones vaqueros ajustados que le marcaban en las piernas unos músculos de futbolista. Y esa camisa de tirilla de color azul oscuro que conseguía que sus ojos verde mar tuvieran un tono más mediterráneo que atlántico.


—Gracias —le dije—. Aunque no te lo puedas creer, te estoy verdaderamente agradecida por el favor que me haces.


—Y yo encantado de poder hacerlo.


—Te ofrecería una taza de café, pero sin electricidad… — expliqué innecesariamente.

Mi Vecino: Capítulo 17

 —Todavía no hemos fijado ninguna fecha —añadí, adelantándome a lo que, según las leyes de la lógica, sería su próxima pregunta.


—¿Es ingeniero?


—¿Ingeniero?


—Supuse que podría ser ingeniero, por estar tan interesado  por los motores…


—Ah, no. Es contable. Trabaja en la empresa familiar. Su abuelo era contable y su padre trabajó como contable hasta que se escapó con la secretaria para instalarse en una pequeña granja de Gales. Sus tíos y sus primos son…


—Contables —dijo Pedro.


—Exacto. Algún día David formará parte del consejo de administración de la empresa. El coche es sólo una forma de divertirse.


—¿De veras? —preguntó él mientras nuestras manos chocaban al intentar tomar el mismo trozo de pizza. Yo retiré mi mano de inmediato y él me acercó un poco la caja de la pizza, como si no hubiera pasado nada—. Por lo que cuentas, parece que dedica mucho tiempo a divertirse con ese viejo Austin.


—Bueno, siempre le han gustado las herramientas y las chapuzas. Cuando se instaló en la casa de al lado, encontró una vieja bicicleta y como no tenía herramientas…


—Seguro que su padre se las había llevado consigo a Gales — intervino Pedro. 


Lo miré para comprobar que no se lo estaba tomando a broma. No. Estaba serio.


—Como no tenía herramientas propias, yo empecé a prestarle las de mi padre. Así fue como empezamos nuestra relación. Como premio a mi ayuda, él me permitió que le sacara brillo a los guardabarros.


—Existen distintas formas de llegar hasta el corazón de un hombre —comentó Pedro.


Comimos en silencio durante unos minutos antes de que mi vecino volviera a tomar la palabra.


—Yo encontré una vieja cámara de súper ocho el desván cuando era sólo un niño y pensé que se trataba de un objeto mágico —relató con una sonrisa—. Me dediqué a filmar la vida de los pájaros en el jardín. Puse una sábana blanca en la valla para simular un fondo neutro y luego le prendí fuego para crear efectos especiales. Casi me ahogo con el humo y mi madre casi me mata por haber echado a perder uno de sus mejores juegos de cama.


—Ahora debe estar muy orgullosa de tí.


—No lo creas. Mi abuelo era arquitecto, ella es arquitecta, mi padre es arquitecto y mis tíos y mis primos son arquitectos — declaró apurando el último trago de vino—. Tengo que irme — anunció de pronto, poniéndose en pie.


—¿En serio? —preguntó, sorprendida—. ¿No te apetece una taza de café?


—Gracias, pero creo que es mejor no tocar la cocina hasta que alguien la haya revisado. Intentaré conseguir que venga un electricista mañana por la mañana.


—No tienes por qué molestarte.

jueves, 8 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 16

Él me miró durante un instante eterno antes de alargar la mano para tomar el trozo y estudiar el sello de fábrica. Su expresión no era nada optimista.


—No te preocupes. Estará asegurado.


—Genial. Las hermanas Harrington acaban de acogerme por simple caridad y el mismo día de mi llegada les fundo los plomos y rompo una porcelana valiosa.


—No te culpes por lo de los plomos, solo ha sido mala suerte. Además, ya están arreglados.


—Gracias a tu ayuda.


—Para eso estamos los vecinos —repuso él con soltura mientras me ofrecía una copa de vino—. Prueba esto, te hará sentir mejor.


—No suelo beber vino tinto —dije yo con suspicacia.


—Hay que hacer algo nuevo cada día —intervino él poniéndome una copa en la mano y cerrando el puño sobre mis dedos para que la sostuviera. 


El contacto físico me dejó temblando no estaba acostumbrada a que los hombres me hicieran reaccionar de esa manera. Con David me encontraba cómoda, a gusto. Nos comportábamos con la rutina propia de una pareja que llevaba treinta años de matrimonio, como solían decir mis hermanos para tomarnos el pelo. En cambio, al lado de Pedro me sentía como si estuviera al borde de un precipicio y la sensación era tan excitante que no me hice esperar y tome un buen trago de vino. El líquido elemento bajó por mi garganta a toda velocidad provocándome una oleada de calor por todo el cuerpo. Era cierto, el vino me había sentado de maravilla, estaba más relajada y dispuesta a olvidar los desastres del día.


—¡Caramba, que bueno está! —exclamé antes de dar un segundo trago y empezar a atacar otro trozo de pizza.


—Beber vino es un placer semejante al de tomar el sol por la mañana —opinó Pedro—. Entonces ¿No conocías a las hermanas Harrington? Pensé que habrían sido compañeras de colegio o algo así.


—¿Eso creías? —al parecer, ese hombre había estado pensando en mí—. Pues no, la verdad es que mi madre conoce a una tía suya —expliqué—, habló con ella para ver si podía encontrarme alojamiento en Londres y… Aquí estoy.


—Todo en orden, pues.


—No exactamente. Sofía quería alquilar la habitación a otra persona… ¿Piensas que puede haber sido capaz de trucar el enchufe de la cocina para librarse de mi? —él enarcó las cejas asombrado y yo me sonrojé de vergüenza—. Esto está buenísimo —dije cambiando rápidamente de tema mientras daba otro bocado—. A David sólo le gustan las pizzas con carne picada ypimiento, pero yo me muero por las anchoas, así que estoy disfrutando como una loca —farfullé.


—¿A qué te dedicabas en Maybridge, aparte de distraer a David? —preguntó Pedro al cabo de unos minutos.


—¿Te refieres a mi trabajo? —ese era un tema más seguro, más propio de aquella charla intrascendente entre nuevos amigos.


Me dejé llevar por la pasión y le conté con todo lujo de detalles los pormenores de mi vida laboral en el banco. Le hablé de mis compañeros de trabajo y de los clientes que se presentaban de vez en cuando con una tarta o una bandeja de pasteles.


—¿Piensas hacer lo mismo en Londres?, ¿O te han destinado a otra sección?


—Me han transferido a la rama comercial, pero solo es una comisión de servicio durante seis meses… Y tú, cuéntame, ¿A qué te dedicas cuando no estas salvándole la vida a una mujer en apuros?


—Hago películas. Documentales sobre la vida de los animales salvajes.


—¿En Londres? —pregunté estúpidamente.


Él rió.


—Sí, claro, en Londres, ya sabes: hienas urbanas, gatos salvajes, la vida secreta de las palomas. .. Ese tipo de cosas.


—¿De veras? —repuse intentando parecer interesada—. Jamás se me habría ocurrido pensar que las palomas tuvieran una vida secreta.


—Bueno, a veces tengo que hacer cosas más aburridas. Acabo de llegar del Serengueti, en Kenia. Hemos estado filmando una película sobre los hábitos sociales de los monos.


—¿Y eso es aburrido? —pregunté sorprendida. Él sonrió—. Ah, estás bromeando —constaté con desconsuelo. Estaba acostumbrada a que la gente se riera de mí, sobre todo mis hermanos mayores—. Entonces, ¿Te gusta viajar?


-No te voy a decir que todo sea coser y cantar, pero sí, sí me gusta viajar, conocer sitios nuevos…¿A tí no?


—Mis hermanos son viajeros empedernidos, pero yo he salido rana. Supongo que ellos acapararon todos los genes familiares relacionados con el riesgo y la aventura, y cuando mis padres me concibieron a mí, ya no quedaba ni rastro. Además, no vuelo.


—Yo tampoco. Generalmente tomo un avión —contesto él con guasa—. Lo siento, no tiene gracia —se disculpó al ver mi expresión de auténtico pánico—. Entonces tus planes para el futuro consisten en volver a casa y casarte con David, ¿No?


—Ese es el plan —contesté con firmeza, aunque en su boca mi meta parecía el colmo del aburrimiento.


Ya había pensado en cómo sería mi traje de novia, de color crema, por supuesto. A las pelirrojas no les sentaba nada bien el blanco. Además, no quería que nadie pensara que iba virgen al matrimonio. El mero hecho de que fuera verdad ya era de por sí bastante desagradable como para que además la gente lo fuera pregonando por ahí, aunque fueran simples conjeturas. David no parecía demasiado dispuesto todavía a ponerse de rodillas y pedirme que compartiera su vida para siempre, pero todo Maybridge daba por hecho que eso terminaría sucediendo tarde o temprano.


Mi Vecino: Capítulo 15

 —No creo que sea una cuestión personal, creo que odiaría a cualquier chica que se acercara a David.


—Entonces estará contenta de que te hayas trasladado a Londres —dijo Pedro con una media sonrisa.


—No me preocupa.


—¿Y qué pasa con David? Estará que se sube por las paredes sabiendo que vas a enfrentarte sola a los peligros de la gran ciudad.


No era una descripción que encajara con la realidad, por mucho que yo lo hubiese deseado. En realidad solo había mostrado una cierta envidia porque yo pudiera ir al Museo de Ciencias para ver el primer ejemplar de la marca Austin. 


-La reparación de su Austin de l922 atraviesa por un momento crítico. Yo solo sería un estorbo.


—Eso no me lo puedo creer —contestó Pedro con sinceridad.


—Escucha —atajé de repente—, quería decirte que siento mucho lo ocurrido esta tarde. La alarma, el paraguas… Estoy dispuesta a comprarte uno nuevo si se ha estropeado.


—La verdad es que no pude encontrarlo —repuso al final —Lo siento mucho. Parece que hoy me he levantado con el pie izquierdo.


—Sí, eso parece. ¿Por qué no me esperaste en el portal?


 Yo hubiera preferido que no tocara ese tema.


—Simple amabilidad —expliqué—. Te había robado el taxi, había perdido tu paraguas y había atentado contra tus tímpanos con la alarma. Pensé que te merecías un descanso.


—¿Conseguiste subir la maleta sin contratiempos? —preguntó sin sonreír.


¿Por eso me había pedido que lo esperase?, ¿Para ayudarme con la maleta?


—Sin contratiempos —contesté—. ¿Por qué no me contaste que vivías en el mismo bloque de departamentos desde un principio?


—Pensé que no me creerías, que sospecharías que estaba utilizando un subterfugio para pasar la noche contigo.


—Ah…


—Sabes que compartir el taxi con un desconocido en Londres puede resultar bastante arriesgado, ¿No? Supongo que por eso llevabas una alarma en el bolso…


—Mmm —murmuré, sin comprometer una respuesta. En realidad, el riesgo no había desaparecido, al menos eso era lo que me hacía pensar el ritmo ligeramente acelerado del corazón. Estaba un poco aturdida y prefería cambiar de tema. Me acerqué al montón de trozos de porcelana y busqué en alguno de ellos la marca del fabricante—. ¿Piensas que podré reemplazar este cuenco sin entrar en bancarrota'?

Mi Vecino: Capítulo 14

Has roto una porcelana china muy valiosa en casa de unos amigos que acabas de conocer. ¿Qué harías?


a. Dar la cara, pedir disculpas y olvidarte, dando por hecho que el objeto está debidamente asegurado.


b. Sufrir un ataque de pánico e intentar pegar los trozos con pegamento instantáneo.


c. Apartarte, disimular y dejar que cualquier otra persona se tropiece con el desastre.


d. Echar la culpa a un animal doméstico.


e. Remover cielos y tierra para reemplazarlo antes de que se den cuenta.


f. Llamar a un taxi por el móvil, hacer el equipaje y largarte por la puerta trasera.


«¡Anchoas!», suspiré en voz alta con deseo.


Mientras Pedro regresaba con el vino, había costado atareada buscando platos, copas y servilletas, y ni siquiera había abierto la caja para echar un vistazo a la pizza. Estaba muerta de hambre y me hubiera comido un buey, pero la verdad era que sentía auténtica debilidad por las anchoas. Él llegó y sirvió un vino tan oscuro que parecía púrpura. Yo lo miré con precaución. No estaba acostumbrada a beber. Una cerveza pequeña cuando iba con David al bar, y nada más. La única vez que había probado el vino, me había levantado al día siguiente con un terrible dolor de cabeza, así que no había vuelto a repetir la experiencia. Sin embargo, no dije nada, no quería pasar por maleducada. Me limitaría a tomar un par de sorbos y con eso cumpliría. Él se acomodó en su asiento e hizo un gesto indicando con el dedo la caja de la pizza.


—Sírvete sin reparos —pidió.


Yo no necesitaba que me lo dijeran dos veces. Abrí la caja y una oleada de satisfacción recorrió todo mi cuerpo. Pedro había elegido la pizza clásica, con anchoas y un extra de aceitunas negras.


—Puedes retirar las anchoas si no te gustan —sugirió él con ánimo complaciente.


—Ni de broma, son mis preferidas —repuse separando una enorme porción mientras enredaba los dedos en las tiras de mozzarella derretida que habían quedado colgando, antes de propinarle un buen bocado—. Mi novio odia las anchoas —añadí con una mueca.


Él estiró el brazo para servirse a su vez una porción de pizza, y cuando rozó inadvertidamente el mío, dí un salto como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Me miró mientras daba un bocado enorme a la pizza.


—¿Novio? —preguntó.


—Don —contesté—. David Cooper. Es mi vecino.


—Ahora tu vecino soy yo.


—Bueno, sí, claro, eso es cierto —repuse con una carcajada que sonó más defensiva que divertida—. Me refería a que es mi vecino de toda la vida en Maybridge.


—Eso suena a…


—Cliché, lo sé —me adelanté. Mis hermanos me habían tomado el pelo con el asunto hasta la saciedad, y también mis amigos, por lo que hacía tiempo que no me avergonzaba de confesar la verdad—. Enamorarse del vecino es la historia más antigua del mundo, pero su familia se instaló en la casa de al lado cuando él tenía doce años y yo diez, y desde entonces hemos sido «Paula y David» para todos, excepto para su madre. Para ella somos «Pauli y Davo» y eso solo cuando está de buen humor.


—¿No le gustas?