Aunque en esas últimas semanas Paula realizó un esfuerzo sincero para disculparse con todas las personas que pudo, aún le aterraba la forma en que reaccionaría la gente. Sin la armadura de la arrogancia, se sentía patéticamente vulnerable, y era aún más consciente de lo sensibilizada que estaba a que la aceptaran. Con dieciocho años, su aspecto mejorado y la fortuna que había heredado le habían dado acceso instantáneo a todo lo que había deseado, de modo que en realidad jamás había tenido que enfrentarse a relaciones profundas. Con Damián muerto y Malena separada de ella, había evitado todas las relaciones que no fueran superficiales y acumulado un puñado de conocidos casi tan ricos y frívolos como había sido ella. Por ende, éstos se mostraron espantados ante el cambio que había experimentado. Sabía que era cuestión de tiempo que se alejara de ellos, lo que estaba bien, ya que dudaba de que encajaran en la nueva vida que pretendía llevar. Avergonzada por el estilo de vida hedonista del pasado, se concentró en un puñado de organizaciones con fines caritativos que estaban interesadas tanto en la donación de su tiempo como en la de su dinero. Aunque los organizadores se mostraron un poco cautos con ella, dieron la bienvenida a su interés y Paula sintió que había dado un buen paso para hacer algo útil con su vida.
La gran barbacoa de otoño en el Broken B estaba bien concurrida. La organizaban Rafael y Malena, pero Paula creía que se trataba de una especie de recibimiento oficial para la nueva Paula Chaves. Se había puesto un vestido de algodón con múltiples rayas de tonalidades pastel, con tiras a los hombros, ceñido a la cintura y amplio de falda hasta las rodillas. Las sandalias rosa que lucía hacían juego con una de las rayas del vestido. Aunque no era caro ni representaba la cumbre suprema de la moda, resultaba sencillo y atractivo. Con un mínimo de maquillaje, tenía un aspecto más normal, que esperaba que la hiciera parecer más abordable. Los invitados a la barbacoa eran un cruce animado de la sociedad y la cultura de Texas, entre los que se incluían todo el personal del rancho Broken B, vecinos, gente de la ciudad, varios asociados de negocios de Rafael, y conocidos de la industria ranchera y petrolera. Paula no había preguntado si Pedro estaba invitado, pero era un vecino y sabía que tenía interés en comprar el Broken B. Dió por hecho que aparecería, aunque se afanó por no buscarlo constantemente con la vista. No estaba segura del lugar que ocupaba en la diversa multitud. Malena y Rafael la ayudaron a introducirse, presentándole a todos los que aún no conocía. El número de asistentes era un poco abrumador, pero no tardó en relajarse. Para su sorpresa, descubrió que era el centro de varios de los solteros presentes, desde vaqueros hasta magnates del petróleo.
Cuando Pedro Alfonso llegó después de las seis, Paula no hizo ningún esfuerzo especial para gravitar en su dirección y, para su íntima consternación, vió que él tampoco. Un poco más tarde se sirvió la barbacoa y quedaron separados en la informal cola del bufé al menos por cincuenta invitados. Luego se sentaron a dos mesas todavía más distanciadas. Cuando el grupo country que animaba la fiesta inició una balada, alguien tocó el hombro de su pareja de baile y de pronto se encontró en brazos de Pedro. La sorpresa le provocó titubeos. Ya había bailado con varios hombres, pero la diferencia con él fue inmediata. Era más alto que la mayoría y su carácter dominante resultó obvio incluso en la pista. Exhibía mucha más seguridad que los demás, y decididamente era mejor bailarín.
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